Capítulo doce.

41 5 0
                                    

Desde ya les digo que vayan por unas palomitas porque va para largo, espero que lo disfruten.

Bastián mete su llave a la cerradura de la puerta y antes de abrir por completo me susurra al oído «Bienvenida» dándome un pequeño apretón en el hombro.

Poco le faltó para decirme bro y darme un puño en el brazo.

Angela, la señora Isabel y su esposo quién por primera vez veo en persona, están reunidos juntos en la sala. Mi hermana al verme se guinda de mi cuello chillando con emoción y la señora Isabel se nos une en un abrazo.

—Jovencita—toma mi mano depositando un pequeño beso en el dorso. Que galante. —Bienvenida a la familia. Toma asiento, por favor.

—Es un placer, señor Huxley

—Te he horneado un pastel ¿No es lindo? —señala al pastel que exceptuando por la mancha rosa aplastada, luce tentador—, tiene tu nombre escrito con betún rosa. Bueno, en realidad tuve un poquito de ayuda... aunque yo fui yo quien lo metió al horno y escribió tu nombre—dice esto último con orgullo.

—Entonces muero por probarlo—Bastián ríe—. Les agradezco a todos. No era necesario todo esto—señalo el pastel y los globos rosas que cuelgan de él.

—Tonterías—niega con las manos—. Era justo y necesario. Además, es una ocasión muy especial y que mejor que tener un bonito recuerdo—dice Isabel tomando una selfie. Creo que salí con los ojos cerrados.

—Concuerdo. Además, no todos los días mi bella esposa hace tan ricos pasteles.

—¿Qué hay con el de tu cumpleaños? ¿No te gustó? Era de avena con plátano—cruza sus brazos con indignación y se voltea dándole la espalda.

—Que buena vista amor—la toma de la cintura haciéndola girar—. Pero prefiero ver tus preciosos ojos y esos exquisitos labios que adoro cuando me besan y me vuelven loco cuando dicen te amo. Todo lo que tú haces me fascina, todo. Incluyendo ese pastel de avena y plátano. Te amé desde hace treinta y seis años cuando burlaste mi pronunciación, y no creas que me agradó beber sal en mi café, bribona.

Él la toma suavemente de las mejillas y le planta un desenfrenado beso «Oh». Con rapidez Bastián le tapa los ojos a Angela, suelto una risotada que provoca pegar un brinco a los señores Huxley; mientras Isabel nos regala una mirada apenada de disculpa, su esposo luce divertido y satisfecho.

—Me invitaron a comer, no a verlos comerse entre ustedes —saca la lengua y arruga la cara simulando vomitar.

—No seas infantil Bastián, ¿O es que acaso tú estás de manitas sudadas con las mujeres? Déjame poner eso en duda.

—Claro que no papá, pero no suelo dar ese tipo de muestras en público. Menos frente a una niña, que creo han pervertido de por vida—Angela rueda los ojos—. Me refería a tu hermana, Angela.

—¡Imbécil! —le saco la lengua, fingiendo rascarme la frente para encubro la señal de mi dedo corazón que no pasa desapercibida.

—¡Basta! —Isabel nos señala con el dedo índice a Angela, Bastián y a mí—. Hugh creo, qué en lugar de tener una niña en casa, tendremos a tres niños

Ríen cómplices y salen de la sala tomados de la mano.

—¿Tres? ¿Vives con tus padres? —pregunto incrédula a Bastián.

—Ahora lo hago—no dice más y gira a la derecha dejándome la palabra en la boca.

Angela tira de mi mano llevándome al comedor donde Bastián está absorto en su celular en una llamada con una tal Pamela; curioso. Así llamé a la chihuahua que me regaló mi padre cuando cumplí seis, demasiado cariñosa, con los demás caninos me refiero.

El tiempo entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora