Parte Veinte

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Tal como había esperado Blair, a las ocho menos diez de la tarde del día siguiente, Harry pasó por delante de la galería como de costumbre, solo que aquella vez, Nina no lo acompañaba, y además, entró en la tienda. Blair frunció el entrecejo extrañada, y se puso a revisar unos albaranes, fingiendo estar atareada. Por suerte, el señor Taylor estaba allí también.

—Ah, buenas tardes, Harry —lo saludó el dueño con una sonrisa—. Me alegro de verte. ¿Estás buscando algo en particular?

A Harry la presencia de Brand Taylor lo había pillado por sorpresa ya que, la mayor parte de los días anteriores, cuando había pasado con Nina por delante de la galería, Blair estaba sola. Ya era mala suerte...

—No, solo quería echar un vistazo —contestó.

—Bien, bien, adelante. Blair te informará de los precios si ves algo de tu agrado. Harry miró en dirección a la joven, pero ella ni siquiera se dignó a levantar la
cabeza de los papeles que tenía en las manos. Él empezó a pasearse por entre los cuadros expuestos, y observó con curiosidad que Blair lanzaba de vez en cuando furtivas miradas hacia la puerta, como si esperara ver aparecer a alguien que la rescata. Lo cierto era que no le extrañaría si así fuera, después del modo en que la había tratado.

Mientras la observaba, advirtió que parecía haber perdido peso, que estaba algo pálida, y que tenía ojeras. Se acercó hacia ella, sintiéndose como una sabandija cuando vio que daba un respingo, como si le tuviera miedo. ¿Cuánto daño podía hacérsele a alguien sin pretenderlo?

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó ella en un tono tirante, obligándose a mirarlo.

Harry pudo leer el dolor en sus ojos azules.
—Blair, yo... —comenzó inseguro.
Sin embargo, en ese momento se oyó la campanilla de la puerta al abrirse, y los dos giraron la cabeza. Era Randall, que saludó al señor Taylor antes de acercarse a Blair. El joven sabía muy bien cuáles eran los sentimientos de Blair hacia Harry, y también sabía lo que estaba sufriendo por su causa. Tal vez por eso, se despertó de pronto en él un instinto protector que ignoraba que tuviera, y rodeó la cintura de Blair y la besó dulcemente en la mejilla, consciente de que el ranchero lo estaba mirando como si quisiera matarlo.

—Hola, cariño —le dijo a la joven—. ¿Lista para irnos?

—Sí —musitó Blair—, iré a por mi bolso —y fue a la trastienda.

—Vamos a comprar los anillos —le dijo Randall a Harry, observando la expresión de su rostro—. Blair y yo vamos a casarnos en Navidad.

«Vamos a casarnos, a casarnos, a casarnos...». Las palabras se repitieron como un eco en la mente de Harry hasta casi enloquecerlo. Blair iba a casarse con Randall... Iban a comprar los anillos... No, era imposible. Él había ido a la galería para pedirle perdón a Blair, a ponerse de rodillas ante ella si era necesario, a pedirle que tuvieran su primera cita, a construir una relación con ella... Pero Randall se le había adelantado.

Todo era culpa suya. La había herido, atormentado... incluso él mismo la había alentado a aceptar la proposición del estudiante de medicina. Durante el resto de su vida iba a tener que vivir con aquello, y con el conocimiento de que ella no amaba a Randall pero iba a casarse con él.

—¿No vas a darnos la enhorabuena? —lo provocó el joven—. Voy a hacerla muy feliz.

«¿Y cómo crees que vas a conseguirlo cuando es a mí a quien ama?», Se dijo Harry con amargura. Se metió las manos con rabia en los bolsillos y se mordió la lengua, girándose atormentado hacia Blair cuando regresó con su bolso.

—Cuando quieras, Randall —le dijo al joven con voz queda.

Harry seguía mirándola fijamente y, al mirarla de cerca, casi le costó trabajo reconocer a su Blair en la chica que tenía delante. El brillo de sus ojos se había apagado, como si el espíritu travieso y alegre que siempre le había parecido que habitaba en su interior la hubiera abandonado.
Daba la impresión de que de la noche a la mañana se había convertido en una mujer de mediana edad.

—Bueno, pues nos vamos —dijo Randall sonriendo, mientras la tomaba del brazo—. Hasta luego, Harry.

Este los vio salir de la galería con los ojos de un hombre al que fueran a ahorcar. Iba a casarse con Randall...

—¡Dios, no! —masculló en voz baja, saliendo del estado de trance en el que estaba. Tenía que detenerla. Pero cuando salió de la tienda, sin despedirse siquiera de Brand Taylor, se tropezó con Nina, que doblaba la esquina en ese momento.

—¡Ah, aquí estás! —lo saludó alegremente, colgándose de él.
Blair, que iba caminando calle abajo con Randall la oyó, pero no se dio la vuelta. Por un instante, había pensado que tal vez Harry había ido a la galería para verla, pero solo había quedado allí con la modelo, para atormentarla a ella, como los días anteriores. Entrelazó su mano con la de Randall y la estrechó con fuerza, siguiéndolo como una zombi, y escuchando sus planes para el fin de semana sin oír en realidad una palabra.

Durante los días que siguieron, Harry estuvo muy callado e irritable, ahogando sus penas con el trabajo en el rancho, como para castigarse por lo que había hecho, y agotando también a sus hombres, como si tuvieran que sufrir con él.

—No había visto a tantos de nuestros peones un domingo en la iglesia desde hacía tiempo —murmuró Theodora Styles divertida una noche mientras cenaban en familia—. Seguro que todos habían ido a pedirle a Dios «por favor, señor, líbranos de Harry, y no nos dejes caer en la tentación, amén».
Los demás se rieron, pero Harry frunció el ceño molesto.

—No tiene gracia —masculló.
Miranda lo miró sorprendida. No parecía el mismo hombre jovial al que había conocido un año atrás.

Perfecta para él. | Harry Styles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora