CAPÍTULO XV . EL ÉXODO DEL SEÑOR DONNE

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Al día siguiente, Shirley manifestó a Caroline su satisfacción por el buen

resultado de la pequeña fiesta.

—Realmente me gusta agasajar a un grupo de caballeros —dijo—; es

divertido observar cómo disfrutan de una comida juiciosamente elaborada.

Verás, para nosotras esos vinos escogidos y esos platos científicos carecen de

importancia, pero los caballeros parecen conservar parte de la ingenuidad de

los niños para la comida, y es agradable complacerlos; es decir, cuando

muestran el oportuno y decoroso dominio de sí mismos que tienen nuestros

admirables rectores. Algunas veces he observado a Moore para tratar de

descubrir cómo complacerle, pero él no tiene esa simplicidad infantil. ¿Has

encontrado tú su punto débil, Caroline? Tú lo has tratado más que yo.

—En todo caso, su punto débil no es el de mi tío ni el del doctor Boultby

—respondió Caroline, sonriente. Sentía siempre una especie de tímido placer

al seguir la iniciativa de la señorita Keeldar de conversar sobre el carácter de

su primo: por ella, jamás lo habría sacado a relucir, pero cuando se la invitaba

a hacerlo, la tentación de hablar sobre aquel en el que no dejaba de pensar era

irresistible—. Pero —añadió— en realidad no sé cuál es, pues jamás he podido

observar a Robert sin que mi escrutinio se frustrara al instante al descubrir que

él me observaba a mí.

—¡Eso es! —exclamó Shirley—. No puedes clavar la vista en él sin que

inmediatamente él clave la suya en ti. No baja nunca la guardia; no te da

ninguna ventaja; incluso cuando no te mira, sus pensamientos parecen

entrometerse en tus propios pensamientos, buscando la fuente de tus acciones

y tus palabras, considerando tus motivos con toda comodidad. ¡Oh! Conozco

ese tipo de carácter, u otro del mismo estilo. A mí me irrita especialmente,

¿cómo te afecta a ti?

Esta pregunta era un ejemplo de los bruscos y súbitos giros de Shirley. Al

principio a Caroline solían ponerla nerviosa, pero había hallado el modo de

parar aquellas estocadas como una pequeña cuáquera.

—¿Te irrita? ¿De qué manera? —dijo.

—¡Ahí viene! —exclamó Shirley de repente, interrumpiendo la

conversación para ir corriendo hasta la ventana—. Ahí llega una distracción.

No te he hablado de la soberbia conquista que he hecho últimamente... en esas

fiestas a las que jamás consigo convencerte de que me acompañes, y la he

hecho sin esfuerzo ni intención por mi parte: eso te lo aseguro. Ya suena la

campanilla... y, ¡qué delicia!, son dos. ¿No cazan, entonces, si no es en

pareja? Tú puedes quedarte con uno, Lina; te dejo elegir; no dirás que no soy

SHIRLEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora