XII

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Habían dormido juntos.

Luis no se marchó de su lado, y apesar de todas las cosas que le había dicho ella; él la sintió reivindicar sin decir una palabra al respecto. Después de todo lo que había pasado, de la estadía hogareña, de las ternezas de su parte: no se necesitó una corrección ya que su mirada le explicaba sus designios, él se convenció fácilmente que era propicio quedarse, pues él no quería irse y ella tampoco quería que se fuera.

Él la observaba dormir.

El sol ya había salido, se encontraba la hermosa mañana colándose por la ventana, y él le observaba a su lado con la mirada cansada. Ella dormía todavía, con los párpados y el rostro inocente, sin reflejar ningún pensamiento, encontrándose profundamente dormida. Él, lentamente con avidez, le acarició la mejilla sintiendo el imperceptible vello como el que recubre el melocotón antes de ser tocado, ella apenas se inmutó de su tacto.

Las ojeras de su rostro parecían ser tan consuetudinarias que se habían mezclado tan propiamente con el blanquecino de su rostro, y que si lo pensaba, sería muy extraño que no fuese así. De alguna forma, eso no lo veía como un defecto, aunque no entrara en los estereotipos de belleza.

Él meditaba sus próximas acciones. Ella tenía compromisos con Sebastián, eso nunca lo despejó su mente, y apesar de que lo odiaba, él no quería seguir en la posición de amante, él sabía que Valeria lo deseaba para más que eso, y él quería darle todo pero debía limitarse.

Solo esperaría un poco, le apandaría a su novia sin remordimientos, pues no debería de tenerlos.

—¿Luis? —dijo en un suspiro, notándose adormilada.

—Dime —le respondió suave al oído, ella le acarició el brazo que le rodeaba.

—No te vayas...

—Pero si ayer querías que lo hiciera temprano por Sebastián.

—Te puedes encerrar en el clóset...

—¿Estás consciente de lo que me estás diciendo?

Ella abrió más sus ojos observandole, luego de meditar por unos segundos, le dijo jugando: —Sí, te tendré de muñequito aquí solo para cuando yo quiera, luego te encerraré en el closet.

Él apenas soltó una carcajada fugaz. —Seré tu muñeco inflable entonces.

—¡No! —ella exclamó rápidamente riendo—. Eso suena demasiado horrible. Serás como un príncipe encerrado en una torre.

Él agitó su cabeza como si su cabello se agitara. —Lastimosamente no doy la talla de rapunzel.

Ella mordió los labios para evitar decir "pero sí la de un príncipe, mi príncipe"

Se dedicaron a observarse mutuamente luego de reír por la atmósfera que se había formado. Él volvió a hablar después.

—El día que yo haga o diga algo que te disguste, me lo dirás ¿de acuerdo? Y yo no volveré a hacerlo o decirlo.

—¿Por qué me lo dices?

—Porque no quiero volverte a tratar mal.

—Ya me lo explicaste, mi príncipe, y yo ya lo comprendí.

—¿Cómo me llamaste? —le inquirió risueño.

—No, lo siento.

—No, dilo otra vez. Soy tu príncipe.

—¡No! ¡no lo eres!

—¿No? ¿Por qué no?

—Porque eres mi Rey.

Arrebol del Atardecer #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora