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Quién iba a decir que para llegar a la plaza tenía que caminar por los mismos semáforos donde nos vimos por primera vez. No es que fuese extraño significativamente, pero son detalles que pasaba de alto, ahora tendrían recuerdos mas especiales. Me gustaba pensar así.

Miraba hacia todos lados buscando al pecoso, ahora sabía que se llamaba Marco. Vaya cosas, no lo habría imaginado.

Lo vi de pronto sentado en una de las muchas bancas que habían, me fui acercando hasta que el mismo fijó su mirada en mí. Sonrió y me hizo una seña de mano.

-¿Qué tal?- me preguntó sonriendo.

-¿Estoy bien, y tú?

-Igual.

-Creí que iba a llegar tarde. – me apresuré a decir antes de que un silencio incomodo nos azotara. Por la virgen María que no los soportaba. Noté que mi chaqueta negra de cuero y algodón por dentro contrastaba mucho con su sudadera rojo ladrillo y su bufanda a cuadros amarilla.

-Ah no, llegaste bien, solo que yo acostumbro a llegar antes de tiempo.

-¿No me esperaste mucho?

-Para nada, menos de 5 minutos.

-Ah... me alegro, detesto ser impuntual.

Nos levantamos y empezamos a buscar un lugar para comer, discutimos acerca de que local sería la mejor opción, y finalmente optamos por ir a la Cafetería central, vendían cosas tanto dulces como saldas, para todos los gustos, además de tener en el menú los mejores omelettes que había probado –después de los míos, claro-.

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Jamás me esperé lo que sucedió. Marco y yo parecíamos tener personalidades demasiado distintas, y en todos nuestros encuentros, por mínimos que hayan sido, siempre se sentía una especie de incomodidad en el ambiente, pero esta vez estábamos llevando minutos y minutos sin dejar de hablar.

Marco había traído algunos libros de psicología de no más de 200 páginas –unos ensayos de autores por los 70s y 80s, y apenas los miramos. Nos enfocamos en comer y hablar con calma logrando demasiada fluidez, apenas me percaté de esto.

Había pedido un Omelette con un Café cargado y Marco pidió un jugo de frambuesa con unos Wafles con queso y miel, mezcla de lo más rara que no tardé en hacérselo saber. Él me dijo que de hecho sabía muy bien y hasta me ofreció un poco. Por supuesto, me negué, no quería poner en riesgo mi estómago.

Continuamos con gastronomía, me dijo que su plato favorito era la sopa de tomates, y que no solía salir mucho a cafeterías por ahorrar dinero, y que en esos casos prefería probar cosas dulces. Yo le confesé que me gustaba cocinar. No me juzgó por esto último, algo que temía gracias a experiencias anteriores, donde me miraban feo y con burla. Él hizo todo lo contrario, se mostró sumamente interesado, preguntándome donde había aprendido y que platos sabia preparar. Yo le expliqué todo pacientemente y luego fue mi turno, le pregunté por sus dibujos, su lugar de aprendizaje y que materiales prefería.

Debo confesar que soy muy detallista con las personas, me fijo en todos sus detalles cuando interactúo con ellos, tanto físicos como motrices. Gracias a esto sé que los ojos de Eren cambian de color con la posición del sol y que cada vez que miente sus orejas se tornan rojizas, que Armin se acomoda los lentes cada 5 minutos aunque no estén desacomodados , Connie tiende a hablar de cosas que no se entienden y desviar el tema cuando le preguntan algo que no sabe, Sasha cuando tiene hambre y nada para saciarse se muerde el labio y mueve sus piernas insistentemente, y mi madre cuando está distraída comienza a silbar una canción romanticona de los años 80 la cual desconozco.

La vie d' Jean.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora