ʟᴀʙʏʀɪɴᴛʜ

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El tintineo de su celular fue inmediatamente seguido de un mensaje de texto nuevo:

MENSAJE REMITIDO DESDE EL DISTRITO 29 DE NUEVA TOKYO, CUARENTENA DE DESESPERATITIS.

KANON NAKAJIMA HA ENTRADO EN LA TERCER ESTAPA DE DESESPERATITIS

04.57 DEL 05 DE MARZ. 2032

Necesitó un minuto para sacudirse de encima el estupor que causaban aquellas palabras. Naegi abrió los ojos de par en par en su oscuro dormitorio y se incorporó. Aún tenía la espalda adolorida por todas las noches de sueño incómodo en altamar.

Sin embargo, Hinata, Komaeda y él lo habían conseguido. Ahora mismo los tres se encontraban en tierra firme, entre las seguras paredes del edificio principal de Kibougamine.

La clase 78 habían trasladado a los dos remanentes al lugar más recóndito del complejo subterráneo de la Nueva Academia, donde Hajime Hinata podría trabajar en un antídoto sin riesgos de ser descubierto.

Cuando Naegi por fin había llegado a su propia habitación, se había derrumbado en la cama como si alguien hubiera apretado un botón de apagado. Por una vez, dormiría sin el peso de sus responsabilidades apretando su pecho y dándole pesadillas cuando cerraba los párpados. De la rueda de prensa ya podría pensar mañana. Siempre fue bueno improvisando con las palabras.

Al menos, pensaba que podría descansar algo, hasta que el ruido que provocó la notificación de aquél mensaje lo despertó. Imaginarse a Kanon sola, sin ningún familiar que fuera a visitarla en la cuarentena, lo sacó inmediatamente de la cama. Se puso unos pantalones y se calzó deprisa.

Naegi salió del edificio principal caminando, cubriendo su rostro con la capucha de su abrigo para que nadie lo reconociera y así poder llegar más rápido. Cuando llegó a la entrada del complejo subterráneo (dónde se encontraba la cuarentena) pasó su identificador por el escáner e introdujo la contraseña que sólo un selecto grupo conocía.

Los pasillos de aquél lugar parecían un laberinto de sombras y habitaciones desiertas por la temprana hora. La desvaida luz del amanecer se filtraba por rendijas en el techo y proyectaba sombras alargadas sobre el suelo de concreto.

Se dirigió a una puerta de hierro, dónde había un cartel que indicaba:

CUARENTENA DE DESEPERATITIS. ACCESO LIMITADO A DOCTORES Y PACIENTES.

Naegi ingresó sin pensarlo dos veces. El hedor a excrementos y podredumbre le golpeó en la cara en cuanto entró. Retrocedió tambaleante, con el estómago revuelto, tapándose la boca y la nariz con la mano. Tomó aire a través de la mano y contuvo la respiración antes de obligarse a volver a entrar en la habitación.

Dentro no hacía tanto calor. Los rayos de sol no llegaban a tocar el suelo, también de hormigón. Una lámina de plástico verde y opaco cubría una delgada hilera de ventanas pegadas al techo y bañaba la habitación de una bruma sombria. Unas bombillas zumbaban sobre su cabeza, incapaces de atenuar la oscuridad. Había cientos de camastros alineados a lo largo de las paredes, cubiertos con mantas variopintas, procedentes de donaciones y restos de fábrica.

Se alegró de haber traído una manta bonita para la prima de su difunto mejor amigo. La mayoría de las camas estaban vacías. Aquella cuarentena se había construido con prisas en las últimas semanas, al tiempo que la enfermedad se acercaba sigilosamente a la ciudad. Sin embargo, las moscas ya se habían adueñado del lugar y su zumbido inundaba la estancia.

Los escasos pacientes junto a los que pasó dormían o tenían la mirada clavada en el techo, con el cuerpo cubierto de cascarones grisáceos. Aquellos que todavía conservaban la razón, se encorvaban sobre sus celulares, su última conexión con el mundo exterior.

𝕃𝕦𝕔𝕜𝕪 𝕒𝕤𝕙 𝕔𝕠𝕝𝕠𝕣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora