Capítulo 23

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Adrián cerró el concierto recordando precipitadamente la fecha de lanzamiento oficial: su nuevo single, de título secreto, llegaría a todas las plataformas al día siguiente.

Casi siempre le costaba irse porque no se le daba bien decir que no, y el público tenía por costumbre rogar otra más. De no ser porque en festivales y otros eventos en los que debían compartir escenario, contaban con un límite de tiempo, se habría quedado para complacerlos. Era su costumbre. Una que volvía loco a Jorge, que le recordaba casi a diario que no venía mal hacerse un poco de rogar.

De hecho, eso era algo que le decían muy a menudo. Que se hiciese el duro. Pero Adrián pensaba que no necesitaba hacerse valer diciendo que no. Podía reivindicar su valía de miles de maneras diferentes, y en ninguna de ellas tendría que privarse de lo que de verdad quería hacer. ¿Por qué decir que no cuando se quería decir que sí? ¿Por una especie de norma invisible pero socialmente aceptada que obligaba a la gente a ser más discreta o introvertida? Si a él le gustaba gritar lo que sentía, pues lo haría. Estaba enamorado y no le daba miedo. Le encantaba estarlo. Y declararlo en la canción de apertura de un concierto era lo que le había apetecido.

Desde luego, Adrián no era de los que se cortaban, y ya no importaba que le rogaran que lo hiciese. Bastante tiempo llevaba aceptando consejos en los que no creía, solo porque sonaban inteligentes.

—No te arrastres más —le había dicho Mingo.

Adrián se había girado para mirarlo con cara divertida.

—Creo que no entiendes el concepto de arrastrarse. Te arrastras cuando tienes que hacer algo humillante o desagradable para contentar a alguien. Algo que no quieres hacer. Esto es distinto: lo hago porque quiero. Lo hago porque lo necesito. No me he pasado veintiún años silenciado en mi casa para también guardarme lo que pienso y siento ahora que vivo en libertad.

—¿Y si no le hace gracia que le dediques la canción?

—Si no acepta la dedicatoria, muy bien. Se quedará como una versión cutre de Supersubmarina interpretada en honor a una Lucía sin cara entre las miles que habrá en Madrid. Yo nunca la he expuesto, Mingo, tú lo sabes. Su identidad está a salvo, excepto para quienes ha querido presentarse. El que queda expuesto siempre soy yo, y me encanta, joder. —Extendió los brazos—. Me siento arropado cuando lloran y se desgarran conmigo.

Eso, como músico, Mingo lo entendía muy bien. No había dicho nada más en contra de su idea de cantar De las dudas infinitas, y se había subido al escenario en silencio. Cincuenta y cinco minutos después, lo abandonaban sudorosos, satisfechos y con la adrenalina saturándoles las venas. Adrián en concreto estaba sobreexcitado, porque había podido mirar a Lucía a los ojos y saber que la había conmovido.

La había hecho llorar, pero no como la otra noche cuando lo vio con Luna. La había hecho llorar como todo el mundo deseaba hacerlo.

—Parece que lo has conseguido —aplaudió Mingo, guardándose las baquetas en el bolsillo delantero del pantalón—. ¿Vas a ir a por ella?

—Primero voy a cambiarme. Estoy asqueroso y no quiero ponerle tan fácil a la gente que me reconozca.

—No es por nada, pero he hablado con ella —intervino Ricci—. Te he allanado bastante el camino, o eso creo.

—No me jodas —rio Mingo—. Mantente alejado de Lucía, Adri. Si este ha hablado con ella, prepárate para que te suelte una bofetada por tener veinte novias imaginarias y tres amantes extra.

—¡Eh, que no le he dicho nada raro! En serio, todo bien, confía en mí.

Adrián le quitó importancia con un gesto de mano. Dudaba bastante que la conversación hubiera alterado a Lucía, cuando había estado receptiva todo el concierto.

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