Capítulo 2.2

5.8K 1.2K 266
                                    

Adrián parpadeó una sola vez, sorprendido. ¿Cómo que Lucía? Se tuvo que reír entre dientes mientras se presentaba de vuelta, agachando la cabeza en señal de alto respeto. Cómo se las gastaba la casualidad... O quizá ella fuera la casualidad.

—¿Te llamas así de verdad, o lo dices por hacer juego con la canción?

—Nunca lo sabrás.

Los dos se rieron sin darle más importancia.

—Adrián.

—Javier —interrumpió una voz desagradable—. Ahora que nos conocemos todos, podríamos hablar de quién va a tocar hoy aquí. Habéis pillado vosotros el sitio antes, pero si vais a estar de cháchara, podríais quitaros y dejar que intente ganarme unos duros. Algunos hacemos esto por necesidad.

—Hola, Javi —saludó Lucía. La cara le cambió al tío a una velocidad increíble—. Vamos a empezar a tocar ya. Pero si estás buscando algún sitio donde se te pueda oír, viniendo he visto un sitio muy transitado cerca de esa pastelería tan rica... A lo mejor ahí puedes quedarte un rato.

El tal Javier se disculpó enseguida por las formas y le dio un abrazo alegre a Lucía, que se prestó con toda naturalidad aunque el hombre estuviese hecho polvo, vistiera algo poco mejor que harapos y oliese bastante mal. Lucía lo despidió rápido después de un cortés intercambio de «¿cómo estás?, ¿qué hay de la familia?» sin mucho interés real. Al menos por parte de ella, a la que se le notó en su manera de toquetearse el flequillo que no estaba muy cómoda.

—¿Quién era ese?

—Uno de los defectos de mi madre. —Encogió un hombro—. Me extraña que no hayan formado un club para darse apoyo moral. Hay suficientes para crear una sociedad anónima sin límites... o un ejército de pringados.

—Espera... ¿Has dicho «defectos»?

—Es una manera de llamar a sus «novios». Ella se llena la boca diciendo que si ahora está loca es por culpa de Pablo, si sale desaliñada a la calle es porque Antonio la llevó a eso; si es maleducada es por Flavio... Son los defectos de mi madre —resumió—. Queda mejor si les pones nombre propio.

Adrián se la quedó mirando casi embelesado.

—Eres buena con los paralelismos.

—Y con las metáforas. Escribo canciones, algo debía saber para dotarlas de contenido inteligente. Pero ya vale de cháchara. A lo mejor tendríamos que cantar algo, ¿no?

—¿Tendríamos? ¿Vas a rebajarte a cantar con un estúpido?

There are worse things I could do... —canturreó, con la voz de Rizzo de Grease—. Todavía lo estoy meditando. ¿Cantas bien? Porque si lo haces mejor que yo, me vuelvo a la caravana. Antes de que preguntes, sí, vivo en una caravana —resolvió rápido, agachándose para conectar el amplificador—. Vamos, ¿sabes hacerlo, o solo eres guitarrista?

—Creo que no canto mal —contestó, fijándose en los bolsillos traseros de su vaquero. Los bolsillos, porque tenía un dibujo manual en acuarelas de un cuadro famoso que le sonaba, no porque le causara curiosidad su culo. Que de todos modos también le echó un largo vistazo—. Pero no me sé canciones moviditas, y ya siento curiosidad por tu talento innato. Y también por tu repentino altruismo. ¿No será que eres tú la que se ha enamorado de mí a primera vista y usa esto como excusa para pasar rato conmigo?

Lucía sonrió con todos los dientes.

—Eres literalmente un vagabundo —le soltó—. No tienes ni dinero, ni casa, y yo quiero cantar. Si puedo ayudarte a recaudar dinero para que no pases la noche entre cartones, ¿por qué no hacerlo?

Sigue mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora