Epílogo

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—Con el debido respeto... —empezó Mon, con la mano en la cadera—. Sé que he dicho que lo primordial es que el coche sea seguro, pero no voy a dejarme la mitad del sueldo en una cochera en pleno centro de la capital para guardar un todoterreno espantoso. Es la primera vez que me compro uno, y ya que estoy dispuesta a gastarme el dinero, me lo voy a gastar en algo que me guste.

Mario Salamanca le sostuvo la mirada con los ojos entornados.

—Este todoterreno lo adquirió uno de los jugadores estrella del Real Madrid...

—Como si lo tiene Jesucristo resucitado. ¿Me está diciendo que ninguno de sus deportivos tiene espacio para poner un sillín de bebé?

—Los deportivos no están hechos para subir a los bebés. Ni para las mujeres —añadió, en voz baja.

Adrián pensó en intervenir antes de que Mon censurase sus desagradables comentarios, pero la verdad era que se lo estaba pasando bien como observador. Toda escena que protagonizara su hermano de mal humor, era digna de admiración. Siempre y cuando ese mal humor no estuviera dirigido a él, claro.

Mario llevaba un buen rato ya discutiendo con la mujer, que lo único que pedía era que le recomendaran el coche más bonito y más seguro del concesionario. Y Mario, que ni siquiera era el encargado principal —solo el promotor de la empresa y el director del departamento económico—, se había prestado enseguida a hacerles una guía por varios motivos: el primero, que ahora, por su familia, mataba. Y Adrián formaba parte de ella, así que lo mínimo que podía hacer, era ayudarlos a escoger. Ayudarlos en plural, porque Mon no era la única que andaba en busca de carroza. El segundo, que le encantaba fardar del imperio que había levantado con sus compañeros, sobre todo si podía ponerse un traje de Hugo Boss. Y el tercero, que Mon le había gustado a primera vista y pretendía llevársela a la cama en cuanto cerrasen el negocio.

Por desgracia, la cosa no estaba saliendo muy bien. Descubrir que tenía un crío sano de cinco meses, era cabezona como ella sola y pretendía convertir sus deportivos en el hazmerreír, paseándolos con una silla de bebé, le había cortado el rollo.

—¿Ves a tu hermano capaz de pegarle a una mujer? —le preguntó Lucía en voz baja—. Porque a lo mejor deberíamos separarlos antes de que se líen a hostias.

—Esa boca... —rio—. No, no va a hacerle nada. Como mucho le soltará un par de comentarios ofensivos. Pero confío en que Mon lo pondrá en su lugar sin usar la violencia. No se le ocurriría entrar al trapo con el carrito del bebé al lado, ¿no?

Los dos dirigieron la mirada al pequeño Mick, que agitaba las manitas intentando captar la atención de su madre. Lo habían operado hacía casi cuatro meses, y excepto por una cicatriz en el pecho, nadie podría decir que había nacido con muy pocas posibilidades de supervivencia. El bebé se pasaba el día riendo y comiendo, en ese orden. Ah, y también pataleaba entusiasmado cuando le ponían una canción de los Rolling Stones. Su madre no había exagerado. Hasta sacaba la lengua, como el logotipo del grupo.

—No lo creo —decidió Lucía.

—...una irresponsabilidad —decía Mario—. Está diciendo que no ha conducido un coche en su vida, que acaba de sacarse el carné, ¿y quiere adquirir uno de estas características? Si no lo estrella al día siguiente será un milagro.

—No lo he conducido porque prefiero la moto, pero no puedo llevar al engendro en la parte trasera, como ya habrá deducido. ¿Y usted es vendedor de coches? —rezongó—. Me extraña que llegue a fin de mes. Espero que tenga un trabajo alternativo.

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