Capítulo VIII

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Adentrándose a una mansión carcomida por el hambre del tiempo y cubierta de polvo longevo, se presentaba un bucle capaz de transportar a sus fantasmas al presente y del presente a los años en que estaban vivos, años remontados al Madrid de 1827.

Adimensional


[Mansión de la familia Lumerio]

Los cristales rotos de un jarrón chocando contra la pared obligaron a una mujer joven dirigirse con angustia al pequeño pelinegro que yacía de pie donde ocurrió el accidente.

ー¡Christen! ¿Qué te he dicho de romper las cosas? ーregañó la mujer cogiendo las manos del infante para determinar si sus heridas eran graves, pues le parecía alarmante ver ríos de sangre escurriendo en el suelo.ー Repetí hasta el cansancio que vuestras actitudes van por mal camino.

ーYo no he hecho nada, madre ーrespondió Christen con total inocencia dada su corta edad de 6 años, también se mostraba indiferente al dolor de las heridas en sus manos que a cualquiera harían gritar.

La mayor suspiró antes de percatarse del canto moribundo de un ave junto al escombro de jarrón; la indefensa criatura que inútilmente quería volar, se desangraba y carecía de sus dos alas, antes de morir hacía lo imposible por escapar.

ー¿Por qué habéis hecho tal atrocidad? ーla mujer gritó al menor con un gran gesto de cólera.ー Esa criatura tiene el mismo derecho a vivir que tú.

ーLe pedí que no lo hiciera y me ha ignorado, incluso se burló de mi ーreplicó Christen con arrepentimiento.

ー¿Otra vez hablamos de ese (...)? ー antes de explotar, se interrumpió ella misma para inhalar hondo y respirar tranquila.ー Hijo, ya hablamos de eso; no existe y no hay nadie que os obligue a portaros como un patán ーexplicó la mayor transformando su enfado en resignación.

ーLo sé, nunca va a creerme ーel pelinegro susurró dirigido hacia un costado suyo como si alguien estuviese allí.

Ya con frustración, la madre del chaval ordenó al mismo lavarse sus manos para curarle las heridas después. Cada vez más sentía que sus problemas aumentaban. Ese mismo día, por la tarde, se recibió la visita de un médico. Aquel pisó frente al gran portón que rodeaba la mansión y llamó a la campanilla, a su visita atendió un adolescente rubio y de ojos azul celeste.

ーWeis, un gusto veros de nuevo ーsaludó el médico retirando su sombrero.

ーSeñor Even, quisiera que la ocasión para esta reunión fuera distinta ーconfesó el joven correspondiendo el saludo.

Ya dentro de la mansión, la madre de Christen y Weis invitaron al médico tomar asiento en la sala de estar, ahí daría inicio el motivo de pedir la presencia de Even.

ー(...) Ya no sé qué más hacer. Hoy por la mañana mató a un ave tirándole el último jarrón de cristal, la cicatriz de su hermana aún no sana de aquella vez en que la hirió con el cuchillo del cocinero ーexplicó la mujer completamente preocupada.

ー¿Dónde está el pequeño ahora? ーpreguntó el médico.

ーMi tía prefirió no dejarle salir del ático por unos días, por lo menos hasta que solucionemos lo que le ocurre ーresolvió Weis al notar que la mujer no respondía.

ー¿En el ático? Por Hab, señora Lucia, si vosotros lo tratáis como a un animal, así va a comportarse ーopinó Even en un tono irónico.

ー¿Qué otra cosa puedo yo hacer? Esto fue tan repentino que estoy en blanco, no podemos estar cuidándolo todo el día a sol y sombra. Temo que un día no lejano lastime gravemente a mi hija o a alguno de mis otros críos ーexternó la mayor como una justificación a su ignorancia.

Chivo Expiatorio: Analepsis©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora