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Hoy es el último día de escuela y me encuentro en mi habitación, rodeada de un mar de ropa y accesorios, mientras me preparo para la fiesta de despedida que organiza el colegio para dar comienzo a las vacaciones.
Con cuidado, selecciono el atuendo perfecto para la ocasión: un elegante vestido negro. Dedico tiempo a peinarme y maquillarme, asegurándome de lucir radiante para esta celebración escolar. Al contemplar mi reflejo, siento una mezcla de emoción y nerviosismo. Este cambio en mi apariencia me aleja de la imagen de la típica nerd que solía ser.
A pesar de mi timidez innata, estoy decidida a abrazar esta nueva faceta de mí misma. Estoy cansada de ser objeto de burlas y desprecio en la escuela, de sentirme invisible ante los ojos de mis compañeros. Este es mi momento de brillar, de demostrarles a todos que soy mucho más que la etiqueta que me han asignado.
Aunque hay otro motivo detrás de mi transformación: Bruno Ripoll. Desde hace algún tiempo, he sentido una atracción especial hacia él. Sus ojos azules brillantes y su sonrisa contagiosa me hacen perder el aliento cada vez que lo veo. Quiero que esta noche sea especial, quiero que me vea y note que hay algo más en mí, algo más que la tímida chica nerd que suelo ser.
También está Alfonso Monet, un chico atractivo.
Demasiado atractivo.
A pesar de su atractivo, su actitud intimidante y las burlas constantes que recibo de él me mantienen alejada. No es fácil ignorar mis sentimientos encontrados hacia él, pero sé que no puedo permitir que sus acciones me afecten más de lo necesario.
En el fondo, sé que mi corazón pertenece a Bruno, pero las complejidades de las relaciones humanas a menudo complican las cosas.
Escucho un suave golpe en la puerta y sé al instante quién es. Con una sonrisa en los labios, me dirijo hacia la puerta y la abro lentamente. Frente a mí está mi hermana menor, Irina, con sus grandes ojos curiosos y su radiante sonrisa de niña.
—Irina, ¿qué haces aquí?—pregunto con cariño, dejándola entrar en mi habitación.
—¡Hermanita, estás preciosa!—exclama con entusiasmo, mientras me mira de arriba a abajo con admiración.—¡Pareces una princesa de Disney!
Río ante su dulce halago y le agradezco con un abrazo. A pesar de nuestra diferencia de edad, Irina siempre ha sido mi mayor admiradora y defensora. Su inocencia y sinceridad son un bálsamo para mi alma, recordándome la pureza y la alegría que a menudo se pierden en el mundo adulto.
—¿Vas a salir con tu novio hoy?— pregunta Irina con curiosidad, mientras sigue explorando mi habitación.— Mamá estaría muy feliz, pero papá no.
