VIII ☂︎

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En todo el día visitaron lugares turísticos. Me limitaré contar con detalle porque en verdad no era relevante. Solo podré resumir que Valeria no dejaba de ver a Luis y a su prometida, y con impotencia, se consolaba al decirse que no podía hacer nada.

Sentía que no tenía voz, y que aunque lo intentara, apenas un leve sonido lastimero salía de su boca, un débil intento que terminaba acortándose, dejando que su corazón se sintiera prisionero ante los impulsos que su cuerpo reaccionaba. No podía hablar, pero no solo era eso, ella sintió que poco a poco dejaba de respirar.

—Valeria, ¿estás bien? Estás helada —le dijo Gabriel mientras abrazaba las manos contrarias con las propias. Él la había tomado y se habían alejado disimuladamente al encontrarse alertado por la situación. Le vio, y ella intentó restarle importancia con un leve movimiento de mano, pero resultó tembloroso. Se vio el intento débil de pasarse saliva, y apesar de la inestabilidad, ella no se encontró llorando, en vez de aquello, en su cara se figuraba la enfermedad, Gabriel llegó a pensar que se trataba de algo grave, pero al preguntarle, ella solo contestó que estaba bien, que solo se encontraba mareada.

Luis había observado todo aquello, pero en su cabeza, no se asomó la verdadera realidad.

El arrebol pintaban el cielo cuando Norma besó a Luis sin avisarle, y Valeria había apartado la mirada.

Al ver el sol ponerse, Gabriel sugirió ir a cenar a un restaurante más formal que el anterior donde habían desayunado. Aquel restaurante era formar sin llegar a la etiqueta y lo ostentoso, los comensales disfrutaban de la vista al mar, ya que el establecimiento se encontraba en un lugar rocoso, elevado, donde las olas del mar chocaban sin ser inoportunas. Unos le decían 'La quebrada' donde cerca, los turistas solían tirarse eligiendo la altura.

No hubo nada inusitado al llegar a su mesa, la comida avanzaba bien, y la charla no llegaba a tocar los límites de lo inoportuno. Valeria observaba a Luis sin poder decirle nada, pero él parecía estar indiferente o si aun caso distraído. La mirada de ella era abrumadora, pues le estaba rogando atención solo con mirarle, mientras que la de él se encontraba despreocupadamente apacible.

De un momento a otro, un estruendo se hizo notar. Era un golpe, luego otro, y todos voltearon a ver; era un hombre desesperado golpeando el atril para poder recibir atención, pero se negaban a dársela.

—¡Quiero una mesa!

—Ya no hay, señor; lo siento.

—¡Es injusto, hay sillas libres!

—Todas esas mesas están reservadas, y si no hay nadie que responda por usted, le pido de la mejor manera que se retire del restaurante.

Nuestros personajes se vieron benévolos esa noche, pues en su mesa sobraba una silla, y no perdían nada por compartirla.

—¡Nosotros! —había alzado la voz Gabriel, hubo miradas anonadadas al hacerlo— ¡Nosotros vemos por él!

Los meseros dejaron de detener a aquel hombre, parecía cansado, se notaba en su cabello los años de la experiencia, seguramente frisaba los cuarenta años.

—¡Muchísimas gracias! No tengo más paciencia esta noche, tengo que trabajar en plena semana santa.

—Descuide —dijo uno de ellos con deferencia—, no irritaremos su comida.

Por educación, nadie decidió hablar, respetando que ese hombre seguramente estaba cansado, pero él mismo habló al sentirse incómodo, como si le temiera a la soledad.

—Como les decía, vengo de trabajar, ¿Qué tal ustedes? ¿A qué se dedican?

Todos voltearon a verse.

Arrebol del Atardecer #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora