Parte Treinta y Cuatro

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Cuando Harry detuvo el coche frente a la casa de Blair, Lori, el ama de llaves, una mujer bajita y entrada en años, estaba esperándolos en el porche. El ranchero se sintió agradecido que trabajara en régimen de interna.

No le hacía gracia tener que dejar a Blair sola, y el estar con ella ponía a prueba su autocontrol hasta el mismo límite.

Únicamente su situación de convaleciente impedía que se rindiese a sus pasiones, porque, al contrario de lo que la joven creía, era deseo lo que sentía por ella, no remordimientos, ni lástima. La deseaba de tal modo, que era casi como una fiebre.

Salió del coche y lo rodeó para abrirle la portezuela y tomarla en brazos, siguiendo a Lori al interior de la casa, y después escaleras arriba hasta el dormitorio de la joven.

— ¡Qué alegría tenerte de nuevo en casa, Blair! — exclamó la mujer mientras ascendían la escalera—. Hemos estado todos tan preocupados por ti, chiquilla...

—Gracias, Lori —murmuró Blair.
Estaba pasando un mal rato, tratando de ocultar lo que le estaba haciendo el que Harry la llevara en brazos. Podía sentir los fuertes latidos de su corazón contra su pecho, y por el modo en que se tensaban las facciones de él, no le era difícil imaginar que el contacto de sus blandos senos lo estaba excitando.

Para cuando llegaron al dormitorio, Blair estaba casi temblando, y también ella se sintió agradecida por la presencia del ama de llaves.

—Bueno —dijo de pronto Lori—, pues ya que el señor Styles está aquí, aprovecharé para acercarme un momento a comprar unas cosas que necesitamos para el almuerzo.

— ¡No! —exclamaron Blair y Harry al unísono.

La mujer dio un respingo, sobresaltada, y se giro para mirarlos. Por un instante le pareció que los dos se habían sonrojado, pero se dijo que debía haber sido su imaginación.

— Solo serán unos minutos... —murmuró, frunciendo el entrecejo.

—No se preocupe, me quedaré —claudicó Harry tras carraspear un poco, mientras depositaba a Blair sobre la cama.

—Bien, estaré de vuelta en un santiamén —respondió la mujer sonriendo.

Salió de la habitación, cerrando tras de sí, y al cabo de un rato oyeron también el ruido de la puerta de la casa, el coche poniéndose en marcha, y cómo se alejaba.

Harry bajó la mirada hacia Blair,
observando el modo en que sus hermosos cabellos de oro le enmarcaban el rostro. Tenía las mejillas arreboladas, y sus ojos azules lo miraban embrujados.

La joven advirtió, por cómo subía y bajaba el pecho de Harry, que su respiración se había vuelto irregular, y sus ojos descendieron hasta el cinturón del ranchero y al bulto inconfundible que se había formado más abajo. Se sonrojó ligeramente, pero su mirada fue bajando, a las musculosas piernas, y volvió a subir hasta los anchos hombros, el rostro bronceado por sol de Texas y los negros ojos.

Harry, por su parte, también estaba devorándola con la vista: primero las largas piernas, después las sensuales caderas, los generosos senos. Los pezones se endurecieron de inmediato bajo la fina tela del vestido, y Harry tuvo que apretar los dientes y los puños para no lanzarse sobre ella.

—Te estás excitando —le dijo la joven, casi sin aliento.

—Tú también —contestó él con voz ronca.

Blair tragó saliva y se mordió el labio inferior.

—¿Y qué se supone que pasa ahora? —inquirió en un susurro.

—Pues que vamos a rezar porque Lori vuelva pronto— murmuró él, esbozando una media sonrisa—... antes de que haga algo que los dos ansiamos.

Blair dejó escapar el aire de sus labios. Se recostó contra los mullidos cojines que Lori había colocado encima de la almohada, y se deslizó lánguidamente hacia abajo, sobre el edredón de flores, colocando los brazos a ambos lados de la cabeza, en una
muda invitación.

Harry se estremeció, pero no se atrevía a moverse de donde estaba, pues estaba seguro que, de tocarla, de besarla, no podría parar, y terminaría poseyéndola.
—Harry... —le susurró ella con voz tentadora. Flexionó una pierna muy despacio, levantando la falda del vestido para dejar al descubierto el muslo, y la respiración del ranchero se volvió casi jadeante.

—Blair, para por favor.

—Pero tú me deseas... —murmuró ella, obstinadamente.

—Sí, más de lo que te imaginas, pero no puede, ocurrir así —le espetó con aspereza, dándole la espalda.

—¿Por qué no?

Harry apoyó las manos y la frente contra la puerta cerrada.

—Porque siento que no puedo esperar más para hacerte mía —le dijo con voz ronca—, y no quiero que nuestra primera vez sea... un acto desesperado.

—Pero a mí... no me importaría —le susurró ella, ávida por que él aplacara la sed que había provocado en ella.

— Sí, claro que te importaría —replicó él. Se dio la vuelta de nuevo, apoyando la espalda contra la puerta, y la miró—. Cierra los ojos y trata de relajarte hasta que vaya pasando.

Blair dejó que sus párpados cayeran, estremeciéndose al notar que su cuerpo estaba siendo bañado por olas de sensaciones todavía demasiado nuevas para ella: deseo, tensión, excitación...
Mientras, Harry la observaba, deleitándose con la seguridad de que estaba sintiendo exactamente lo mismo que él, y de que su apetito sexual podría igualar al suyo a pesar de su inocencia.

Si la reacción de Louisa aquel día no lo hubiera dejado tan marcado, sin duda no estaría siendo capaz de mantenerse apartado de Blair tanto tiempo.

Tras un minuto o dos, la joven se hundió en el colchón con un suave suspiro, y la tensión pareció abandonarla.

—¿Mejor? —inquirió Harry.

Perfecta para él. | Harry Styles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora