Capítulo cuatro.

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Durante dos semanas la convivencia con mi abogado se volvió recurrente convirtiéndose en lo más constante que tenía ahora mismo; el señor Bastián venía a visitarme regularmente para mantenerme al tanto de mi caso, normalmente hablábamos lo esencial que el consideraba importante para el caso. Aunque había fugaces ocasiones en las que hablábamos sobre temas más íntimos que iban más hacia mí. El no era muy abierto conmigo y aún así podía sentir confianza con una persona que era prácticamente desconocida para mi. La pregunta aquí era ¿De verdad podía confiar en él? Durante los pocos momentos que duraban nuestras charlas tuve dos descubrimientos: Bastián odia sonreír porque eso significaba que debía ser agradable con las personas (sus palabras, no las mías) también descubrí lo mucho que me gustaba ver su sonrisa, especialmente cuando al hacerlo se le formaban dos hoyuelos en las mejillas que hacían mucho contraste con su personalidad agría y carente de simpatía.

Todo parecía ir viento en popa. Bastián estaba seguro qué podía conseguir más pruebas para asegurarse de tener una buena defensa para poder conseguir derecho a fianza y con suerte mi libertad inmediata. Con lo que no contábamos es que los padres de Daniel utilizarían todos sus medios para adelantar el juicio, confiaba en Bastián, pero dos semanas no eran suficiente para poder hacer frente ante un caso de homicidio, lo sabíamos, podía verlo en su ojos cargados de angustia. 

A pesar de que todo parecía ir en mi contra logró ganar el caso, creciendo con ello mi admiración hacia él.

Las pruebas claves que determinaron mi libertad ya las había hablado con mi defensor, aunque había una parte logró desconcertarme. Al estrado subió el psiquiatra de Daniel, quién nos comprobó que su estado mental era inestablemente vulnerable, tenía un trastorno mental llamado esquizofrenia que alteraba muchas de sus emociones, provocándolo hacer actos que una persona estable nunca haría. Además mencionó que había dejado su tratamiento hace dos meses atrás.

Era cierto que por fin podía ser libre pero mi alma seguía prisionera de la angustia y tristeza, durante el tiempo que estuve encerrada pasé por cosas que prefiero enterrar ahora debo centrarme en lo positivo. Debo enfocarme en seguir adelante, aunque por dentro sintiera que me desgarraba. Se que tarde o temprano lograría cicatrizar.

Después de terminar el proceso y papeleo de mi liberación me dirigieron a la salida donde ya se encontraba Bastián esperándome recargado de un automóvil. Desde la distancia pude notar como el cansancio se apoderaba de su mirada, a pesar de ello seguía viéndose tan imponente con ese porte elegante que lo caracteriza. Sin pensarlo dos veces me abalancé a sus brazos, tan fuertes y cálidos.

—No me esperaba tanta efusividad—ríe él.

—No pude evitarlo, gracias a usted fui liberada—contesto apenada—. Lamento si lo incomodé, entenderé si tiene que irse, ya hizo demasiado por mi, seguramente tiene cosas importantes que hacer y yo solo lo estoy reteniendo.

—No diga tonterías. No me agradezcas, solo cumplí con mi trabajo y le di mi palabra. Ahora te llevaré a tu casa te darás una ducha y comerás como Dios manda—dice demandante.

—Sí señor —bufo.

Todo el trayecto hacia mi casa transcurrió en silencio y lo agradecí. Aún tenía muchas cosas que pensar y decisiones que tomar, pasar un proceso de sanación que no sería fácil, mi mente no podía dejar de pensar en Angela y evitar sentir desconsuelo, mi situación seguía siendo complicada, tenía que centrarme en encontrar a mi hermana.

Bastián tomó mi mano con ternura demostrándome  su apoyo a pesar de no ser una persona muy expresiva se que lo hizo sinceramente.

¿Qué les parece Bastián? ¿Creen que a Aura le gusten mayores? De esos que llaman señores

Por favor voten o tendrán 7 años de mala suerte, besoooooos.

El tiempo entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora