CAPÍTULO XXXVI . ESCRITO EN LA SALA DE ESTUDIOS

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Las dudas de Louis Moore con respecto a la inmediata evacuación de

Fieldhead que pensaba llevar a cabo el señor Sympson estaban bien fundadas,

como se vio. Al día siguiente de la gran pelea acerca de sir Philip Nunnely se

produjo una especie de reconciliación entre tío y sobrina: Shirley, que era

demasiado buena para faltar a la hospitalidad o parecerlo (excepto en el caso

único del señor Donne), rogó a toda la familia que se quedara unos días más.

Tan insistentes fueron sus ruegos que se hizo evidente que existía algún

motivo por el que deseaba que se quedaran. Los Sympson le tomaron la

palabra; en realidad, el tío no se resignaba a dejarla sin vigilancia y en libertad

para casarse con Robert Moore tan pronto como el estado de dicho caballero le

permitiera (el señor Sympson rezó piadosamente para que esto no sucediera

jamás) renovar sus supuestas pretensiones a la mano de Shirley. Se quedaron

todos.

En un primer momento, ofuscado por la ira contra la casa de los Moore, el

señor Sympson se había conducido de tal modo con el señor Louis que éste —

paciente con el duro trabajo o el sufrimiento, pero intolerante con la insolencia

grosera— había dimitido de su cargo en el acto, y sólo aceptó volver a

ocuparlo hasta que la familia abandonara Yorkshire. Sólo eso consiguieron las

súplicas de la señora Sympson; el afecto que sentía Louis por su pupilo fue un

motivo adicional para que accediera, y seguramente tenía un tercer motivo,

más fuerte que cualquiera de los otros dos; seguramente le habría resultado

realmente penoso abandonar Fieldhead en aquel preciso momento.

Todo fue bien durante un tiempo; la señorita Keeldar recobró la salud y el

buen ánimo; Moore había hallado el modo de disipar todas sus aprensiones

nerviosas y, verdaderamente, desde el momento mismo en que Shirley se

confió a él, todos los miedos parecieron alzar el vuelo, su corazón volvió a ser

tan alegre y su actitud tan despreocupada como las de una niña que, sin pensar

ni en su propia vida ni en la muerte, delega toda la responsabilidad en sus

padres. Louis Moore y William Farren —por cuyo medio inquirió el primero

acerca del estado de Phoebe— convinieron en afirmar que la perra no estaba

rabiosa, que sólo los malos tratos la habían inducido a huir, pues estaba

demostrado que su amo tenía la costumbre de castigarla con violencia. Su

afirmación podía ser o no ser cierta; el mozo de cuadra y el guardabosques

decían lo contrario, y afirmaban que, si aquél no era un caso claro de

hidrofobia, era porque no existía tal enfermedad. Louis Moore no dio crédito a

tales pruebas y a Shirley le informó únicamente de lo que podía ser alentador.

Ella le creyó y, verdadero o falso, lo cierto es que en su caso el mordisco fue

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