1. ¿Tienes helado?

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Caminaba de un lado a otro con el móvil en la oreja y las lágrimas al borde de los ojos.

-¿Me dejas por esa estúpida zorra operada? ¡Cómo eres capaz! ¡Yo te quería hijo de puta!

-Lo siento ¿vale?, el amor es así- dijo el muy cabrón-. Podemos seguir siendo amigos.

-¿Seguir siendo amigos? ¡¿Tienes la cara de dejarme por teléfono y decirme que podemos ser amigos?! Pues que yo sepa, un amigo no quiere arrancarle las pelotas al otro- le dije yo.

-¿Puedes calmarte por favor? No hagas un drama de esto.

¿Qué no hiciera un drama? ¡Estaba dejándome por teléfono después de tres años de relación!

-¿Sabes qué? Ojalá esa puta de la que te has "enamorado" te pegue una de las muchas enfermedades que tiene en su vagina. ¡Que te den por culo gilipollas!

Le colgué sin ni siquiera escuchar lo que iba decirme. Tiré el móvil al sofá sin preocuparme de él, después, me dejé caer en el sillón. Solo de pensarlo me daban ganas de morirme. ¿Cómo un ser al que ni siquiera le importaba podía hacerme tanto daño?

Me tapé la cara con las manos para llorar. No quería llorar por esa basura pero no podía parar, era lo que el cuerpo me pedía.

Me levanté furiosa y me dirigí a una de las muchas cajas que aún tenía por todo el piso. Me había mudado al centro de la ciudad para estar más cerca de él y así me lo agradecía el muy... ni siquiera hay un insulto que le defina a la perfección.

Aparté algunas cajas hasta llegar a la que quería y la abrí, estaba llena de mierda, quiero decir, regalos del gilipollas. Lo primero que saqué fue un collar que me regaló por nuestro aniversario... de los chinos. Lo tiré al suelo y lo pisé hasta que se rompió, era una buena forma de liberar la ira. Lo siguiente fue un jarrón de cristal... de casa de su madre. El muy idiota no tenía regalo y pilló lo primero que vio, puso unas rosas y creyó que con eso bastaba. Era un puto tacaño. ¿Sabéis lo que le regalé yo? Le regalé un IPhone con fotos mías en ropa interior, se pasó toda la cena con el móvil, lo miró más que a mí. Y lo peor es que aún lo sigue teniendo junto con las fotos.

De repente la puerta principal se abrió y tiré el puto jarrón haciendo que se estrellara contra la puerta. Se oyó un golpe a la misma vez que el cristal roto. Juraría que la persona se había tirado al suelo.

Su cabeza se asomó por el lado. Era un chico de mi misma edad, más o menos, de cabello castaño y ojos azules intensos. Parecía caído del mismísimo cielo, un ángel.

-¿¡Pero qué coño te pasa!?- me preguntó gritando desde el suelo.

-¿Quién eres?- evadí su pregunta.

-Yo soy tu vecino. Vivo justo en frente.- dijo levantándose y sacudiéndose la ropa.

El chico cerró la puerta tras de sí y caminó por la sala como si estuviera en su propia casa.

-¿Cómo has entrado?- me acerqué a él.

Metió la mano en el bolsillo izquierdo de sus vaqueros y sacó unas llaves.

-Me las dio la antigua inquilina ya que bueno... me pasaba aquí casi todo el día. Especialmente en la cama, ya me entiendes- dijo a la vez que me giñaba el ojo izquierdo. Maldición, me había tocado un vecino estúpido-. Por cierto, ¿Por qué me has tirado un jarrón?- me preguntó.

Por un momento había olvidado al idiota y el estúpido va y me lo recordaba. Los ojos se me aguaron y la fuerza desapareció. No quería llorar delante de él pero no podía aguantar, de alguna forma tenía que deshacerme de la ira.

Me dirigí al sofá escapándoseme en el camino un sollozo. La cara del chico cambió enseguida por la preocupación.

-¿Estás llorando? ¿He dicho algo que te ha molestado?- me siguió hacia el sillón y se sentó a mi lado-. Lo siento si es por mi culpa, no quería ofenderte.

Negué con la cabeza, el chico se estaba echando la culpa cuando no la tenía.

-¿Entonces?

Tragué saliva.

-Es que...- casi ni podía hablar. Me sorbí los mocos a la misma vez que me limpiaba una lágrima de la mejilla-. Mi novio acaba de dejarme por teléfono.

Al recordarlo volví a sollozar y las lágrimas salieron disparadas. El chico me rodeó con los brazos y me apegó a su pecho. Agarré su camiseta con fuerza.

-Ese tío es un idiota- dijo para reconfortarme.

Me limpié las lágrimas de la cara con la mano otra vez. Algo me llamó la atención y fue su olor. Nunca ningún chico con el que había estado había olido tan bien. No me quería separar de él jamás.

-Yo puedo ayudarte. Cualquier cosa que necesites, clínex, sal, sexo... solo tienes que pedírmelo.

Me separé de él y le miré a los ojos. ¿Había escuchado bien? ¿Me acababa de ofrecer sexo? Mejor no lo quiero saber.

Aunque sí que me apetecía otra cosa.

-¿Tienes helado?- le pregunté.

-Am... No. Eso no.

-Pues ya te puedes ir.

Me levanté del sillón, el chico también y le fui empujando hacia la puerta. Quería llorar sola.

Me tiré todo el día tumbada en el sillón llorando y viendo la tele ya que todo lo demás seguía guardado. De repente me empecé a... bueno... ponerme caliente. Siempre me pasaba en la hora de la siesta. Y lo peor es que ya no tenía a mi novio para desahogarme. Sollocé de nuevo al recordarlo.

Se me vino a la mente lo que me dijo aquel chico, mi vecino de enfrente. Seguramente no le importaría hacerme el favor. ¡Va! Seguro que no, más bien le estoy yo haciendo el favor a él.

Me levanté, apagué la tele y me dirigí a la puerta esquivando los trozos de cristal del jarrón roto que aún no había recogido.

Caminé a lo largo del pasillo y llamé a su timbre. Después de unos segundos abrió y se sorprendió al verme.

-¿Follamos?- le pregunté directamente, no quería perder tiempo.

El chico se quedó aún más sorprendido pero después sonrió.

-Claro.

Me dejó pasar y cerró la puerta tras de mí. Me quité la camiseta azul celeste que llevaba puesta en medio del salón.

El chico se acercó a mí, me rodeo por la espalda y empezó a darme besitos en el cuello, se sentía bien pero no había venido a eso.

-Eh, ¿Qué haces?- dije mientras me daba la vuelta y le separaba.

-Besitos en el cuello, se lo hago a todas mis novias.

Me asusté ante tal palabra.

-Oye, no te confunda. No somos pareja. Nada de besos, ni caricias, ni mierdas. Solo vamos a follar.

El chico se quedó mirándome pensativo como si fuese un alien que acababa de decirle sobre la existencia de seres vivos en el espacio.

- ¡Dios, ¿Dónde has estado toda mi vida?!

Sonrió como un estúpido y se quitó la camiseta en tiempo récord. Me agaché para desabrochar el botón de sus vaqueros.

-Por cierto me llamo Max-dijo.

-Claudia. ¿Dónde está la cama?

Max me señaló el fondo del pasillo y me encaminé hacia allí. El chico se bajó los pantalones y, caminando hacia mí, se deshizo de ellos. Yo me desabroché mis vaqueros y me tiré a la cama.

Sentía que estaba engañando a Manuel, pero no era así. Nosotros ya no éramos nada y ahora era libre de hacer lo que quisiese con quien quisiese. Iba a disfrutar este momento.

Vecinos con derechosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora