Prólogo

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Los Dioses del Olimpo siempre han sido el máximo misterio de la actual sociedad humana, muchos nos admiran, otros simplemente se dedican a difamar sobre la existencia de un mundo que existió y sigue existiendo.

Fuimos los más grandes Dioses en la antigüedad, nuestros poderes destacaban y eran de respetar, era un mundo complejo, sin embargo la veneración de los hombres nos mantenían fuertes.

- Zeus, sigues con tu afán de vigilar a los seres que te dieron la espalda.

- Calla Hades, ellos no me dieron la espalda, solo se han revelado - contesté.

- Nos han olvidado, proclaman a su Dios, a sus creencias.

- Ellos fueron creados para llenar este mundo, debemos seguir amándolos.

- He aprendido a vivir de su dolor, el Inframundo está lleno de ellos lamentándose. Tu traición me hizo fuerte hermano.

Desde la guerra de los Titanes, la gran titanomaquia, nos vimos obligados a luchar. Los dioses obtuvimos una gran y favorable victoria, pues aquello nos dió el beneficio de decidir sobre el mundo y su división.

Para Hades fue una traición de mi parte que lo designara a ser el soberano y protector de los infiernos, era su mayor reclamo.

- Todos tenemos un propósito, el tuyo fue ese.

- Reino sobre los muertos, en cambio tú solo insistes en darle amor a esos seres que no hacen más que desafiarnos. Te has vuelto débil Zeus, su Dios es perfecto, tú nunca lo has sido.

- Tu lugar no es este hermano, vuelve al inframundo - pedí.

- No he salido de ahí desde que tu hijo me quitó del camino de los humanos. ¿No crees que ha pasado mucho tiempo sin vernos?

- Perseo solo cumplió con su misión, tú solo buscabas el mal para la humanidad.

- Humanidad que nos llevará a recordar lo tiempos grandes del Olimpo. Fallaste.

- No he fallado.

- Hay dos semidioses rondando en la tierra, uno hijo de Poseidón y tu hijo Zeus.

Bajé por las escaleras de mi trono para llegar hasta él, tal como hace siglos atrás con Perseo, nuevamente me estaba dejando saber sobre un mortal hijo de mi sangre.

- ¿Un hijo? - pregunté.

- Erick - susurró.

Era un nombre particular, en la actualidad de los humanos ya no se usaban nombres de origen griego.

- Debo ofrecerle un trono, es hijo de un Dios - dije.

- Lleva vida de un mortal.

- ¿Y eso qué? Es mi sangre y posiblemente el último de mis hijos.

- Hera no estará de acuerdo.

- Gobierno sobre los dioses, nadie puede reclamar sobre mi.

- No es uno de nosotros Zeus - insistió.

- Pero de seguro tiene un objetivo que cumplir y seré su guía - dije decidido.

- Ya no estamos en tiempo de traer a nuevos dioses, la historia del Olimpo ya está escrita. Revivir eso sería un peligro para tu humanidad.

- Hablas con demasiada seguridad Hades, no me hagas tomar medidas contra ti, aún no olvido lo de Argos - advertí.

- Eso lo veremos hermano, tus decisiones serán las que decidan el futuro, Erick no es un Dios y no tiene porqué serlo, aunque hay mucho espacio para él en el inframundo - dijo antes de desaparecer.

Mi ira y mi molestia fueron descargadas con un sin fin de rayos, era la única forma de hacerlo.

- Zeus, que es lo que te hizo enojar.

- Poseidón, hay un semidios hijo de tu sangre en la tierra.

- Christopher, lo sé. No temas Zeus, ellos están más cerca de lo que creemos, aún no es tiempo de traerlos, su misión aún no comienza.

Mi Último Destino - ChriserickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora