09. Labios.

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["La locura se desata, cuando mi cordura se encuentra con tus labios"]

2019

Aristóteles y Temo corrían por las calles de Oaxaca, cubriéndose con sus sudaderas de la lluvia. Se resguardaron debajo de un pequeño puesto que estaba cerrado y decidieron esperar un poco mientras las tormenta pasaba.

Permanecieron callados por algunos minutos. Cuauhtémoc miraba atento la lluvia, mientras que Aristóteles lo miraba a él.

—¿Sabes lo bonito que te ves con tu cabello majodito y tus mejillas rojitas de frío?— Le dijo en la voz más dulce y coqueta que pudo, capturando la atención de su novio.

Temo se volteó y lo miró con ternura. Acarició su rostro y se acercó a besar su mejilla, permaneciendo cerca de su rostro para transmitir un poco de calor entre ambos.

—No lo sabía— respondió —Pero si siente igual que tenerte cerca, en medio de una tormenta, seguro debe ser bueno.

Juntaron sus narices y las movieron golpeandolas ligeramente, como un beso esquimal. Se mantuvieron abrazados sin importar lo mojados que estaban y aunque morían de frío, sus corazones estaban ardiendo por el otro.

[...]

2017

El día escolar había resultado algo más liviano que los anteriores; estudiar con Temo por las tardes para la olimpiada académica le estaba beneficiando mucho y eso se veía reflejado en sus calificaciones. Si seguía en ese ritmo, pasaría sus exámenes extraordinarios sin problemas.

Salió al patio de la escuela, con su mochila en hombros, camino a la puerta de salida. Escuchó algunos murmullos a su alrededor y al voltear discreto, se dio cuenta que habían un grupito de chicas mirándole y pareciendo sonrojadas entre ellas. Aristóteles presto atención, pero de inmediato desvío la mirada, creyó que podría resultar interesante, pero no. Ni sus faldas plegadas, ni su cabello largo le llamaban la atención; le eran comunes, no había ni una pizca de interés.

Antes se mataba pensando en cuál era la razón de eso, porque por más que trataba, no encontraba las maravillas de las que todos sus compañeros hablaban con respecto a las chicas. Y es que él veía a todas las chicas hermosas, pero nunca hallaba ese algo que se supone debería estar.

El día se veía bastante nublado, incluso por los estruendos en el cielo, parecía que el cielo iba a romperse. No pasó a su casa, prefirió ir directo al trabajo de Temo, nada más porque sí, porque era lo que quería hacer.

Todavía faltaba un rato para que saliera, así que gasto su tiempo recorriendo la plaza; con su uniforme y su mochila en hombros, parecía que se había ido de pinta, pero ya era lo suficientemente tarde como para que la gente formará esas ideas. La hora de la salida de Temo se acercaba, así que por último, decidió echarle un vistazo a la tienda de ropa en la que él trabajaba.

No vio a Cuauhtémoc por ningún lado, pero sus ojos sí se toparon con algo muy al estilo de Temo. Era una camisa color amarilla, obviamente de botones, con la tela suave. Aristóteles no se vestía así, no era su estilo, pero la camisa le encantaba para Temo. En su mente enfatizó la idea de cómo se vería con ella puesta, pensó que seguramente usaría unos vans del mismo color amarillo y que probablemente utilizaría unos jeans de mezclilla o unos de color blanco, como fuera, seguro se vería muy bien, como siempre.

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