•CUENTO•

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Estaba temblando, juro que estaba temblando en ese momento.

Había estado caminando hacía dos calles esperando conseguir algún taxi para llegar a aquel lugar lleno de humo de cigarrillos, con música a tope seguramente y mujeres casi desnudas. Era lamentable, claro que lo era.

Desgraciadamente para mí, en la tercera calle decidí que caminaría hasta el lugar, hasta el momento aquella decisión se sumaba al montón de malas decisiones que había estado tomando desde hacía un año.

Rogaba porque, de alguna manera, el tipo que me había pedido la hora hacía lo que parecía ser una eternidad. Una mala decisión más que agregar a la lista.

Aunque había muchas probabilidades de que el taxi que escogiera también me asaltara, no pensé que todo iba a terminar así.

A lo largo de mi vida, y el tiempo que llevaba trabajando en aquel lugar había oído cientos de historias al respecto de esto, había oído sobre muchachas que desaparecían de la nada, sin alguna razón aparente para hacerlo, desaparecían solas o con amigas. En algunos casos, los más fortuitos, pedían rescate y ellas estarían bien; en otros, también fortuitos ellas lograban escapar y en los últimos las encontraban muertas.

Sabía como terminaría todo esto para mí, sentía la carcasa fría del arma escondida en su pantalón.

Lo irónico de la situación era que, estaba vestida con ropa que me cubría por completo, con un abrigo que me aislaba del frío de la noche. Hubiera creído de todo si caminara por las calles con la ropa que solía usar dentro del establecimiento que me proporcionaba dinero, no limpio, pero era lo que tenía, lo hubiera considerado toda una opción. Sin embargo no estaba ni cerca de eso.

Y aun si fuera el caso; él, si así se le puede llamar y si los pronombres no terminan por dañarse al usarlos con alguien tan asqueroso, no debería de haberme puesto una mano encima, a menos de que yo lo permitiera.

Estaba más que segura que iba a morir, lo suficientemente segura como para saber que grandes cantidades de adrenalina, corrieran por todo mi torrente sanguíneo.

Pero, yo no quería morir de esa manera tan espantosa y tampoco me encomendaría a algún santo de los que tenían las monjas en el convento de mi tía, ellos no serían capaces de perdonar todos y cada uno de los pecados cometidos por mí que estaban plasmados en la Biblia.

Tenía dos opciones en aquel momento: Ver la manera de huir, que este tipo me alcanzara y me matara; o dejar que me violara a sangre fría y morir.

De cualquier forma podría morir, de una u otra podría salir herida y no quería hacerlo oliendo el aliento asqueroso del tipo. Hice algo que había aprendido a hacer bastante bien: gritar.

Grité, esperado aturdir al hombre. Grité esperando que algún auto pasara y notara la situación. Grité esperando que alguna persona la que fuese apareciera y me ayudara. Grité esperando que si de milagro pasara algún oficial de policía cerca.

Entonces escuché a alguien, alguien alejaba al tipo que estaba sobre mí, alguien no dejaría que muriera esa noche. Enfoqué mi vista en la persona que había separado al hombre de mí. Un policía.

Luego aparecieron luces rojas y azules, la gente a mi alrededor, y la sensación de alivio junto con ellos, aunque, esta duró muy poco. Quería irme, llegar a mi casa y encerrarme con llave, y solo existir.

Mas, mis malas decisiones habían causado muchas de las cosas que me sucedían y no podría irme sola. Y entre el montón de gente que se arremolinaba en el área había una cara familiar, que por segunda vez pronunció mi nombre, una persona que solo había visto sus ojos dos veces pero me invitó a quedarme en su casa.

Existía la posibilidad de que algo malo sucediera dentro de las cuatro paredes de tu departamento, luego de que se durmiera tu hijo; sin embargo entré. Entré porque me había encantado hablar contigo y yo necesitaba distraerme, hablar de cualquier cosa, de cualquier tema o de cualquier época. Solo hablar.

Tu niño se abalanzó sobre ti, abrazándote tan fuerte como pudo y quejándose de su niñera una vez que la pobre muchacha salió del lugar. Ian era muy simpático y sociable a pesar de su corta edad, era todo un amor pese a lo que dijo la mujer que salió del apartamento antes de decir que ella no volvería a cuidarlo.

Todo parecía sacado de un cuento: desde la cena hasta lo que hiciste por mí. Todo hasta que el reloj marcó la hora de irme.

Yo no traía el dinero para un taxi, ya no, y arriesgarme a irme caminando ya no era opción. Sin embargo, tú voluntariamente me ofreciste asilo en tu casa, me ofreciste tu habitación en el momento en que acepté.

Acepté quedarme pero no en tu habitación, eso hubiera sido abusar de tu hospitalidad. Las películas comenzaron a correr, junto con las risas que entendí a la perfección para que eran y así como te lo agradecí en su momento, te lo agradezco ahora.

Y llegó la hora de dormir. Ian parecía estar bastante contento con mi presencia y cuando decidí que era mi hora de dormir se acurrucó a mi lado en el sofá, rogándote y con ojos suplicantes que lo dejaras dormir conmigo y que nos leyeras un cuento.

Después de muchos "no" de tu parte y de ruegos de tu hijo, me tocó intervenir para aceptar la petición que te estaban haciendo, diciéndole al niño que corriera por el cuento que quisiera. Te disculpaste antes de que llegara con el libro entre brazos, aunque no tenías que hacerlo.

Ian se subió sobre mí, acurrucándose contra mi pecho, susurrándome que por favor nos cubriera con la sábana. Entonces comenzaste a leer. Un cuento que entre dragones, príncipes y princesas, algo invertidos y fuera de lo común y rescates heroicos por parte de los dos protagonistas, cerré los ojos dándome cuenta de que quizás esos cuentos no eran tan inverosímil como pensaba.

EL DÍA EN QUE TE OLVIDES DE MÍ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora