Capítulo 4

571 74 78
                                    

— Y... yo diría que también añadas harina —concluyó.

— Listo, ya lo anoté —respondió el rizado dejando el lápiz a un lado y metiendo el papel en su bolsillo.

— ¿Quedaba bicarbonato? —preguntó Roger.

— ¿Y para qué quieres bicarbonato? —se extrañó Brian.

— Pues para cocinar, claramente, lo puedo utilizar en varias com-

Se interrumpió al sentir que chocaba con algo, o pasaba sobre algo.

Asustado, detuvo el auto y se bajó a ver lo que era, junto con Brian.

— Solo era un perro... —suspiró sin evitar sentirse aliviado, puesto que creyó que era una persona y e tal caso iría a prisión.

— ¿¡Solo un perro!? —exclamó Brian con indignación—. Los perros también son seres vivos, Roger.

— Sí, y me siento fatal por eso —dijo con sinceridad—. Pero si era una persona iría a prisión, ¿comprendes?

— Qué frío —comentó el rizado cruzándose de brazos.

— Hay que llevarlo al veterinario —propuso Roger intentando levantar al canino que yacía en el suelo, probablemente muerto—. ¿Viste de dónde salió? Yo honestamente no lo ví...

— ¿Quién es el idiota que tenía que estar pendiente del camino y por hablar de su estúpido bicarbonato no lo hizo? —preguntó a su vez Brian a modo de respuesta.

— Bri... perdóname... sé que adoras los animales y...

— Vete al diablo, Roger —respondió seco tomando al perro por su cuenta y colocándolo delicadamente en el asiento trasero del auto—. Y trata de no atropellar a nadie más en el camino.

Roger suspiró apenado y molesto al mismo tiempo, y subió al auto, encendiéndolo y partiendo una vez que Brian hubiese subido.

En silencio, llevaron al perro a la veterinaria, lo atendieron, pero lamentablemente no se pudo hacer nada.

— Serán... quinientos euros.

— ¿¡Qué!? —exclamó Roger—. ¡Pero el perro siquiera es mío!

— Sí, pero alguien debe pagar su tratamiento —argumentó el veterinario.

— Te pasa por atropellar perros, Taylor —comentó Brian aún molesto. Roger lo miró de la misma forma.

— ¿No hay modo de hacer una rebaja o algo? —preguntó ignorando el comentario de su esposo.

— No, lo siento mucho, pero los insumos y tratamientos utilizados son de alto costo y se deben reponer de una u otra forma —dijo el veterinario. Roger suspiró y asintió.

— ¿Permite tarjeta de crédito?

(...)

— No puedo creer que atropellaras un perro —comentó Brian una vez venían de vuelta.

— Fue un accidente —se defendió el rubio—. Lo siento.

Brian no respondió.

— ¿Sabes? Yo conduciré —dijo.

— ¿Ah? ¿Por qué? —preguntó Roger sin quitar la vista del volante.

— Porque no quiero que sigas matando seres vivos —respondió y colocó sin más el freno de mano, haciéndolos parar súbitamente.

— ¿¡Qué diablos te pasa!? ¡Nos pudieron haber chocado! —exclamó Roger.

— Me importa un rábano, bájate —respondió el contrario.

— No.

— ¿Perdón?

— No pienso bajarme, no me puedes mandar —respondió el rubio—. Si no quieres "que siga matando perros" ve y camina a casa solo.

— Me iré caminando, pero no a casa —respondió Brian y comenzó a irse.

Roger suspiró y por unos momentos apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, luego siguió manejando hasta la casa.

Cuando llegó, Brian estaba allí.

Se sorprendió y comenzaron a hablar de lo sucedido. Ambos se disculparon y se arreglaron.

Comenzando nuevamente el círculo vicioso.

I want to fix it [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora