Capítulo 8

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Las cortinas cerradas y el cabello revuelto estaban presentes.

El rostro contra la almohada, que se mantenía húmeda por las lágrimas. Los ojos cerrados, hinchados. Los labios partidos, añorando aquel tacto amado que lamentablemente ya no tendría.

El corazón roto, los sueños muertos y el alma triste.

Dormir.

Solo aquello quería. Dormía todo el día, y si no dormía, lloraba, y si no lloraba, se mantenía como un alma en pena. En blanco. Sin pensar, sin reaccionar.

Su amigo estaba desesperado, no lograba que comiera y que se tranquilizara. Aquel último mes era ver el paso a paso de como el rubio empeoraba mentalmente.

Los "irás superándolo, Rog, lo prometo" comenzaban a ser en vano. Comenzaba a dejar de creer en ellos, porque cada día que pasaba hacía que Roger se viese más melancólico.

No había tenido el valor de mandar los papeles de divorcio. Aún no. Era renunciar a lo poco y nada que tenía, pero a fin de cuentas ¿de verdad lo tuvo alguna vez?

Ya no sabía nada, creía conocer al "amor de su vida" y terminó siendo alguien completamente diferente.

Un desconocido.

Nuevamente allí estaba, sobre la cama de la habitación de huéspedes de la casa de Syd. Con las cortinas cerradas, como siempre.

Su piel ya era básicamente blanca cual porcelana, y lo más notorio eran las ojeras violetas que adornaban sus ojos.

Syd no aguantaba verlo así. Le dolía. Era su mejor amigo, y sentía ganas de partirle la cara a Brian con golpes, pero no podía. Terminaría todo peor.

Además, Brian había besado a su novia y aquello le molestaba sumamente. Tenía un doble motivo para sentir rabia, el haber hecho sufrir a su amigo, y el haber besado a su novia.

De todas formas no iba a comparar aquello con lo que Roger estaba viviendo. Sabía que era algo mayor. Mucho mayor, el rubio estaba perdiendo su matrimonio, él simplemente tuvo unos celos.

Y trataba de sacarlo adelante, de verdad que trataba, pero era difícil.

Roger sentía que todo lo que siempre había soñado se desvanecía de forma rápida y letal. Sabía que nada volvería a ser como antes y aquello dolía demasiado como para pensar detenidamente en ello.

Sin embargo lo hacía. Para torturarse, para recalcarse lo tonto que fue en enamorarse, en dejarse amar. En dejarse querer.

Porque le hubiese gustado viajar al pasado para impedirse a sí mismo casarse con Brian. Para evitar aquellos sufrimientos y aquellas tristezas y poder ser feliz.

Con Brian.

¡No!

Tenía que olvidarlo, tenía que dar vuelta la página. No solo lo había engañado —independiente de si hubiese sido ebrio, sobrio, solo un beso— también había mostrado indiferencia ante sus problemas y se había vuelto sumamente frío y distante.

¿En qué momento había sido?

Recordaba el primer año de matrimonio. Solo fue alegría, amor, esperanzas acerca del futuro.

Y de la noche a la mañana, aquello se desvanecía.

Ridículo.

El amor no existe.

Al menos para ti.

Porque el amor es un arma de fuego que clava sus balas en tu corazón para matarte lentamente. Puede que no lo sientas, puede que incluso te guste, pero tarde o temprano termina matándote.

Así era, así se sentía.

— Mira lo que te traje —anunció Syd entrando con una bandeja en la mano—. Te hice panqueques con chocolate. Son tus favoritos.

Roger hizo una media sonrisa, pero no elevó la vista y dejó que Syd pusiera la bandeja en su regazo para luego sentarse en el borde de la cama.

— ¿Cómo te sientes?

Roger se encogió de hombros mientras jugaba con los panqueques utilizando el tenedor.

— Igual que siempre.

Syd suspiró.

— Rog...

— Voy a salir adelante —repitió de memoria el sermón de Syd—. No, no lo creo.

— ¡Lo harás! —exclamó—. Encontrarás a alguien más, aún eres joven y...

— No me importa conseguir a alguien más —dijo Roger—. No si no es Brian...

— Escucha, Brian es un hijo de...

— Sé lo que es —interrumpió limpiándose los ojos—. Y aún así no puedo dejar de amarlo, por más estúpido que suene.

— Mira, yo terminé con Natalie cuando salimos de la escuela, ¿recuerdas cómo estaba? Ni siquiera comía.

— Sí, recuerdo —suspiró Roger.

— Y ahora estoy con Samantha y mi vida es mil veces mejor —siguió.

— Samantha a la que más encima Brian besó —dijo Roger.

— ¡No pienses en eso! —exclamó Syd—. Haremos lo siguiente —se puso de pie—. Vas a abrir estas cortinas —las abrió y Roger se tapó los ojos pro la luz—. Vas a comerte esos panqueques y vas a ducharte, porque hueles a perro con clamidias.

Roger rió y se puso de pie.

— Creo que iré directamente a la ducha.

— ¡Genial! Un avance. Lávate el pelo y los dientes, siento que si pongo un encendedor y soplaras, terminarías incendiando toda la maldita casa.

Entre risas, Roger se dio ánimos y entró al baño. Syd dijo que iría a comprar unas cosas y volvería al rato.

Se desvistió y entró a la ducha, se dio una larga. Syd no llegaba, cuando sintió el timbre sonar con insistencia.

Salió y se colocó una bata y los pantalones tras secarse. Luego bajó las escaleras y abrió.

— B-Brian —dijo al abrir con notoria sorpresa.

— Hola —dijo el contrario con motivo nerviosismo.

— Yo... aún no he ido a buscar los papeles del divorcio, lo siento —dijo—. Así que si venías a buscarlos... te los enviaré por correo y...

— No vengo por los papeles del divorcio —suspiró—. Vengo a arreglar las cosas.

Roger miró al suelo y sonrió con aire triste.

— Es un poco tarde para eso, ¿no? —dijo—. Lo siento, Brian, aunque pegues las piezas de un jarrón seguirá notándose que se rompió.

— Roger...

— Ya es tarde —dijo aún mirando el suelo—. Adiós.

— No, espera, por favor —dijo poniendo una mano en la puerta para evitar que Roger la cerrara—. Sé... sé que fui un imbécil, pero... por favor dame otra oportunidad.

— Ya te la di —dijo Roger—. Te di demasiadas.

— Una ultima oportunidad, por favor... y si vuelvo a arruinar todo, puedes botarme si quieres y...

— No, Brian, lo siento —dijo y cerró la puerta. Luego se apoyó con la espalda contra esta y dejó deslizarse hasta quedar sentado llorando.

— ¡Roger, abre por favor! —rogó Brian tocando reiteradas veces la puerta y el timbre—. ¡Por favor! ¡Yo te amo!

Se llevó las manos al rostro. Brian seguía rogando y rogando que le abriera, pero él no abrió.

— Terminé rayando el disco del video de nuestra boda por verlo tantas veces... por favor, por favor...

Pero cualquier intento, fue en vano, Roger jamás abrió y Brian terminó rindiéndose.

Al rato, Syd llegó encontrándolo en la puerta llorando desconsoladamente.

«Maldito imbécil... por fin estaba haciendo un avance» se dijo el de rizos cortos y se dispuso a abrazar a su amigo.

I want to fix it [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora