Capítulo 13.1

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Después de dejarla vistiéndose en la habitación de invitados, Adrián se dirigió a la cocina. Mingo y Ricci hablaban en voz baja. No acertó a distinguir ni una sola de las palabras que intercambiaron, y pensó que era mejor así. Cualquier comentario sobre Lucía, fuese benevolente o todo lo contrario, podría sacarlo de sus casillas.

En cuanto se asomó para rescatar el botiquín y la bandeja con las pastillas y el desayuno, sus amigos se giraron hacia él; uno con gesto severo y otro francamente preocupado. Ni siquiera Ricci se atrevía a preguntar qué había pasado. Era muy probable que hubiese llegado a la misma conclusión que Adrián, y temiera una respuesta. Una chica en ese estado no se presentaba en la casa de un cualquiera —aunque le gustara pensar que no lo era— por capricho.

Llenó un vaso de agua solo para darse el tiempo de escoger las palabras adecuadas. Tenía un nudo en el corazón y sentía que hablando solo lo tensaría más.

—Vivía con su madre en una caravana y su madre se ha largado —resumió, con la vista clavada en el chorro del grifo—. No me preguntéis detalles porque no lo sé. No conozco bien su situación familiar. Solo que su padre aparentemente es un capullo y su madre siente debilidad por él. Imagino que ha vuelto con palabras bonitas y ella ha elegido bando.

Mingo se revolvió con incomodidad, terminando por apoyar las caderas en la encimera.

—¿Le ha pegado él?

Adrián le dirigió una mirada angustiada.

—No lo sé. No tiene por qué haberle pegado nadie, ¿verdad?

—Le han abierto el labio de un puñetazo —confirmó Mingo. La forma que eligió para expresarse no fue la mejor, pero su tono al hablar era tan respetuoso que no se inquietó más—. Tú mejor que nadie deberías reconocer esa clase de heridas.

—Voy a intentar convencerla para que me lo cuente, pero está...

—En shock —terminó Mingo—. Necesita dormir. Llévale eso.

—¿Es un analgésico? No sé si es suficiente, tiene fiebre y una tos fea. ¿Te queda algún antibiótico de esos milagroso para el resfriado? Ha debido coger algo de vagabundear por la calle. Ha pasado la noche por ahí... Podría haberle pasado cualquier cosa. Joder. —Apoyó el canto de las manos en el borde de la encimera y se tomó un momento para respirar—. Debería llevarla al hospital y que ponga una denuncia contra el que sea que le haya partido el labio, ¿no? Debería llamar a su amiga Mon... No tengo su teléfono, pero es la hija de Lolo, seguro que si voy al Bohemia... El problema es que ha dicho que no quiere decírselo. Aun así...

—Deja que ella decida si quiere que la lleven a alguna parte —cortó Mingo, pasándole una mano por la espalda—. Tranquilo. Aquí está bien. Que se quede todo cuanto necesite. Tenemos cosas que hacer la semana que viene, pero tiene al perro para defenderla y hacerle compañía si lo necesita.

Adrián asintió.

—Muchas gracias, tío —dijo de corazón, con la vista clavada en el fregadero—. Sé que no te gusta y no te fías de ella, y significa mucho para mí que...

—Venga, no digas tonterías. Aquí nadie es un hijo de puta, no iba a echarla a patadas estando como está. Ni tampoco si se hubiese presentado con maletas y los labios pintados de rojo. Tú sabes lo que haces y estás haciendo lo correcto.

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