Sí, lector, ha llegado el momento de ajustar cuentas. Sólo queda por narrar
brevemente el destino final de algunos de los personajes a los que hemos
conocido en este relato, y luego tú y yo tendremos que estrecharnos la mano y
despedirnos por el momento.
Volvamos a nuestros muy amados coadjutores, a los que habíamos
descuidado tanto tiempo. ¡Acércate, humilde mérito! Veo que Malone
responde a la invocación con presteza: sabe reconocer su descripción cuando
la oye.
No, Peter Augustus, no tenemos nada que decirle; no puede ser. Es
imposible encomendarnos a la conmovedora historia de sus hazañas y
destinos. ¿No se da cuenta, Peter, de que un público entendido tiene sus
manías; de que la verdad sin adornos no sirve; de que los hechos desnudos
nadie los cree? ¿No sabe acaso que ahora se disfruta tan poco con el chillido
de un cerdo auténtico como en épocas pretéritas? Si relatara el desenlace de su
vida y milagros, el público se alejaría dando alaridos histéricos, y se elevarían
grandes voces pidiendo sales y plumas quemadas. «¡Imposible!», se declararía
aquí; «¡falso!», se respondería allá. «¡Nada artístico!», se decidiría
solemnemente. ¡Fíjese bien! Siempre que se presenta la verdad, llana y lisa,
acaba denunciándose como mentira: la repudian, la expulsan, la condenan al
ostracismo. Mientras que el producto de la imaginación, la pura ficción, se
adopta, se mima, se considera hermosa, adecuada, delicadamente natural; la
pequeña bastarda se lleva todos los dulces; la criatura sincera y legítima, las
bofetadas. Así es el mundo, Peter, y siendo usted un pilluelo legítimo, tosco,
sucio y pícaro, debe retirarse.
Deje su lugar al señor Sweeting.
Aquí llega, con su dama del brazo, la mujer más espléndida y pesada de
Yorkshire: la señora Sweeting; de soltera, la señorita Dora Sykes. Se casaron
bajo los mejores auspicios. Al señor Sweeting acababan de instalarlo en un
holgado beneficio eclesiástico y el señor Sykes estaba en situación de dar a
Dora una sustanciosa dote. Vivieron largos y felices años, amados por sus
feligreses y por un numeroso círculo de amigos.
¡Bien! Creo que le he dado una bonita capa de barniz.
Avance, señor Donne.
Este caballero se condujo de manera admirable; mucho mejor de lo que tú
y yo podríamos haber esperado, lector. También él se casó con una mujercita
sensata, callada y digna. El matrimonio fue obra de Donne, que se convirtió en
un marido ejemplar y en un párroco verdaderamente activo (como pastor se
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SHIRLEY
General FictionRobert Moore, «hombre importante, hombre de acción», dueño de una fábrica textil sacudida por los efectos económicos de las guerras napoleónicas y por el temor de los obreros a la revolución industrial, se debate entre el amor callado de su prima Ca...