•RELOJ•

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Seré sincera: Nadie hasta ese día había subido a lo que era mi departamento, ni siquiera Erica.

Siempre había otro lugar. Siempre una excusa.

El lugar no era el mejor lugar ni el más cómodo; pero, por lo menos tenía un techo sobre mi cabeza y un lugar en dónde dormir todas las noches, siempre que pagara la renta.

Pero allí estabas tú, sentado en mi sofá, rompiendo los esquemas que había creado para todas y cada una de las personas.

No soy persona de hacer comparaciones, cada individuo tiene lo suyo es bueno en un área en la que otra persona no lo es y viceversa, porque todos así como opiniones tenemos somos diferentes. Sin embargo, aquel día al verte sentado allí no pude evitar comparar tu departamento con el mio:

Tenías un soporte para tu colchón y dormías en una cama cómoda bien abrigado, tu refrigerador jamás hizo ruidos extraños las veces que estuve allí, tenías la comida necesaria y más que suficiente; porque tu estufa estaba sujeta a la pared y seguramente no la tenías que desconectar.

En cambio para mí, el colchón estaba sobre el suelo cubierto con la sábana que pude comprar, mi refrigerador sonaba por las noches y a veces tenía que comer en aquel lugar lleno de humo si no quería pasar hambre; porque mi estufa era un aparato eléctrico de segunda mano que si lo dejaba conectado provocarían un corto circuito.

Y entonces fue cuando Ian me pidió ver la televisión.

Fue cuando el niño que cuidaba regularmente desde hacía casi un año hizo tambalear mi piso y dejarme parada sobre un lugar incierto, porque ni siquiera pude ofrecerle algún juego de mesa.

Yo no tenía un televisor, ningún modelo. Creo que por un momento en todo lo que nos llevábamos conociendo llegaste a comprender de inmediato sin decir más que una oración.

Logramos pasar a la pequeña mesa que hacía de comedor. Y entonces no pude evitar comparar lo que estaba sobre aquella mesa: Tú me serviste una comida que parecía ser entregada a un dios; yo en cambio te serví una pizza.

Sin embargo, contra todo pensamiento lograste que Ian se divirtiera correteando por todo el lugar, con su risa llenando el aire hasta que de un momento a otro se dejó llevar por Morfeo.

Seguías sentado en el sofá y hablabas de cosas que parecía no oír. Era como si le hubieran tomado un mando de televisión y le bajaron el volumen por completo. Porque en un año y en lo nada concreto que llevábamos saliendo no te había detallado por completo; ni tu cabello ni tus ojos; no te había detallado lo suficiente, no para mi gusto.

Comencé a bajar pasando por el rostro que se movía al articular las palabras, siguiendo por la camisa que seguramente costaba más que la pizza y seguramente que la estufa. Entonces me detuve cuando pasé por la muñeca y me quedé observando el reloj. Había visto ese modelo y marca reloj un par de veces, sabía cuanto podrían llegar a valer. Lo más caro que yo tenía en mi posesión era una computadora portátil y el teléfono que nunca pude reponer, ese reloj valía más que eso junto.

En ese momento me sentí incómoda, porque no quería que estuviera allí conversando conmigo, porque luego de un año lograste conseguir lo que querías; porque un año después yo seguía arrastrándome para sobrevivir.

Y entre el silencio y el vacío noté como te quitabas el reloj, guardándolo en el bolsillo de tus pantalones. Porque cuando cambié la vista hacia la caja de pizza que reposaba sobre el cesto de basura, cuando quise alejarme te acercaste.

Porque por mucho tiempo había intentado sobrevivir sola sin dejar que alguien me ayudara. Porque entonces tú y tu niño llegaron a cambiar mi vida, con una intención totalmente desinteresada.

Porque tomaste mi cara con suavidad para que te mirara a los ojos, creo que fue la primera vez que los vi a detalle, cuando la tranquilidad parecía dominarlos aunque tus manos temblaran.

Justo en ese instante estuve dispuesta contarte todo, mas solo fue por un instante, ese antes de que me sonrieras y yo no quisiera borrar esa sonrisa, ya que hasta el momento había sido la más sincera. Porque nunca te había visto sonreír así.

Aquella noche, en la mitad de cuatro paredes desgastadas bajo un techo que se desmoronaba por cerrar una puerta de manera brusca me besaste.

Porque en el momento en que te apartaste yo no quería que lo hicieras, y terminé por tirar del cuello para que volvieras a acercarte. Porque sé que cuando abras los ojos, si es que lo haces, no recordarás que me regalaste aquel reloj y que te negaste tomarlo de regreso. Porque sé cuanto vale aquel objeto material sin vida propia, poseía algo mucho más valioso que aquello, algo que a veces era intangible y que no volveré a tener.

Porque ahora solo me queda un reloj y un recuerdo.

Porque el día en que me preguntaste cuál era la cosa más valiosa que tenía no me atreví a decírtelo. Eras tú...

EL DÍA EN QUE TE OLVIDES DE MÍ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora