IX

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Mi madre me presionó para que me arreglara el cabello de una vez por todas y me deshiciera de todo lo dañado. Accedí porque a estas alturas ya me hartaba sentirlo quebrado y seco, necesitaba cuidarlo y que volviera a tener su fuerza original, luego me lo dejaría crecer hasta donde me lo permitieran a la hora de buscar trabajo.

En lugar de ir a una peluquería, mamá se encargó de cortarlo, dejándolo como estaba acostumbrado, con la nuca y patillas rapadas y por lo demás largo, había crecido lo suficiente como para tener dimensiones distintas en cada sitio de la cabeza. Para celebrar que me volvía a ver "decente" preparó un pastel de patatas para la cena. No es como que fuese una celebración, supuse que estaba antojada de comerlo. Y mientras le ayudaba a prepararlo, no podía evitar pensar en la cara que pondría Marco cuando me viera.

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Los días se estaban volviendo cada vez más fríos y lluviosos, las casas empezaban a encender sus chimeneas y la venta de cafés calientes salvaba a más de algún caminante mañanero o nocturno. A las 7 de la mañana aún estaba oscuro y era mejor andar con cuidado para evitar accidentes gracias a la poca visibilidad, algún choque, robo o tropiezos.

Aquel día el viento helado era más generoso, aún no llegaba lo peor. Pero estaba armado con una bufanda y chaqueta más gruesa de las que acostumbro a usar para que no se me helara la piel, además de también ponerme calcetines gruesos y zapatos de lluvia, a veces el cielo era un completo enigma y un aguacero podía descender en el momento menos esperado.

Llegué a la facultad a una hora bastante buena, a pesar de hacerlo caminando, ya que no me gustaba irme como sardina en los autobuses en estos días.

Los pasillos estaban ligeramente más vacíos que de costumbre. De seguro porque la gran mayoría prefería irse a los salones y quedarse allí ahorrando calor o aun no llegaban.

Mi salón correspondiente tenía las puertas cerradas, aunque obviamente estaba abierto, así que caminé y entré. Ningún conocido había llegado, y aprovechando que, en efecto, no había nadie, me senté y precedí a sacar mi teléfono, en vista si tenía algún recado de Marco u otra persona, decepcionándome al no encontrar nada.

Fui directo a la bandeja de mensajes que compartía con él. Yo fui el último en enviar uno el día de ayer, un "Buenas noches, nos vemos mañana" que aún no obtenía respuesta. Me sentí impaciente, esperando a recibir una notificación pronto. Él debería estar despierto, no conozco su horario de memoria, pero hoy todos los estudiantes de la facultad entraban muy temprano, era una costumbre.

"Hey! Buenos días. Vendrás hoy a clases???

Ni me di cuenta de cuando presioné el enviar, y cuando lo hice, quise golpearme. Se veía demasiado mal daba a la interpretación de que estaba desesperado. No podía eliminarlo y me volví preso del pánico. ¿Qué le escribiría cuando me contestara? ¿Qué le diría si me lo topaba por el resto del día? ¿Me sentiría como un sujeto extraño pese a que llevemos rato hablando? ¿Su visión de mi cambiará?

"Maldita sea, Jean. ¡Cálmate! Eso es demasiado exagerado.

Ahora si me golpeé (internamente) por estar pensando de esa manera. Definitivamente me siento como un tonto. ¿Qué decía aquella canción que escuché una vez?

¿Es esto la vida real?

¿Es solo fantasía?

¿Es solo una fantasía que este tan impaciente por un mensaje? ¿Realmente espero saber de él con ansias? ¿Qué me pasa?

-¡Jean!

Una voz reconociblemente fina, Armin acabada de llegar al salón y me saludaba en señas. Le respondí y bloqueé mi teléfono guardándolo en mi bolsillo.

La vie d' Jean.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora