Capítulo 19 | Maratón 3/3.

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Bill siente el golpe del agua fría y lo entiende. Van a ahogarlo allí, va a morir allí.

Richie trata de saltar a ayudarlo junto a Beverly, pero los niños aplican su fuerza sobrenatural e invisible para arrojar a ambos contra la pared.

Empiezan a hundir la cabeza de Bill, quien patalea con fiereza, pero no es suficiente.

—¡Bill!— grita Richie, desesperado, y siente que los niños empiezan a ejercer más presión en su pecho. Jadea.

—¡Sueltenlo! ¡No lo hagan!— les grita Beverly.

Entonces, la puerta del baño se abre de golpe, dejando ver a Stan y Eddie.

Los niños van a aplicarles su fuerza, pero entonces Eddie comienza a cantar:

—Las flores son tan bellas como sus sonrisas— canta con voz pausada—. Tan bellas son las flores...

—¿Qué carajos Eds?— masculla Richie.

Pero funciona, los niños dejan a Bill, que saca la cabeza del agua, tosiendo. Stan corre hacia él y lo ayuda a salir de la bañera.

Mamá... ella...— repiten los niños. Por sus mejillas caen lágrimas rojo sangre—. ¡Cállate!

Agarran a Eddie de la camiseta y lo estampan contra la pared, pero Eddie continúa, sin forcejear.

¡Cállate! ¡Cállate!

—¡Eddie!

Y, de pronto, los niños sueltan también a Eddie, que cae al suelo, jadeando. También liberan a Bev y Richie.

La puerta del baño se ha abierto y allí están Ben y Mike, pero no sólo ellos. Traen a la mujer fantasma, a la madre de los niños.

Los niños fantasma la enfrentan, tomados de las manos y con el ceño fruncido.

Tú no puedes entrar— le dicen, furiosos—. ¡Tú nos mataste! ¡Tú nos mataste!

El piso comienza a inundarse hasta el agua les cubre a todos los pies.

Los niños se lanzan contra su madre, que grita, agónica. Y entonces, los tres espíritus se deforman hasta desvanecerse en un último grito.

Luego, silencio.

....

—Dios, pobres niños— traga saliva Beverly, abrazando fuertemente a Ben y Mike, quienes corresponden el abrazo, y les pregunta—. ¿Cómo lograron que entrara?

—Ella vio a Bill a punto de saltar de la cornisa y simplemente entró junto a nosotros, como si supiera que debía hacerse cargo de lo que hizo— explica Ben.

Mike asiente.

Richie llega hasta Bill, se quita su propia chaqueta y lo envuelve con ella. Luego, lo abraza con mucha fuerza.

—Richie, e-e-estoy mo-mojado.

—Me importa un carajo— Richie le acaricia la cabeza, aún aturdido por el miedo de perderlo—. ¿Por qué siempre estás en peligro de muerte? ¿quieres que se me salga el corazón?

Bill suelta una risita nerviosa que acaba en una carcajada de alivio. Richie acaba por reír también, con alivio y suavidad.

—Gracias por venir por mí— dice, sin tartamudear—. Te amo, Richie.

Las mejillas de Richie se colorean de rojo.

Te quiero y no estoy bromeando | Staddie & Bichie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora