10. Aceptación.

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["Cuando te conoces a ti mismo eres poderoso. Cuando te aceptas a ti mismo eres invencible."]

2010

Aristóteles Córcega era sólo un pequeño de 7 años, cuando la curiosidad por sí mismo comenzó a surgir. No era sólo mirarse frente al espejo y hacerse simples preguntas de los porqué de su propio cuerpo, también se trataba de cosas más profundas.

A veces le gustaba mirarse, aunque nunca pecó de egocéntrico y le gustaba porque podía observarse. Es que habían más de mil cosas sobre él mismo que le causaban basta curiosidad, una que no se iba a satisfacer con simples preguntas. Él quería saber por qué su cabello era rizado, por qué su nariz era apenas algo respingada o por qué su piel era de ese color apiñonado. Nada le era suficiente a Aristóteles y saber siempre fue un problema.

[...]


2017

Sus corazones estaban acelerados, pero la respiración de ambos se mantenía tranquila. Respirar cerca del otro era la razón para mantenerse en calma, o al menos por un par de segundos podrían permitírselo. Temo observaba a Aristóteles de cerca, atento fielmente a sus labios y pensando que en definitiva después de ese beso, tenía por completo seguro de quien eran los labios que quería besar por el resto de su vida. Se acercó de nuevo, corto de pena y depositó con delicadeza tres besos cortos, haciendo una pausa lenta entre cada uno. Ari mantenía sus ojos cerrados y suspiraba lento, mientras sentía la fragancia de Temo invadir su nariz.

Temo volvió a abrir sus ojos en medio de todo el cúmulo de sentimientos que estaba atravesando

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Temo volvió a abrir sus ojos en medio de todo el cúmulo de sentimientos que estaba atravesando. Pudo ver a Aristóteles tierno, con los ojos aún cerrados y con sus labios que parecían puestos para un beso más o algo por el estilo, puesto que se mantenían ligeramente entre abiertos. Cuauhtémoc no dudo en querer acercarse de nuevo y complacer los deseos de Aristóteles y sin embargo al estar a unos milímetros de él se detuvo, quedando en medio de la nada y observando como Aristóteles mantenía su postura, viendo sus ojos cerrados adornados por sus largas pestañas, sus mejillas ruborizadas y su respiración sonora. Sintió un repentino vuelco en el corazón al darse cuenta que era verdad que había besado a su Ari, pero no podía omitir que aquel aún era un jovencito, una situación de la cual por más que quisiera, no le permitían continuar avanzando.

—Ari...— habló en voz baja, haciendo que Aristóteles abriera los ojos y lo mirara profundo, pero con miedo en su mirada.

Sabía que Aristóteles estaba confundido, que aprovecharse de esa situación lo haría sentirse aún más culpable, así que por eso se detuvo.

—eh...Temo...mmm...— Aristóteles no tenía ni idea de qué decir o cómo comenzar una conversación después de eso.

—perdóname— soltó Temo, retrocediendo ligeramente sobre su propio puesto en la silla —no debí acercarme así y entiendo si no quieres que hablemos sobre esto— aseguro.

 ¿Qué estás dispuesto a hacer? ; Aristemo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora