XVIII

168 53 16
                                    

Pensamientos bruscos era lo único que había quedado en esas paredes esmeraldas. Valeria se encontraba tumbada sobre el pasto, azorada; sus lágrimas habían manchado todo el contorno de sus párpados, su corazón se encontraba estrujado, picándole el pecho con un lento y lastimero dolor; su sangre, que había manchado su vestido, también le había manchado el alma. Ahí se quedó viendo hacia el cielo, esperando fallecer.

Le habían dolido más sus palabras que las heridas superficiales de la piel. Ella daba pequeños espasmos por la ansiedad, llegó a creer que moriría desangrada y nadie lo iba a saber.

Pero su celular sonó.

—Valeria ¿Dónde está? Ya va ser el brindis y sus padres ya preguntaron por usted —ella estaba todavía estupefacta, con valor había agarrado el suelo con un puño hasta hacer ver las raíces del césped.

—Ayudame, me due-le —sollozó, apenas con un ápice de razón.

—¿Qué le duele? ¿¡Dónde está!?

—Es-toy... dentro del laberinto —dijo intentando apaciguar los espasmos.

—¿En que parte?

—No lo sé —volvió a sollozar.

—Voy a buscarte —al escuchar la línea cortarse, Valeria apretó fuerte sus párpados sin moverse.

Después escuchó su nombre en gritos, uno después de otro. 

—¡Estoy aquí! —gritó atemorizada, luego colocó sus manos en su boca, pensando que Luis tambien la estaba buscando. 

—¡Valeria! —Sebastián estuvo en su campo de visión.

A Sebastian se le cayó el mundo cuando vio a Valeria tirada en el piso con una mancha enorme de sangre. Corrió hacia ella, se había sentido idiota por no haberla cuidado.

—¿Qué pasó? —Valeria negó con miedo, aún teniendo las manos en la boca. Él las apartó mientras comenzaba a llorar, inquiriendola—¿Quién le hizo esto?

—Nadie —respondió sin verlo, tuvo los fanales en el tétrico visual de su propia sangre—. S-olo ayúda...me.

Levantó su vestido para verle  la cortada de la pierna, de la impresión, Sebastián soltó un jadeo e inmediatamente la cargó desesperado.

—Sebas... no le digas a mis padres, ni a mi hermano... no arruines su boda.

—Vale —ella vio pequeñas lágrimas en los ojos de él—. Tranquila, todo estará bien.

—Llévame a casa.

Sebastián obedeció. Sin escándalo la cargó hasta el coche del padre de su novia.

—Y ¿Las llaves? Mi papá se dará cuent...

No la dejó terminar. —Tu papá me dio las llaves por si tomaba demasiado.

Él se quitó el saco y después su camisa de botones, solo se había dejado el centro. Con la camisa amarró la herida evitando que manchara el asiento del coche.

—¿Hay un botiquin en casa de tus padres?

—Recuerdo que siempre guardabamos uno en el baño del pasillo —él asintió aún con el rostro preocupado, cerró la puerta del coche y se adentró al asiento del conductor.

—¿Fue Julián?  —Sebastián apenas la vio por sobre su hombro, encolerizado, pasó todo el enojo a sus ojos, dispuesto a matar a quien hirió a su novia.

—No —Valeria fue sincera, pero no le diría la verdad, aunque quisiera, lo que había pasado no podía salir de su boca.

—¿No me miente? —negó, el la vio por el espejo—¿Entonces quién fue el mal parido que la golpeó en la cara y le hirió la pierna? —su voz era pesada, su acento podía lastimar como una espada.

Arrebol del Atardecer #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora