Sexto capítulo.

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Lunes, 9:30 p.m.

El pequeño Harry escuchaba atentamente como la suave voz de su madre le leía, por enésima vez, aquel pequeño libro que era su adoración literaria: El Principito, de Antonie de Saint-Exupéry. Anne se lo había comprado hace, quizá, dos años y, a pesar de eso, el libro se encontraba en perfecto estado debido al cuidadoso trato que el menor centraba en él. Para Harry, aquel libro de portada azul y hojas delicadas era su mayor posesión, no solo por los retratos mágicos que yacían dentro de  él, sino también por las sabias enseñanzas que guardaban las frases del protagonista de la obra literaria. El ojiverde había escuchado aquella bella y singular historia incontables veces puesto que siempre lograba que alguien se la leyera. Era bastante simple para él, solo tenía que sonreír con gracia y ternura, remarcando sus simpáticos hoyuelos en sus mejillas, y lograba la atención de alguien con rapidez, que, por lo general, era su madre o Amy.  Y aquello, en realidad, estaba bien, porque un pequeño niño siempre necesita la atención de alguien para sentirse querido y apreciado.

El principito le había enseñado, sobretodo, que no se necesita ser un adulto para saber lo que es amar sinceramente.

"Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos".

(...)

Tras haber terminado de leer el penúltimo capítulo de libro, Anne se percató de que su niño se había quedado dormido en medio de la escasa luz que emanaba la lámpara azul sobre la mesita de noche, así que en un ligero movimiento, subió las sábanas, también azules, para cubrir el pequeño cuerpo de Harry y, posteriormente, dejó el libro sobre el pequeño estante de madera en el que su hijo guardaba sus cuadernos de colorear. Cuando volvió a la mesita de noche, tomó entre sus manos un plato con algunas migajas de galletitas y, antes de salir, movió el cabello del menor  y depositó un cariñoso beso sobre su frente.

Aquella noche la habitación desprendía un delicado aroma a canela.

(...)

Era cerca de la media noche cuando Harry se despertó de su profundo sueño. Había escuchado murmullos lejanos que no sabía de donde provenían. Sin embargo, después de despabilarse un poco y estirar sus pequeños bracitos en dirección a las estrellas colgantes del techo de su habitación, el ojiverde pudo, finalmente, reconocer aquellas voces.  Se trataba de su mami y de su padre.

El pequeño Styles se preguntaba que hacían sus padres despiertos hasta tal hora porque, a pesar de que él no supiera leer la hora en un reloj de manecillas, deducía que era bastante tarde debido a las parpadeantes lucecitas  que se extendían en aquel sombrío infinito llamada cielo, además de que la calle frente a su casa estaba totalmente solitaria.

Pero, aún más importante que aquello, ¿de qué hablaban sus padres que fuera tan importante como para no esperar hasta mañana?

Con cuidado de no hacer demasiado ruido, Harry se colocó sus suaves pantuflas azules de gatito, con pequeñas orejas triangulares que sobresalían, y se escabulló en medio de la puerta entreabierta hasta llegar al pasillo, atravesándolo y, con la misma cautela, comenzó a bajar escalón por escalón, situándose en medio de la escalera de madera. Ahora vislumbraba, a través de la sala de su casa, la cocina en donde se encontraba la figura de su madre parada de espalda ante él, y aunque no viera a su padre, su voz pregonaba que también estaba allí.

El ojiverde se escondió tras el barandal, sentándose en uno de los escalones, y se quedó estático en aquel lugar mientras escuchaba a hurtadillas la discusión de sus padres. Sin embargo, Harry aún no se percataba de ello debido al volumen de voz utilizado por sus padres, quienes era conscientes de que tenían un pequeño niño plácidamente dormido al subir las escaleras. O al menos, eso suponían.

Stay With Me ♦Larry Stylinson♦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora