Aquel día en el que nací, mi destino quedo sellado. Crecí como una princesa normal, de extraña apariencia pues poseo ojos de color carmín y pelo plateado, además no importa cuanto tiempo pase bajo el sol, mi piel siempre es de un color opaco, casi blanco. Sin embargo, me hubiera gustado conocer aquella leyenda a tiempo, para haberme alejado de el, para no haberlo lastimado.
Descubrí mi destino una noche, cuando tenía seis años, me encontraba jugando con Sebastian en la torre principal del castillo, siempre fui mas aventurera y extrovertida que él, era muy opuesto a mi, tenia lindos ojos azules tan claros como el cielo, acaramelados cabellos y una piel blanca, pero mas llena de color que la mía... él, tenia siete años cuando yo lo asesine.
Como todas las noches, obligue a Sebastian a subir conmigo pues yo siempre quería admirar la belleza de la luna pero quería que el me acompañara, era la única persona que me demostraba cariño en ese reino, ambos eramos muy unidos.
- Sube Sebastian, hay que ir mas alto -le dije con una tierna voz acompañada de una gentil sonrisa.
- No creo que este bien que estemos aquí arriba, nos van a regañar -su voz sonaba temblorosa- creo que será mejor que bajemos Selene.
- Vamos -dije- no seas miedoso.
- No lo soy, solo soy precavido -me respondió y entonces me acompaño mas arriba.
Hubiera deseado saber que esa luna roja debía estar sola, pues sería el comienzo de mi destino, uno que no podría controlar.
- Perfecto, subamos mas.
Nuestra respiración era agitada, estábamos cansados y se notaba pues ambos teníamos el sudor por toda la cara, mas yo pues traía un vestido morado grande y esponjoso, incomodo para caminar. Las nubes habían despejado el cielo nocturno dando a conocer la gran luz lunar. Estaba sorprendida, nunca había visto una luna así, era magnifica. Aun recuerdo que los rayos de luz llegaban directo a nosotros, sentía tranquilidad pero también empezaba a sentir algo extraño en el pecho, como si algo punzára mi corazón.
- Sebastian -fue lo que dije cuando no soportaba mas el dolor.
Mi mano derecha tocaba mi pecho, en dirección al corazón y la otra me sostenía, pues me había puesto de rodillas para tratar de disminuir lo que sentía.
- ¡Selene! -grito asustado- ¿qué te pasa?
- No lo se -digo aun mas asustada- mi... pecho.
La luna poco después aumento su brillo, ambos lo notamos pues cada vez se miraba mas iluminado como si el amanecer estuviera presente.
Varias personas en el reino salían para ver el acto nocturno, parejas y familias salían a verlo. Incluso el rey y la reina observaban por la gran ventana que se encontraba en su recamara, sin embargo, los guardias también notaron nuestra presencia en la torre.
Alarmados, subieron con sus armas dispuestos a disparar en cualquier movimiento fuera de lo normal. Los reyes, no tardaron en darse cuenta que esos "intrusos" eramos Sebastian y yo. Rápidamente llamaron a todos los que pudieron para dar aviso. Sin embargo, ese no era el problema.- Sebastian -dije con dolor- vete de aquí, baja rápido y así no te verán.
- No, claro que no -respondió casi a punto de llorar- no te dejare, además, no te encuentras bien.
- Por favor vete -suplique- no se que me pasa pero si se algo, no es nada bueno ni para ti ni para mi -estaba asustada, demasiado diría.
En ese momento mi pecho comenzó a brillar y ahora a, las punzada se habían ido pero en su lugar se quedo un fuerte dolor, todos los rayos de luz que antes estaban empezaron a juntarse y a llegar a mi, cada vez sentía el pecho apretado, sentía calor, estaba asustada.
Entonces, sin saber como me levante del suelo ya no sentía dolor, pero ahora todo mi cuerpo brillaba y mis ojos se miraban más tenebrosos que nunca, de pronto escuche que los guardias golpearon la puerta para poder entrar, mi sangre empezó a hervir y tenia deseos de algo que no era adecuado para una niña.
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La Guardiana
FantasiToda ternura o inocencia se desvaneció de la mirada de aquella niña, quien tenía en sus pequeñas manos la sangre de la única persona a la que quería, a quien adoraba con su alma y al que hace pocos segundos... había arrebatado la vida con sus manos...