No esperaba entablar combate ni buscaba enemigos aquella compañía
dirigida por sacerdotes y mujeres oficiales; sin embargo, marchaban al son de
melodías marciales y —a juzgar por los ojos y el porte de algunos, la señorita
Keeldar, por ejemplo— aquellos sones despertaban, si no un espíritu marcial,
sí al menos anhelante: El viejo Helstone, que volvió la cabeza por casualidad,
la miró a la cara y se rio, y ella se rio de él.
—No hay ninguna batalla en perspectiva —dijo el rector—, nuestro país
no nos pide que luchemos por él; ningún enemigo o tirano pone en tela de
juicio nuestra libertad ni supone una amenaza para ella; no tenemos ningún
objetivo, tan sólo damos un paseo. Sujete bien las riendas, capitán, y apague el
fuego de ese espíritu; no se necesita: es una pena.
—Doctor, recétese a sí mismo —fue la respuesta de Shirley. A Caroline le
susurró—: Tomaré prestada a la imaginación lo que la realidad no quiere
darme. No somos soldados, no deseo derramar sangre, o, si lo somos, somos
soldados de Cristo. El tiempo ha vuelto hacia atrás unos cuantos siglos y
somos peregrinos que nos dirigimos a Palestina. Pero no, es demasiado
fantástico. Necesito un sueño más austero: somos habitantes de la Baja
Escocia y seguimos al capitán de nuestra alianza por las colinas para celebrar
una reunión fuera del alcance de las tropas que nos persiguen. Sabemos que tal
vez los rezos precedan a una batalla y, como creemos que, en el peor de los
casos, el cielo ha de ser nuestra recompensa, estamos dispuestos a regar la
hierba con nuestra sangre. Esta música espolea mi alma, despierta toda mi
vida, hace que me lata el corazón, no con su moderado pulso cotidiano, sino
con un nuevo y emocionante vigor. Casi ansío el peligro, defender una fe, una
patria o, al menos, un amante.
—¡Mira, Shirley! —interrumpió Caroline—. ¿Qué es ese punto rojo sobre
Stilbro' Brow? Tú tienes mejor vista que yo; vuelve tus ojos de águila hacia
allí.
La señorita Keeldar miró el lugar indicado.
—Ya veo —dijo, luego añadió—: es una línea roja. Son soldados...
soldados de caballería —se apresuró a agregar—. Cabalgan al galope; son
seis. Pasarán por nuestro lado, no, han virado hacia la derecha; han visto
nuestra procesión y dan un rodeo para esquivarla. ¿Adónde irán?
—Quizá sólo estén entrenando a los caballos.
—Quizá. Ya no se ven.
El señor Helstone intervino en aquel momento.
—Atravesaremos Royd-lane para acortar camino hasta el ejido de Nunnely
—dijo.
Y, por consiguiente, desfilaron hacia la angosta Royd-lane. Era un camino
ESTÁS LEYENDO
SHIRLEY
General FictionRobert Moore, «hombre importante, hombre de acción», dueño de una fábrica textil sacudida por los efectos económicos de las guerras napoleónicas y por el temor de los obreros a la revolución industrial, se debate entre el amor callado de su prima Ca...