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—Tienes visita.
De repente, siento que el corazón me late con fuerza. Me levanto rápidamente de la cama, sin poder creer que por fin me vinieron a visitar. La celadora me indica que la siga, y lo hago, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza. Al entrar en la sala de visitas, mis ojos recorren el lugar, buscando desesperadamente.
Y entonces, entre la multitud, la veo: mi mamá. No puedo contenerme y corro hacia ella, extendiendo mis brazos en un abrazo ansioso. Sin embargo, la celadora se acerca de inmediato.
—Cero contacto físico.—dice con su expresión seria de siempre.
Me separo rápidamente de mi madre sin quererlo.
Las lágrimas ya brotan de mis ojos.
Tomo asiento frente a mi madre, con el corazón en la garganta, incapaz de procesar lo que estoy viviendo.
—Mamá, por fin estás aquí. —mi voz tiembla, llena de emoción—. Necesitaba verte. ¿Cómo están? ¿Cómo está Christian? ¿Cómo está Dulce? ¿Cómo está papá? ¿Cómo está Irina?
Mamá no puede evitar que las lágrimas caigan por sus mejillas. Su voz, entrecortada por la emoción, me llega al alma.
—Todos estamos bien, mi amor. Todos están muy preocupados por ti. Estamos haciendo todo lo posible por sacarte de aquí. Te extrañamos mucho. Te prometo que cuando salgas de aquí, no me voy a separar de ti nunca.
—Te extraño tanto. Te amo —respondo, sintiendo el calor de sus palabras envolviéndome como un abrazo.
—Mamá, de verdad es una injusticia que no te hayan dejado venir antes.—miro alrededor, señalando a las demás personas que están recibiendo visitas—. Puedes ver que todas reciben visitas.
Ella se acerca un poco más a mí, su expresión se torna seria, y su voz se vuelve suave.
—Todo es obra de la madre de Sol, cariño.
La mujer que había hecho todo lo posible para mantenerme alejada de mi familia ahora se convierte en el centro de mis pensamientos.
—Mamá, prométeme que todo esto terminará pronto. —le pido, aferrándome a la esperanza de que la familia reunida no solo sea un sueño pasajero.
—Claro que sí, mi amor. Ya verás que pronto estarás en casa nuevamente.—me dice, con la voz temblorosa pero llena de esperanza. Luego se queda mirándome fijamente, analizando mi rostro.—Hija, no estás comiendo bien, ¿verdad? —sus ojos se estrechan con preocupación—. No estás durmiendo bien tampoco. Anahí estás demacrada. Algo está pasando. Lo sé.
Sus palabras me golpean, y sus preguntas me traen a la mente todas las veces que he sido torturada. Suspiro, sintiendo un nudo en la garganta, y luego niego con la cabeza.
—No, mamá, solo estoy así porque este lugar me desgasta. Es horrible estar aquí adentro sin poder verlos a ustedes.
