Sus palabras contundentes me recordaron quién era, por un instante olvidé que pertenecía al averno, supongo que las almas perdidas no pueden darse el lujo de pensar en la felicidad, pero entonces ¿por qué ese pajarillo insistía en guiarme hacia el tan añorado paraíso para almas puras?
—A todas aquellas aves, Nathaniel Proulx.
Trago saliva y una gota de sudor navega por mi espalda. Algo se cae en el piso de abajo, como una pava o algo de aluminio y mi oído se agudiza cuando escucho que la madera de la escalera cruje, no se perciben pies pesados, es como si alguien estuviera caminando en punta de pie, intentando pasar desapercibido. Los asesinos hacen eso, aparece una voz en cabeza como para torturarme un poco más. Me tapo hasta la nariz, dejando solo descubiertos mis ojos que ya se están acostumbrando a la oscuridad, estoy a un crujido de meterme bajo la cama y si no fuera porque tengo miedo de hacer ruido y delatarme ante un posible asesino, ya estaría hecha una bolita dentro del armario, conteniendo la respiración.
El asesino camina por el pasillo y trago saliva intentando no hacer ruido al respirar, sé que no puede escuchar mi respiración por el ruido de la lluvia, pero quizás me delato al toser o bostezar. Comienzo a tiritar, más por pavor que por frío y todas las imágenes de las películas de terror que me obligaron a ver mis amigas aparecen en mi mente, castigándome y haciendo que cada segundo dure una eternidad.
Uno, dos, tres, cuatro. Camina pausado, como si estuviera recorriendo la habitación. Cinco, seis, siete, ocho. Si tan solo tuviera un cuchillo o gas pimienta. La madera cruje por última vez y el andar del psicópata que ha irrumpido en la casa se detiene justo enfrente de mi puerta, como si supiera que hay alguien del otro lado. Un relámpago vuelve a iluminar la habitación y la sombra de sus pies aparecen debajo de la puerta, lo imagino gigantesco, triplica mi silueta, capaz de asesinarme con una sola mano sin dejar ningún rastro. No me agrada la idea de morir en pocos segundos, sin tener el tiempo para luchar, pero ese pensamiento se clava en mi mente al ver la sombra de los pies. Lleva botas, tal vez de lluvia, tal vez de montar, tal vez unas que usa solo para cuando sale asesinar. Estoy segura que no seré su primera víctima, ni tampoco la última. Si tan solo los señores Lavrov tuviera la choza más cerca que la casa principal, si tan solo esta estúpida casa antigua tuviera esos artefactos para comunicarse con las demás habitaciones... Como casa, pienso recordando el edificio con tecnología avanzada que tiene Nick y que ahora también lleva mi nombre en las escrituras. Ni siquiera hay wifi o un teléfono, lo cual facilita el trabajo de un asesino. Somos carnada fácil y una vez muerta, me apareceré todas las noches en la habitación de Nick para espantarlo y recordarle que mi muerte fue su culpa, por no pagar un buen servicio de telefonía.
El asesino gira el picaporte de la puerta y trago saliva, mordiérdome los labios con nerviosismo. Tomo la lámpara que hay en la mesa de luz y decido que será mi arma de defensa ante el atacante, pero sé que estoy condenada. Al menos mi grito desgarrador le servirá a Nick para escapar y llamar a alguien para que lo rescate. Pierre podría darle una buena pelea. Insulto a Nick mentalmente por mandarlo a la casilla que tiene el equipo de seguridad, detrás del granero. ¿De qué sirve un guardaespalda armado si está lo suficientemente lejos como para no escuchar absolutamente nada?
Me levanto lentamente de la cama, con la lámpara de porcelana entre mis manos. Con cuidado corro la silla para que el asesino entre, si soy rápida quizás me pueda escabullir y correr a la habitación de Nick, pero tengo la sensación que no llegaré ni siquiera a tocar el picaporte de la suya y la maldita lluvia eclipsará mis alaridos. Pongo toda mi atención en la puerta y en los movimientos fugaces que debo hacer para estar viva el tiempo suficiente. Sujeto con fuerza mi arma improvisada y espero detrás de la puerta. Ésta se abre lentamente, la bisagra oxidada se queja. Mi atacante lleva una linterna vieja, ilumina tan poco la habitación que es casi inservible. Es tenue y sepia, como si usara una vela en lugar de un artefacto que se supone, debe alumbrar más. Su silueta negra rodeada de un aura amarillento me recuerda a historias de terror del siglo dieciocho. Soy esa damisela en apuros que morirá tarde o temprano, porque es torpe y demasiado débil. Reúno el coraje necesario al recordarme que no soy débil, que pasé por cosas peores que ésta y debo comportarme como un adulta que sabe enfrentar situaciones de riesgo. Frunzo los labios y el entrecejo mientras fijo mi vista en mi objetivo. Si ejerzo la fuerza necesaria al dar el golpe, tal vez pueda derribarlo o al menos lastimarlo un poco, lo suficiente para causar desconcierto y huir despavorida. Cuento hasta tres y entonces golpeo su espalda ancha con la lámpara, ésta se hace añicos y el asesino se agacha por el golpe, es mi oportunidad de escapar.
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Mi problema es amarte #2 [EN EDICIÓN]
Romance[COMPLETA. Continúa en Mi problema para siempre] Dylan cree que todo lo malo ha acabado, pero entonces los problemas vuelven a tocar su puerta. La mafia todavía busca venganza y harán todo lo posible para verla sufrir, aunque hay algo más peligroso...