Komaeda tuvo que recordarse a sí mismo, en silencio, el camino hacia el puerto de la primer isla. Entre lo de Naegi, lo del viaje y lo de... todo, tenía los nervios a flor de piel. Se sentía como un impostor deteniéndose frente al reluciente casco del barco, con la cabeza gacha, evitando encontrarse con miradas que no estaban allí, a pesar de que ellos le habían pedido ir hacia ese sitio y él había aceptado voluntariamente.
Se volteo de frente al camino que había tomado para llegar -tentado de simplemente regresar sobre sus pasos y esconderse en su cabaña- y los ojos se le fueron al paisaje tropical.
La vista.
Su hogar.
La isla Javerwock era un auténtico caos: poco espacio para albergar a un grupo de definitivos con talento de escala mundial; vegetación indomable, palmeras creciendo en cualquier lugar sin remordimiento y molestas enredaderas que invadían hasta la última pared.
Sin embargo, desde allí, en la costa donde todo empezó y alejada de todo lo demás, la isla era bella. El sol estaba en su cénit, y la luz se modulaba sobre la flora y construcciones creadas por sus compañeros tiempo atrás. Desde allí, la isla parecía llena de vida, aunque sin el constante bullicio creado por sus habitantes.
Komaeda intentó encontrar el Hotel Mirai, pero se escondía detrás de demasiadas palmeras y sombras.
El embrujo se disipó.
Tenía que dejar aquella isla.
Hacia su país natal, hacia el mundo.
Hacia su tormento.
Tenía que ser el sujeto de experimentación de Hajime. Tenía que ayudar a Naegi y a sus amigos, pues no pasaba una semana sin que decenas murieran por la enfermedad creada por Mikan.
Además, era el peor momento posible para el descubrimiento sobre su inmunidad. Con los rumores sobre la clase 78, hasta que Naegi no descubriera como solucionar la situación, la vida de él y todos los remanentes pendía de un hilo.
Apretó los puños.
Tenía que volver a Japón, aunque no se quedaría mucho tiempo. No necesitaba que Naegi lo despreciara para saber que era una carga. Además, estaba seguro que Naegi no tendría ningún problema en deshacerse de él una vez que encontraran un antídoto y su permanencia junto a él ya no tuviera ninguna utilidad. De ese modo se ahorraba el remordimiento, ya que, al fin y al cabo, seguía siendo un remanente que debía ocultarse del mundo sí deseaba vivir.
En realidad, tal vez eso era lo correcto. Tal vez Nagito Komaeda, por ser un remanente, tenía la obligación de sacrificar su felicidad para que el resto de personas normales y corrientes pudieran curar las heridas del pasado en paz. Sin embargo, Komaeda sabía que jamás sería capaz de renunciar a Naegi, aquél joven que tenía el poder de protegerlo, de ayudarlo. Sin esa esperanza definitiva como su meta, estaba mejor muerto.
Quería, DEBÍA quedarse a su lado. Y en su mente los primeros pasos de un plan comenzaron a tomar forma.
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La cara que puso Kirigiri al ver a Hinata junto a Naegi casi consiguió convencer al último que hacer una videollamada con su amiga, cuando aún estaban a leguas de la costa japonesa, fue un idea espantosa.
Los dos castaños estaban frente a la laptop, ya completamente reparada, que ahora mostraba el rostro de la detective. Komaeda estaba en la otra punta de la habitación, entretenido solo con observar como se desarrollaría la llamada entre los tres definitivos. Llevaba un tiempo siendo el pasatiempo preferido del albino en el barco observar a la esperanza definitiva desde la distancia, aunque en ese momento combatía con nuevos y extraños sentimientos al verlo enfocar toda su atención en la mujer de apariencia cansada de la pantalla.
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𝕃𝕦𝕔𝕜𝕪 𝕒𝕤𝕙 𝕔𝕠𝕝𝕠𝕣
FanfictionCuando Komaeda y Naegi se vuelven a encontrar, el mundo aún sufre las secuelas de La Tragedia. Enfermedades letales que se propagan debido a la contaminación, familias destrozadas que buscan venganza, débiles pero supervivientes seguidores de Enoshi...