5. El sinsabor del infortunio

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Yo seguía atrapado en este Mundo de Hombres diferentes.

Cuando me levanté pensando que estaba en la cama del cuarto en la casa de mis padres, me desperté y vi como unos individuos raros me observaban. Intenté moverme completamente asustado, pero no podía porque tenía atadas las muñecas.

Estaba en una suerte de laboratorio de avanzada. Estaba esposa con unas tiras negras de cuero o algo semejante. Tenía una especie de ropa deportiva de algodón: Un jogging negro y un buzo gris y blanco. Tenía medias y estaba tapado por una sábana muy fina. Mis manos se podían mover, sí, pero hasta cierto límite.

-Tranquilo, chabón. – Dijo uno de ellos.

Fue ahí cuando observé bien las cosas. El cuarto dejó de girar y el miedo a estar cara a cara con la intención de recibir violencia incómoda se fue por un instante. Escuché su voz. Lo ví, vi al resto también. Eran gente como yo o eso parecía. Me miraban entre sorprendidos y asustados.

De la puerta alejada a nosotros entró rápidamente un chico con una campera de cuero negra y vieja. Se acercó rápido a ellos y se abalanzó sobre mí con una punta en sus manos. Todos ellos lo agarraron y el no pudo zafarse.

- ¡El le dijo que se tranquilizara! – dijo la joven que parecía más chica que todos ellos.

El sujeto de la chaqueta de cuero dejó de forcejear y se calmó.

-Ya entendí. – Dijo. - ¿Quién es él?

El que tenía anteojos, bata de científico y estaba descalzo lo agarró de los hombros.

-Vos sabés que no me gusta la violencia. Acepto como sos, pero delante de dejame resolverlo en primer lugar.

Había una joven de cabello rubio con dos colitas con actitud mala. Lo empujó al de chaqueta de cuero separándolo de las manos del anteojudo de bata.

-¡Bajá un cambio! Estás por arruinar esto.

-¡Ya entendí! – Saca del bolsillo cigarrillos y un fuego. – Estoy calmado ahora.

La del cabello rubio le sacó el paquete de cigarrillos y se sacó tres sonriendo malvadamente.

-¿Por qué no te vas? Hoy no te necesitamos.

Y ahí grité con todos mis pulmones, con toda mi energía vital. No se por qué pero eso hice. Grité con tanta fuerza que un golpe me durmió. Cuando me levanté estaban todos alrededor mío, más cerca que antes, mirándome sorprendidos pero menos asustados.

-¡Esta vez no grités! – Me dijo la joven que se la agitó al de chaqueta de cuero.

Ella me agarró del cuello del buzo y me acercó su cara grande y su piel blancusca. Su fuerza era inigualable. Ella me miró con ojos coléricos. Intenté vociferar algo. Del miedo que tenía no podía no sacar aire de mi cuerpo. Ella se enojó y me preguntó que fue lo que estaba intentando decir. Me sacudía sin tapujos. Intenté agarrarle las manos y ella se corrió.

-¿Quiénes son ustedes? –Les dije a duras penas.

Ella se alejó y pude ver al de anteojos que me miraba.

-Eso te iremos explicando de a poco. Ahora descansá.

-¿Cómo te llamás? – Me dijo una adolescente de vestimentas oscuras y cara tierna.

-Esteban. ¿Dónde estoy?

Mis párpados se bajan por sí solos.

-En tu nuevo hogar. – Dijo la puberta.

Mis parpados se cerraron y soñé todo el tiempo. Algo comenzó a moverse dentro mío. El tiempo se volvió noche olvidándose la razón de su invitación a la gala de la nueva realidad. Fue mucho de golpe. La oscuridad me trajo tus palabras envuelto en un gesto triste tuyo, de esos que atesoro en mi memoria.

"Solo te dan abrazos cuando te sentis mal" - me dijo ella una vez.

Los padres de Soledad no eran muy afectivos. A veces ella simulaba lastimarse para que ellos se acerquen a ver su estado. En otras ocasiones ella misma se lastimaba a propósito para tener sus cuidados. Se sentía extraña en esos momentos, como si tuviera un mal gusto en la lengua.

- Mi papá y mi mamá no creen en dar besitos. Papá no me levanta cuando se lo pido. A mamá no le gusta que la abrace, me corre.

Me miró con ojos tristes y bebió un sorbo del jugo de naranja Ades de soja. Fue un sorbo largo como si buscase ahogar sus penas en vitamina C.

- Son malos conmigo. – Finalizó y me pasó el tetrabick.

- ¿Te pegan?

-No.

-Entonces no son tan malos.

-No me tocan. Parece como si estuviera una enfermedad. Y me envían acá porque no me quieren.

Me levanté estrepitosamente del suelo y la miré confundido.

-Ellos no te obligaron a que vengas a casa.

-¡No hablo de eso! Ellos me dejan aca y se van de viaje.

-¿A dónde viajan?

-Lejos.

-¿A otro país?

-Más lejos todavía.

-¿Entonces a donde?

-No sé.

-Pensé que sabías.

-¡Sólo se que es muy lejos! Es parecido al barrio, Esteban.

-Quizás se van a otro barrio.

-Puede ser. Los tuyos tampoco están nunca.

- Por que trabajan. Los veo un rato a la mañana y un rato a la noche muy noche. Hay veces que ni eso. ¿Será así con todos los chicos?

No se si era así en todos los casos. En esa época la idea de la madre cuidando hijos funcionaba, pero hasta ahí. Había comenzado a cambiar la idea del hombre que todo lo provee porque del 2001 la gente no fue la misma. Los políticos no son seres puros y perfectos que permanecen así. El argentino entendió la política como un espectáculo más, como un goce degustativo de nuevas experiencias sin comprometerse realmente en ser parte del cambio. Se dejó llevar con las nuevas ideas y el resultado fue más de lo mismo: Más mediocridad. Vivimos de crisis en crisis sin poder respirar calmadamente. Ya nos quedó la manía de preocuparnos por todo y por todos. La muerte será la única paz mental.

Había algo dentro de nosotros que no se podía expandir porque estábamos rodeados de paredes blancas en una ciudad gris llena de asfixia y de zafarranchos orientados a sacarnos tiempo como si le rindiéramos tributo a un Dios omnisciente. Estábamos atrapados en una realidad que nos ponía penosos teniendo bien en claro que no era nuestra culpa. O quizás si lo era, pero no nos dábamos cuenta.

Instantáneamente desperté en el laboratorio. Tenía una frazada más y estaba el sujeto de bata y descalzo que me miraba con sus rasgos suaves y lentes que acomodó. Di vuelta mi cabeza y ví al resto sentado en un sofá frente a una pantalla enorme jugando a una especie de juego. El laboratorio tenía una enorme habitación con grandes ventanales en las paredes. Había tres en cada pared. Ellos interrumpieron su juego para mirarme a mí.

-Me alegra que estés más calmado. – Dijo una voz.

Miré hacía delante y seguía el chico de batas frente a mí.

-Mi nombre es Emiliano. Me dedico a la parte de investigación. Se como cuidarte, no te preocupés por eso. Tuviste una especie de brote.

-¿Dónde estoy? – Le digo con apenas voz.

-Estás con buena gente. Tuviste un viaje muy largo y te falta poco para recuperar tu estado.

Me recosté en la camilla. Me tapé los ojos con la palma de mi mano derecha. Había demasiada luz. Mi cabeza estaba malherida y no sabía por qué. Mis pensamientos bordeaban el abismo de la preocupación observando y mordiéndose los antebrazos. El tablero no está completo y esos los desesperan. Quería sentir su caricia en mi Ser. Desvanecerme producto de su bienestar y no por el pinchazo doloroso que sentía mi brazo en ese momento. El desconsuelo estaba adquiriendo un sabor ácido difícil de soportar. Nuevamente mordí el anzuelo del sueño forzado. 

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