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Christopher Vélez lleva los últimos días despertando de pésimo humor, porque su estúpido vecino llega cada madrugada haciendo un ruido insoportable.

Cada madrugada desde que se mudó al apartamento sobre el suyo.

El ruido proveniente del auto del orangután que seguramente pasa cada noche emborrachándose o quién sabe qué otras cosas peores, hace que se replantee el hecho de querer comprarse una casa propia.

Se levanta para ir a sacar la basura, así toma un poco de aire y es más fácil despertar.

Camina pesadamente, tropezando con Haunter, su gato chilla y Chris solo se limita a disculparse con la mirada.

Tiene demasiado sueño.

—Este barrio era seguro, hasta que llegó el delincuente del apartamento de arriba.

—Chris, querido —reprocha la señora Collins— no lo conoces aún, no es bueno juzgar a la gente, aunque tampoco me deje dormir a mí.

Él la mira con una sonrisa.

A sus 60 años, viuda y viviendo sola en la casa del lado, la señora Estefanía Collins es su única amiga en toda la manzana.

Cada mañana cuando va a tirar las bolsas en el cubo que le corresponde, se queda unos minutos a hablar con ella.

—Ahora apúrate, llegarás tarde al trabajo.

Con pánico en la mirada, después de darle un beso en la frente, Chris se despide y corre a la ducha.

Como cada mañana cepilla sus dientes mientras abre una lata de comida para Haunter, no logra acostumbrarse a cepillarlos mientras se baña para ganar tiempo, como le ha recomendado Joel.

Se viste rápidamente y sale por un taxi.

No solo necesita una casa, también necesita un auto.

—Diablos, mierda, maldita sea y todo lo demás —dice en susurros al ver la hora.

Decidido a caminar hasta la avenida, tropieza con el cubo de basura del apartamento 2, yéndose de bruces contra el piso y se desparrama junto a los restos de comida.

—¿Qué demonios haces? —pregunta el tipo que odia.

Es la primera vez que cruzan palabra.

Se levanta con las mejillas ardiendo y voltea a verlo.

Es contrario a todo lo que imaginó.

Sus ojeras indican que no ha dormido, pero eso es secundario.

El tipo frente a él es hermoso.

—Tropecé —susurra con vergüenza— levantaré este desastre al volver del trabajo.

—Vaya que eres ruidoso —dice negando con la cabeza.

Christopher abre la boca sin poderlo creer, y quiere pensar que no ha escuchado bien.

—¿Qué yo soy ruidoso? —la indignación se refleja claramente en su rostro— ¿Tú estás acusándome a mí de ser ruidoso?

—Creo que eres quién acaba de tropezar escandalosa y torpemente con el cubo de mi basura, así que sí.

—Yo no despierto a todo el vecindario cada madrugada con esa chatarra a la que llama coche —lo acusa con el dedo— cómprese un silenciador.

—¿No sabes nada de autos, eh? —suelta y su sonrisa burlona enfurece más al castaño.

—¡Váyase al demonio! Vuelva a beber, para que se duerma y no se entere de lo que ocasione mi torpeza. Por la tarde levantaré su mierda, así que cierre el pico.

Christopher respira profundo tratando de controlar su arrebato.

—Llegaré tarde —dice más para sí mismo— no he dormido nada, no he tomado café, y usted me ha hecho decir malas palabras de mierda, más vale que me vaya antes de que lo golpee o haga algo peor.

—Esa es una buena idea —responde asintiendo— no me gustaría arrestarlo.

Chris lo mira perplejo.

—Por cierto mi nombre es Richard, lamento tener un horario tan irregular, soy policía.

Le dedica una última sonrisa y camina de vuelta hacia la casa.

Más avergonzado, Chris va a la avenida, seguro de que será un mal día de mierda.

Las siguientes horas se lo confirman, porque todo está saliéndole mal.

—Odio mi jodida vida —dice al llegar a la cafetería como cada viernes para almorzar con sus amigos.

—Dímelo a mí —responde Johann— últimamente Paula está insoportable, he considerado en serio tomar el mismo camino que ustedes.

Joel y Chris ríen, ambos son homosexuales, Zabdiel y Johann no lo son.

—Es que todas están locas —recalca el castaño

—Una me quiso cortar el pene anoche, no entiendo porque exigen compromiso —cuenta Zabdiel, tomando algo de limonada.

A diferencia de Johann, que lleva una relación de dos años, Zabdiel prefiere divertirse, Chris prefiere a su gato y Joel lleva 4 años enamorado de su compañero de trabajo, Erick.

—Esta mañana conocí a mi vecino —comienza a contar— él es diferente a como lo imaginamos.

—¿Alcohólico guapísimo?

—Casi, resulta que es policía, pero lo de guapísimo, pues sí.

Un pequeño silencio se instala en la mesa cuando Erick pasa por el lado, da un saludo general, y se sienta al fondo, como siempre, solo.

—Nunca me hará caso —dice el rizado.

—Nunca lo has intentado, Joey, y deberías.

Joel sonríe negando con la cabeza, es incapaz de acercarse a Erick, lo suyo es observarlo desde la oscuridad y defenderlo de todo aquel que dice que es raro, porque para él, solo es un poco cerrado.

—Quiero entablar algo serio, pero las mujeres lo hacen tan difícil —alarga Zabdiel— ya tengo 30, voy a morir solo.

—La mujer perfecta, no existe, así que no seas exigente —le recomienda Johann— te lo digo por experiencia propia.

Chris saca su cuaderno y un lapicero, porque se le ha ocurrido algo.

—Número uno, lavar los trastes —dice riendo.

—Espera, no, hagamos esto bien —habla Joel agarrando las hojas— por orden de importancia.

Fidelidad, luego de discutir, queda en primer lugar; 

Agradable, queda en el segundo; 

De confianza, se escribe en el número tres; 

Debe tener un trabajo, y disfrutarlo, el cuatro; 

Sentido del humor, es el quinto punto.

—Esta lista es demasiado homosexual, sin ofender —dice Zabdiel mirando a sus dos amigos.

—Tiene razón —lo sigue Johann— ¿Ya podemos pasar a lo bueno?

Número seis, debe tener su propio dinero; 

Siete, debe ser guapa; 

Ocho, estupenda en la cama; 

Nueve, debe tener los pechos grandes, no enormes, no medianos, GRANDES; 

Y diez un culo bonito.

Los cuatro ríen al finalizar la lista, porque les parece divertido.

Erick ha escuchado todo, y en él no causa el mismo efecto.

No es gracioso.

La mujer perfecta || Joerick-Oreo || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora