Capítulo 10.2

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Lucía tragó saliva. Su hermana...

Rescató la imagen de Daniela Salamanca, a la que había visto una única vez en el gimnasio. Le había parecido una mujer alegre y llena de ternura. De esas que parecían de cristal pero sorprendían con su fortaleza y con su gran voluntad.

No encontró el valor para preguntar qué pasó, aunque sí la prudencia para dejar de acusarlo por su violencia. No iba a justificarla. Solo comprenderla.

—Me encanta esta canción —dijo Adrián de repente.

Lucía lo miró de reojo, como si necesitara verle la cara para averiguar cuál era.

10.000 Days, de Tool —apuntó en cuanto oyó los acordes—. A mí no me gusta especialmente.

—¿Y por qué la tienes ahí? —preguntó, con la mejilla pegada al cristal de la ventana. No la miraba.

—¿Y por qué no?

—Porque hay que desprenderse de lo que ya no nos hace sentir bien. Si no, vas cargando con un peso innecesario. O en este caso, ocupas kilobytes que podrían aprovechar otras obras maestras. De todas formas me gusta que la guardes, es de esas canciones que no deberían morir nunca. Tiene una historia bonita detrás. Me inspiró para crear el concepto de Veintitrés Horas.

Lucía percibía la angustia en su voz y no sabía qué hacer.

Veintitrés horas... ¿Es una canción?

—Sí, una de las pocas que he co-escrito con Mingo.

—¿Y por qué te inspiró la canción de Tool a la hora de escribirla? —Le dirigió una mirada directa aprovechando un semáforo en rojo, pero él continuaba dándole la espalda.

—La canción de Tool habla de la lucha y muerte de la madre de Maynard, el cantante. Parece ser que le dio una especie de ataque que la dejó paralizada durante veintisiete años. Si haces la cuenta, veintisiete años son más o menos diez mil días, día arriba, día abajo. —Cambió de postura en el asiento, reclinándose contra la puerta. Lucía observó que se agarraba del costado—. El concepto en Veintitrés Horas es el mismo. Veintitrés Horas son las que pasé contigo... —canturreó, con voz suave—, lo dice el estribillo.

»Me gustan ese tipo de canciones. Como la de El Muelle de San Blas de Maná, que cuenta que Rebeca Méndez murió a los sesenta y tres años esperando que volviera alguien que nunca regresó. Más o menos como Naturaleza Muerta de Mecano, o la Penélope que versiona mi Serrat. Hay un tema en el álbum inspirado en esta idea: De la Puerta del Sol a Santo Domingo.

—No conocía las historias detrás de esas canciones.

—Yo tampoco. Tuve que hacer investigaciones en Internet cuando me di cuenta de que la gente quería que fuera cantante. Yo nunca he tenido cabeza para las letras, ni sensibilidad para componer ritmos; ya sabes... Soy buen intérprete, pero eso no me hace un gran músico. Así que me obligaba a encontrar inspiración en los grandes. Acabé leyendo sobre los mensajes ocultos o el objetivo moral de las canciones más famosas... Y de ahí, además de gracias a la colaboración de Ricci y Mingo, salió el disco. Serendipity.

—¿Por la peli de John Cusack y Kate Beckinsale? —intentó bromear.

Adrián se agachó para usar la manilla del coche y bajar la ventana. Descansó el lateral de la cabeza ahí, desde donde le dirigió una mirada difícil de clasificar.

—Porque en esa época andaba buscando algo que no sabía qué era, y la música me encontró inesperadamente, de pura casualidad. Es el significado que tiene la palabra: se refiere a cuando chocas con algo valioso en el camino que empezaste a hacer para llegar a otra parte.

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