17. La lealtad

658 32 0
                                    

Acostado pensando en la noche anterior, Elías asimilaba la cita que había tenido. Había sido todo un fiasco. Incomoda al más no poder. Por un momento creyó que ya no lo volvería a ver o que tras la horrible cita que tuvieron ya no le pediría que lo volviera ver. Pero no fue así. Sintió un alivio al escuchar las palabras de Eaton invitándolo a volver a salir el próximo viernes. ¿Tendría planeado algo? ¿Irían ahora a un lugar más romántico? Estaba frio. Al menos sabía que con la escapada no tenía problemas. Pudo salirse y volver a entrar a la casa como si nada hubiera pasado. Había algo que necesitaban mejorar más, se dijo. Un horrido estruendo lo sacó de entre sus pensamientos. Aguardo unos segundos más para ver si lo volvía a escuchar u en efecto. Volvía a aparecer solo que esta vez era más ruidoso. Alguien había lanzado algo. Lo que lo hizo salirse de su cuarto fue escuchar los gritos de piedad que salían de la boca de Ernesto.

***

Puede ser algo asombroso el cómo las cosas pueden llegar a surgir de repente. En cuanto menos te lo esperas la taza en donde tenías el café de la mañana se ha hecho trizas en un abrir y cerrar de ojos. Hace una hora la madera no había estado quemada. Hace apenas ayer esa persona aún estaba con vida.

Así sucedió el día en que Ernesto, tranquilo e inocente, leía una novela contemporánea en su habitación. Leer lo hacía escaparse de su realidad y a pesar de que disfrutaba micho perderse en los libros, casi no lo hacía con normalidad. Le ponía más interés a otras cosas mediocres.

Estaba absorto en la lectura cuando alguien llamó a la puerta.

-¿Puedo pasar?

Era Christian. Ernesto se extrañó. Él no era una de las personas a las que Christian llegase a visitar. No era un Esteban o un Edward. Ni mucho menos un Ezequiel. ¿Por qué lo buscaba?

-Adelante

Cerró el libro colocando el respectivo separador en las páginas y lo movió a un lado de él. Christian entró rápido. Iba vestido del mismo traje de todos los días. Su cara reflejaba una seriedad monstruosa. No estaba para nada contento. Lo miró fijamente. La sien le palpitaba

-Hay algo que siempre hago cada vez que llega un nuevo inquilino- prosiguió- y ese algo es decirle a su antecesor que le cuente acerca de las reglas en la casa. Porque todo lugar tiene que tener reglas para que funcione ¿No es así?

Ernesto movió la cabeza en señal de afirmación. Los monólogos de Christian no eran nada buenos.

-Lo hice contigo. Cuando Elías apareció aquí te pedí de favor que le explicaras a detalle las reglas al igual que lo hice con Esteban cuando tu llegas aquí. ¿No es así?

-Lo recuerdo.

Su mirada se había vuelto amenazante. Ya había estudiado a su presa, ahora solo faltaba atacar.

-Entonces ¿Por qué hozas a quebrantar las reglas?

¿Quebrantar las reglas? Ernesto no sabía a lo que se refería. No recordaba haber roto alguna de ellas. Las sabía perfectamente y estaba seguro de que no había sucedido.

-¿De qué hablas? Yo no he hecho nada.

Christian sonrió.

-¿Dónde pasaste la noche el día en que tú y tus hermanos se fueron al Club? No llegaste ese día a dormir.

¿Que buscaba? ¿Qué era lo que traía entre manos? Si le contaba la verdad no estaba seguro de si haría bien mal. La actitud de Christian lo hacía dudar de hasta quien era. Optó por hablar dándole vueltas al asunto

-Con unos amigos

-¿Quienes? Si tú ni sales de aquí

- Algunos

-¡Ah! ¿Y son muy unidos a ti?

-Si

Esto enfureció a Christian. Tomó el libro que Ernesto estaba leyendo y lo lanzó contra el ropero del chico haciendo un ruido estrepitoso. Ernesto se asustó. Lo sujetó con fuerza del cuello de su playera y li acercó a él. Tanta era su cercanía, que Ernesto vislumbró la agonía y euforia en su ser.

-¿Tienes idea de cuál era el nombre de alguno de ellos?

Ernesto lo miró. Tenía miedo. Christian lo estaba lastimando y asustando. Trató de hacer memoria. Pero no lo recordaba en absoluto.

-Eso creí.

Lo tomó con los dos brazos, lo alzó y lo dejó aterrizar, del otro lado del cuarto contra el librero dejando que varios libros cayeran al unísono. Ernesto yacía en el suelo, sintiendo un dolor en la espalda.
Christian se acercó a él para sujetarlo de los cabellos y gritarle al oído:

-¡UNAS SIMPLES REGLAS NO PUEDES CUMPLIR, ERNESTO! ¡CON ESTO LO PENSARAS DOS VECES CUANDO QUIERAS VOLVER A TRAICIONARME!

Lo levantó y le plantó dos grandes puñetazos, uno en cada pómulo. Ernesto calló al suelo nuevamente. Tenía la vista nublada. Sentía su cabeza vibrar e hinchada. Trató huir a duras penas, pero Christian lo mantenía firme.

-¡Por favor, Christian déjame!- le suplicaba con lágrimas en los ojos. Pero Christian simplemente no tenía cabeza para el perdón.

-Esto no lo pensaste cuando estuviste con el ¿verdad?

Una bofetada aterrizó en el rostro de Ernesto volteándole la cabeza. Lo jaló por entre los cabellos y azotaba su cabeza contra la pared. Puñetazo tras puñetazo nacían de sus brazos. Los gritos de Ernesto eras fuertes que cualquier inquilino de la casa los podría escuchar.

Elías se acercó al escuchar a su hermano llorar y gritar. Entró en la habitación y al ver la escena, fue tras Christian y se lo quitó de encima.

-¿¡PERO QUE TE PASA!? No vuelvas a tocarlo

Christian notaba la cara de decepción en Elías. Acompañado de susto y trauma. Ernesto apenas y se movía. Sentía un alivio de que alguien lo haya escuchado. Ahora podía dormir en paz.

La Casa De Los Susurros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora