Sin embargo, Caroline se negó a sucumbir dócilmente: tenía una fortaleza
natural en su corazón juvenil, y la aprovechó. Hombres y mujeres no luchan
jamás tanto como cuando luchan solos, sin testigos, consejeros o confidentes;
sin nadie que los aliente, los ayude o los compadezca.
La señorita Helstone se encontraba en esa situación. Sus sufrimientos eran
su único acicate y, siendo muy reales y agudos, agitaron su espíritu
profundamente. Empeñada en vencer un dolor mortal, hizo cuanto estuvo en
su mano por calmarlo. Jamás se la había visto tan ajetreada, tan estudiosa y,
por encima de todo, tan activa. Daba paseos hiciera buen o mal tiempo; paseos
largos en direcciones solitarias. Día tras día volvía por la tarde, pálida y con
aspecto cansado, pero sin haberse fatigado al parecer pues, en lugar de
descansar, en cuanto se quitaba chal y sombrero, empezaba a pasear de un lado
a otro de su habitación: algunas veces no se sentaba hasta hallarse literalmente
desfallecida. Decía hacerlo para caer rendida, para así poder dormir
profundamente por la noche. Pero si ése era su propósito, no lo conseguía,
pues por la noche, cuando los demás dormían, ella daba vueltas sobre la
almohada, o se sentaba a los pies de la cama en la oscuridad, olvidando
claramente la necesidad de procurarse reposo. A menudo, ¡infortunada
muchacha!, lloraba; lloraba con una especie de desesperación insoportable
que, cuando se adueñaba de ella, aplastaba su fortaleza y la reducía a un
desamparo infantil.
Cuando estaba así postrada, la asaltaban las tentaciones: débiles
sugerencias susurradas a su oído cansado de que escribiera a Robert y le dijera
que era desgraciada porque le habían prohibido verle a él y a Hortense, y que
temía que él le retirara su amistad (no su amor) y la olvidara por completo, y
para que le rogara que la recordara y le escribiera alguna vez. Llegó a redactar
una o dos cartas, pero no las envió: se lo impidieron la vergüenza y el sentido
común.
Por fin la vida que llevaba alcanzó un punto en el que parecía que no
podría resistirla más, que debía buscar algún cambio, o de lo contrario su
cabeza y su corazón se desplomarían bajo la presión que los agobiaba.
Anhelaba abandonar Briarfield, irse a algún remoto lugar. Anhelaba algo más:
el deseo profundo, secreto y acuciante de descubrir y conocer a su madre
cobraba fuerzas día a día, pero ese deseo llevaba emparejada una duda, un
temor: si la conocía, ¿podría amarla? Existían motivos de vacilación, de
aprensión sobre ese punto: jamás en toda su vida había oído ensalzar a su
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SHIRLEY
General FictionRobert Moore, «hombre importante, hombre de acción», dueño de una fábrica textil sacudida por los efectos económicos de las guerras napoleónicas y por el temor de los obreros a la revolución industrial, se debate entre el amor callado de su prima Ca...