CAPÍTULO XVII . LA FIESTA ESCOLAR

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No esperaba entablar combate ni buscaba enemigos aquella compañía

dirigida por sacerdotes y mujeres oficiales; sin embargo, marchaban al son de

melodías marciales y —a juzgar por los ojos y el porte de algunos, la señorita

Keeldar, por ejemplo— aquellos sones despertaban, si no un espíritu marcial,

sí al menos anhelante: El viejo Helstone, que volvió la cabeza por casualidad,

la miró a la cara y se rio, y ella se rio de él.

—No hay ninguna batalla en perspectiva —dijo el rector—, nuestro país

no nos pide que luchemos por él; ningún enemigo o tirano pone en tela de

juicio nuestra libertad ni supone una amenaza para ella; no tenemos ningún

objetivo, tan sólo damos un paseo. Sujete bien las riendas, capitán, y apague el

fuego de ese espíritu; no se necesita: es una pena.

—Doctor, recétese a sí mismo —fue la respuesta de Shirley. A Caroline le

susurró—: Tomaré prestada a la imaginación lo que la realidad no quiere

darme. No somos soldados, no deseo derramar sangre, o, si lo somos, somos

soldados de Cristo. El tiempo ha vuelto hacia atrás unos cuantos siglos y

somos peregrinos que nos dirigimos a Palestina. Pero no, es demasiado

fantástico. Necesito un sueño más austero: somos habitantes de la Baja

Escocia y seguimos al capitán de nuestra alianza por las colinas para celebrar

una reunión fuera del alcance de las tropas que nos persiguen. Sabemos que tal

vez los rezos precedan a una batalla y, como creemos que, en el peor de los

casos, el cielo ha de ser nuestra recompensa, estamos dispuestos a regar la

hierba con nuestra sangre. Esta música espolea mi alma, despierta toda mi

vida, hace que me lata el corazón, no con su moderado pulso cotidiano, sino

con un nuevo y emocionante vigor. Casi ansío el peligro, defender una fe, una

patria o, al menos, un amante.

—¡Mira, Shirley! —interrumpió Caroline—. ¿Qué es ese punto rojo sobre

Stilbro' Brow? Tú tienes mejor vista que yo; vuelve tus ojos de águila hacia

allí.

La señorita Keeldar miró el lugar indicado.

—Ya veo —dijo, luego añadió—: es una línea roja. Son soldados...

soldados de caballería —se apresuró a agregar—. Cabalgan al galope; son

seis. Pasarán por nuestro lado, no, han virado hacia la derecha; han visto

nuestra procesión y dan un rodeo para esquivarla. ¿Adónde irán?

—Quizá sólo estén entrenando a los caballos.

—Quizá. Ya no se ven.

El señor Helstone intervino en aquel momento.

—Atravesaremos Royd-lane para acortar camino hasta el ejido de Nunnely

—dijo.

Y, por consiguiente, desfilaron hacia la angosta Royd-lane. Era un camino

SHIRLEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora