6. Las motos son motos en todos lados

74 8 3
                                    

Ella desapareció cuando yo tenia casi once años. A los quince me acordé de ella. Volvió a mi mente como quien no quiere la cosa.

Me esforcé en retratarla lo más que pude. Recuerdo un dibujo que hice en medio de una fiesta de ska jamaiquino que se hizo por Parque Chas. No lo pude terminar porque un amigo me interrumpió y me hizo colgar. Semanas despues encuentro el boceto y lo seguí terminando. Fue perfecto. Era ella aunque solo la mitad de su cuerpo y miraba al frente vestida con su vestidito de flores. La imaginé más grande como de mi edad. Cuando terminé lo pegué en mi carpeta de Ciencias Sociales. Ella me miraba con sus ojos negros y su sonrisa altiva cubierta de ternura.

A los dieciocho desapareció de mi mente hasta que hace unos años volvió aparecer. Eso es raro. Recién me di cuenta. Soledad volvia, se marchaba y tras irse me envolvia con su dulce amnesia de afectos colmados de locura. Se iba por que quizás no era el momento adecuado para quedarse. El hecho que yo este aca encerrado recapitulando en una realidad paralela, ya marca un cambio en la acción. Estoy más cerca y puedo sentirlo.

Cuando finalmente desperté vi nuevamente al chico de anteojos que me miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Esta vez no reaccioné mal. Estaba en la camilla con las muñecas libres. Incorporé mi torso y respiré hondo. Miré a mi alrededor y no había nadie. El cuarto era grandísimo y circular. Parecía un living gigante con aparatos extraños, un sofá y una camilla muy moderna en un extremo. Miré al chico de bata que me sonreía, una imagen similar a cuando me desperté aca por primera vez.

- ¿Querés tomar una coquita?

Me llevó a la cocina y de una heladera blanca sacó dos botellas de vidrio de Coca-Cola.

- No hay realidad que conozca que no haya de estas. Es increible, lo sé.

Las destapó y me pasó una. El bebió un gran sorbo para luego exhalar de placer. Se rascó el tobillo con su descalzo empeine. Yo estaba sentado en una silla frente a una mesa de plástico. El se acercó y se sentó frente mio. Tomé un sorbo de la oscura bebida. Sabia igual a las de antes. ¿Será qué saben así en todas partes? Eso si que es increible. Él miró al techo y se quedó un rato largo sin variar la posición. Suspiró. Parecía que quería decir algo, pero no le salían las palabras. Me miró.

- No se por donde empezar. Puedo arrancar diciendo que esto es una buena noticia. Estás vivo y si algo aprendí en mis años de facultad es que podés hacer mucho si te enfocás correctamente. Yo me enfoqué en la Física. Eso es lo mío. No podría imaginarme usando mi tiempo para otra cosa que no se relacione con eso. Puede que suene malo, que parezca que no me abro a nuevas oportunidades. Puede que sea un poco cierto.

No podia hablar. Estaba igual que él físico aunque en mi caso preferí escuchar, escuchar y no pensar tanto.

- Me llamo Emiliano Krauz. Tengo treinta y cuatro años. Trabajo acá hace ya un tiempo largo. Mi camino es el budismo. Explica muchas cosas. - tomó un sorbo - Estamos solos. Mandé al resto a que salgan.

- ¿Donde estoy?

- Muy buena pregunta. Hubiera partido por ahí ahora que lo pienso. Estás en la Tierra, por supuesto. Es Argentina, un país en America del Sur.

- Yo vivo ahí.

- ¡Bueno! Eso es un buen comienzo. - Sacó una libreta y un lapiz - Vivías en Argentina. Había algo en tu acento que me parecia similar.

Anotó en la libretas unas cosas.

- Vivo en Capital Federal. Por Boedo. Tengo que volver. Vivo con mis papás y estarán preocupados.

Emiliano me miró fijamente con un pesar en la mueca de sus labios. Solo hizo falta eso para que entendiese lo jodido que está todo. La desesperanza no me generó rabia. Es más, una triste paz comenzó aparecer y no se ha ido.

ANNULARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora