VII

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-¡Espera! ¿Cómo qué eres italiano?

Marco tenía las mejillas de un color rojo y reía. Se había sentado sobre una mesa y balanceaba sus pies divertidamente

-¿No lo parezco?

-¡En absoluto!

Recordé entonces ese acento cantarín que tenía al final de hablar, y lo bien que pronunciaba las palabras y cuidaba su forma de modular. Pero no le mencioné esto.

-¿De verdad? Mi nombre, Marco Bodt. ¿Te dice algo?

-Es que nunca pensé que era de Italia.

El volvió a reír, sus hombros se movían de arriba abajo y se tapaba la boca con leve vergüenza.

-¿Cuándo te fuiste?- pregunté.

-Viví hasta los 14 años en Italia. Mis padres decidieron abandonarlo todo y venir hacia acá por el trabajo.

-Pero... de verdad que tu forma de hablar... nunca me lo hubiese imaginado.

-Es entendible. Mi padre fue muy estricto con mamá y yo, no nos permitía hablar el idioma ni en casa. No lo culpo, quería que encajásemos rápido y no tuviésemos más problemas ni en el trabajo o en la escuela.

Pareció ponerse melancólico, con la mirada baja y sus manos entrelazadas. De seguro estaban recordando sus años antes de vivir aquí, su infancia, amigos, familia. No podía ni imaginar lo que debió sentir. Irse de tu país natal y ser despojado de todo aquello que consideraba propio...

-Pero...- se apresuró a decir. Había notado que percaté su obvia tristeza- mis padres nunca supieron, que en las noches, antes de dormir, leía los libros que me traje de Italia. Nunca olvidé mi idioma, solo está dormido, y aún lo práctico, pienso volver a Italia cuando tenga el suficiente dinero para estar allí al menos una temporada.

-Eso suena bien. Y entonces... ¿Aun puedes hablar Italiano?- le pregunté emocionado.

-Algo así.

-¿Crees que podrías decirme algo en italiano?

Su cara pasó de un sonrojo leve en las mejillas a ponerse completamente como tomate.

"Mierda, la he vuelto a cagar. Lo estás incomodando, Jean idiota."

-¿En verdad? ¿Quieres que hable en italiano?

-¿Por qué no?

-Porque... pues... no lo sé. ¿Qué quieres que te diga?

-Lo que sea... un saludo, la frase de un libro, una canción... un poema... no lo sé. Lo dejo a tu imaginación.

Marco se quedó pensativo unos segundos, con la mano en su barbilla y los ojos cerrados. Los abrió de pronto y me miró.

-Mi madre a menudo me decía una frase que me gustaba mucho: Amor regge senza legge.

Fue una pronunciación tan fluida que me sorprendió, con ese acento tan característico.

-¿Qué significa?

El me miró y sonrió.

-Eso lo averiguaras tú.

-¿Es una broma?, ni siquiera sé cómo se escribe el italiano.

La hora nuevamente se esfumó como polvo y parecía que los minutos que pasamos hablando se hubieran reducido a 5. Con Marco todo se estaba volviendo diferente, para mi propia perspectiva, claro. No tenía idea de qué estaba pensando él. Solo iba de un lado a otro por el salón, respondiéndome, mostrándome colores y elementos utilizados para hacer sus trabajos.

Yo me sentía bien, sin tener que forzarme en nada o aparentar. Una comparación que no tardé en notar desde la primera vez, es que con él no siento la necesidad de fumar, o tener alcohol de por medio, ni siquiera le he preguntado sobre esto.

-Sabes, Jean...

Levanté la mirada, su rostro estaba serio mientras terminaba de ordenar algunas cosas de la sala. Él se percató de que respondí gestualmente a su llamado.

-La paso bien hablando contigo.

Sus palabras me sorprendieron, él también se sentía a gusto conmigo. Una de las cosas que más temía era incomodarlo, o ser una molestia, que detestara mi forma de ser y de hablar.

-¿Crees que podamos vernos más seguido, tanto dentro como fuera de la escuela? Si quieres te hablo de los filósofos Italianos.

No pude evitar sonreír, este chico era tan diferente, tan autentico y tierno.

-Ya habíamos hablado de eso, ¿no? Yo mismo te lo dije, la primera vez que salimos.

Tal vez fue una ilusión causada por la luz del sol y las sombras, pero note que sus pupilas se dilataron cuando mencioné nuestra primera salida.

-Sí, pero... me refiero a... de verdad, pasar más tiempo juntos.

Su voz fue bajando de volumen a medida que terminó la oración. Fue extraño, sonó como si... tuviera miedo... o estuviera tan inseguro que le daba vergüenza.

Me metí la mano en el bolsillo y saqué mi teléfono.

-Dame tu número y correo electrónico. 

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La vie d' Jean.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora