Había anochecido. El cielo despejado favorecía el resplandor de las
estrellas.
—Habrá luz suficiente para ver el camino de vuelta a casa —dijo la
señorita Keeldar cuando se despedía de Caroline en la puerta del jardín de la
rectoría.
—No debes ir sola, Shirley. Te acompañará Fanny.
—No, no. ¿Qué miedo he de tener en mi propia parroquia? Daría un paseo
desde Fieldhead hasta la iglesia cualquier noche amena de pleno verano, tres
horas más tarde de lo que es ahora, por el mero placer de ver las estrellas y la
posibilidad de encontrar un hada.
—Pero espera hasta que se haya marchado toda esta multitud.
—De acuerdo. Ahora pasa el grupo de las cinco señoritas Armitage. Por
ahí vienen el faetón de la señora Sykes, el coche cerrado del señor Wynne, el
carro de la señora Birtwhistle; no deseo aguantar la ceremonia de despedirme
de todos ellos, así que nos meteremos en el jardín y nos esconderemos entre
los codesos durante un rato.
Los rectores, sus coadjutores y mayordomos habían salido al pórtico de la
iglesia. Fue mucha la cháchara, los apretones de manos, el felicitarse
mutuamente por los sermones respectivos, y el recomendarse tener cuidado
con el relente de la noche, etcétera. La muchedumbre se dispersó
paulatinamente; los carruajes se alejaron. La señorita Keeldar emergía de su
refugio floral justamente cuando el señor Helstone entraba en el jardín e iba a
su encuentro.
—¡Oh! ¡A usted la buscaba! —dijo—. Temía que se hubiera ido ya.
¡Caroline, ven!
Caroline se acercó, esperando, igual que Shirley, que la reprendiera por no
haberse dejado ver en la iglesia. Sin embargo, el rector tenía otros asuntos en
la cabeza.
—Esta noche no dormiré en casa —dijo—. Acabo de encontrarme con un
viejo amigo y le he prometido acompañarle. Seguramente regresaré hacia el
mediodía de mañana. Thomas, el sacristán, está ocupado, y no puede venir a
dormir a casa como es su costumbre cuando yo me ausento por la noche.
Ahora bien...
—Ahora bien —le interrumpió Shirley—, ¿me necesita como caballero, el
primer caballero de Briarfield, en definitiva, para ocupar su puesto como señor
de la rectoría y guardián de su sobrina y de sus criadas mientras esté usted
fuera?
—Exactamente, capitán; he pensado que el puesto le satisfaría. ¿Honraría
usted a Caroline hasta el punto de ser su invitada por una noche? ¿Se quedará
aquí en lugar de volver a Fieldhead?
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SHIRLEY
General FictionRobert Moore, «hombre importante, hombre de acción», dueño de una fábrica textil sacudida por los efectos económicos de las guerras napoleónicas y por el temor de los obreros a la revolución industrial, se debate entre el amor callado de su prima Ca...