Estábamos mal, muy mal, pésimo y todos los adjetivos que describan algo negativo a una relación.
Nunca antes habías pronunciado mi apellido, ni siquiera la vez que me lo preguntaste, siempre era la primera letra. Aquel con todas sus letras y su sentido completo, había un montón de emociones por el medio de ambos, podía notar la rabia y lo gélido que había sido. No fue para menos, tenías razón para estar así.
Disculparme no serviría de absolutamente nada, y a pesar de todo lo que hacía jamás había sentido tanta vergüenza.
No mencionaste más nada durante todo el camino y decidí no subir contigo hasta el departamento que habíamos logrado alquilar. Preferí quedarme en las escaleras, nadie usa las escaleras, solo si hay un terremoto o un incendio. Las escaleras estaban heladas, y aparecían un bloque de hielo bajo mi piel. En aquel momento tenía dos opciones: Pasaba la noche en las escaleras o me iba a la calle, y sin dudar prefería las escaleras, a ese momento por lo menos tenía la calefacción del edificio.
Podría jurar que el delineador y la máscara de pestañas estaría totalmente corrida y dejaría marcas por mi cara que costaría sacar. No me importaba el maquillaje, ni la mínima ropa que traía puesta, lo importante y por lo que temía era por nosotros en sí.
Los problemas nos estaban afectando a ambos, nos disolvían cada vez más, así como, un ácido. Pensé que esa sería la última gota que nos tiraría por la borda.
No esperaba que la vez que pronunciaras mi apellido fuera en esa, tampoco que te enteraras de esa manera. Pensé las una y mil formas de subir buscar mis cosas e ir, pero no sabía que decirle a Ian; sin embargo entre las mil me había quedado dormida.
Alguien de un momento a otro volvió a pronunciar mi apellido; mas al contrario de aquella vez, era suave, cariñoso y a su vez lleno de miedo. Me encontré contigo, a mi lado, con los ojos rojos y aguados. Fue la segunda vez que dijiste mi nombre y la primera en la que sentí que el miedo me consumía.
Me abrazaste y no era algo que solías hacer mucho, pero cuando lo hacías eran los mejores abrazos.
Lo que no me atreví a decirte fue que, ser niñera no era un trabajo en el que recibía buena paga, cuidar niños de vez en cuando no era un ingreso fijo. Pero ser una universitaria en su último año con gastos de la carrera encima y despedida en su primer pasantía no era la mejor de las opciones para otra.
Lo que te atreviste a contarme no me lo hubiera esperado ni en cien años. Te sentaste a mi lado, jamás habías hablado sobre tu mamá hasta ese día. Ella trabajaba en un cabaret con el aire lleno de humo de los cigarros y mujeres con ropa que parecía casi adherida a su piel. Escaseaba el trabajo, la taza de despidos era alta y ella intentó sacarte adelante. Porque ella te sacó adelante. Porque a ella le tocó arrastrarse por el suelo para que tú tuvieras qué comer. Porque ella tuvo que prostituirse para llevar comida a la mesa.
Jamás me habías llamado por mi nombre completo, con letras y espacios, con nombre y apellido; no hasta ese día. Por un momento pensé que todo esto era compasión, que una vez terminaras tu historia terminarías conmigo. Contra todo lo que esperaba, me dijiste que lo resolveríamos, que lo dejara y que conseguiríamos algo mejor para mí que lo que estaba haciendo. Me ofreciste un trabajo de mesera en el restaurante en el que trabajabas. Conseguí el puesto de mesera. Gracias por la ayuda.
No estábamos bien económicamente hablando, necesitábamos dinero; sin embargo lo que pensé que terminaría por separarnos, no lo hizo. Tú solo me enseñaste como debía caminar y yo aprendí a correr sola.
Jamás voy a olvidarlo, por el contrario tú, si despiertas, solo si despiertas lo olvidarás antes de que abras los ojos.
Porque olvidarás como me veía tu hijo en el momento en que entramos en el departamento, o la forma en que le dijiste que no podía decirme que parecía un mapache, solo para susurrarle que era cierto y que ya me lo habías dicho.
Olvidarás que tomé el coraje que tenía y antes de que te fueras a la habitación te dije muchas cosas que me guardé. Olvidarás que cuando te dije que me iba a dormir al sofá me lo impediste. Olvidarás que aquella noche susurraste suave y con calidez mi nombre y apellido al oído. Olvidarás que me besaste luego de susurrar mi nombre y no me dejaste rendirme.
Aunque olvides nuestros recuerdos, aunque olvides tu infancia cubierta entre el humo de los cigarros de un cabaret, aunque olvides el rostro de tu madre, el pequeño cuarto en donde vivían, las pequeñas prendas de ropa que usaba, aunque me olvides; es mejor que no tenerte.
Prefiero quedarme con tu imagen gritando mi apellido, que ni siquiera decirlo. Porque prefiero quedarme con el recuerdo de cuando me propusiste con ayuda de Ian que mi apellido se mezclara con el tuyo, a quedarme con una foto vacía.
Porque no me juzgaste y me ayudaste a salir adelante, aunque nos estuviéramos hundiendo los dos. Gracias.
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EL DÍA EN QUE TE OLVIDES DE MÍ.
RomansÉl está en coma, y ella intenta aferrarse a lo que queda de ambos: sus recuerdos. ... A veces me gusta aferrarme a los recuerdos, perderme entre ellos y volver a todo lo que me hacía feliz antes, olvido mi presente, olvido lo que sucede y lo que má...