CAPÍTULO XIX. UNA NOCHE DE VERANO

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Había anochecido. El cielo despejado favorecía el resplandor de las

estrellas.

—Habrá luz suficiente para ver el camino de vuelta a casa —dijo la

señorita Keeldar cuando se despedía de Caroline en la puerta del jardín de la

rectoría.

—No debes ir sola, Shirley. Te acompañará Fanny.

—No, no. ¿Qué miedo he de tener en mi propia parroquia? Daría un paseo

desde Fieldhead hasta la iglesia cualquier noche amena de pleno verano, tres

horas más tarde de lo que es ahora, por el mero placer de ver las estrellas y la

posibilidad de encontrar un hada.

—Pero espera hasta que se haya marchado toda esta multitud.

—De acuerdo. Ahora pasa el grupo de las cinco señoritas Armitage. Por

ahí vienen el faetón de la señora Sykes, el coche cerrado del señor Wynne, el

carro de la señora Birtwhistle; no deseo aguantar la ceremonia de despedirme

de todos ellos, así que nos meteremos en el jardín y nos esconderemos entre

los codesos durante un rato.

Los rectores, sus coadjutores y mayordomos habían salido al pórtico de la

iglesia. Fue mucha la cháchara, los apretones de manos, el felicitarse

mutuamente por los sermones respectivos, y el recomendarse tener cuidado

con el relente de la noche, etcétera. La muchedumbre se dispersó

paulatinamente; los carruajes se alejaron. La señorita Keeldar emergía de su

refugio floral justamente cuando el señor Helstone entraba en el jardín e iba a

su encuentro.

—¡Oh! ¡A usted la buscaba! —dijo—. Temía que se hubiera ido ya.

¡Caroline, ven!

Caroline se acercó, esperando, igual que Shirley, que la reprendiera por no

haberse dejado ver en la iglesia. Sin embargo, el rector tenía otros asuntos en

la cabeza.

—Esta noche no dormiré en casa —dijo—. Acabo de encontrarme con un

viejo amigo y le he prometido acompañarle. Seguramente regresaré hacia el

mediodía de mañana. Thomas, el sacristán, está ocupado, y no puede venir a

dormir a casa como es su costumbre cuando yo me ausento por la noche.

Ahora bien...

—Ahora bien —le interrumpió Shirley—, ¿me necesita como caballero, el

primer caballero de Briarfield, en definitiva, para ocupar su puesto como señor

de la rectoría y guardián de su sobrina y de sus criadas mientras esté usted

fuera?

—Exactamente, capitán; he pensado que el puesto le satisfaría. ¿Honraría

usted a Caroline hasta el punto de ser su invitada por una noche? ¿Se quedará

aquí en lugar de volver a Fieldhead?

SHIRLEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora