CAPITULO 3

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MATILDA

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MATILDA

No me suelta.

Su brazo me rodea y me lleva contra él, separando mi cuerpo de la pared convulsionado por ese no clímax, mientras su mano busca algo de su bolsillo trasero.

Las llaves de su camioneta, porque ese brazo en alto y con su siempre mirada en mí, se extiende y las luces titilan al desactivar su alarma. 

- Vamos. - Me dice que lo acompañe sin soltarme, pero me cuesta y mucho, hacer esos pasos de distancia hasta su coche estacionado.

Porque mis piernas, realmente flaquean por causa de mi sistema por todo esto.

Tiempo, que no lo veía.

Tiempo que con todas mis fuerzas, no quise saber nada de Santo.

Y mismo tiempo, que nunca lo olvidé.

Malas noticias para mí y todo lo contrario.

Lo amaba, más todavía.

Y este desorden de mi cabeza por todo lo sucedido, contra mi corazón al ver y volver a sentir a Santo, batallan llenándome de inquietud.

Aturdimiento que hace una tregua por una acción repentina de Santo, haciendo que abra más mis ojos de golpe y casi llegando a su camioneta.

El de llevar mi rostro a su pecho, empujando mi cabeza con su mano.

¿Para que sienta su corazón?

- Matilda, no quiero que pienses en nada... - Me dice a la par de cada latido, que escucho de su pecho. - ...más que en mí... - Resopla bajito. - ...y solo en mí...

Es como un ruego.

Una petición.

Un mandamiento.

La noche es cálida y la oscuridad de la misma, con su coche estacionado en un lugar alejado y del paso seguido de gente por ser la acera contraría la bodegón, permite que Santo abriendo la puerta del acompañante y con la mano que retenía mi cabeza, agarrar mi cabello por estar más largo, apartándome de él y besarme, ahogando mi gemido por esa brusco pero caliente movimiento.

Seguido a levantarme y darme vuelta, para ponerme contra el largo asiento y a medio recostar, de la cabina boca abajo.

Jesús, es siempre una de sus caricias y no lograr conseguir lo suficiente.

Puedo verlo algo por mi posición recostada y sobre la semi oscuridad de su rostro, su boca.

Una llena y hasta algo hinchada por los besos que me dio, mientras sus manos y sin hablar ahora, como preocuparse si quiera, de dónde nos encontramos.

Como minutos antes en la pared del bodegón y casi a la jodida vista de todos.

Dibuja con ambas el contorno de mis caderas como trasero y llegando al límite de la cintura de mi pantalón elevando apenas mi blusa, rodearla y con la libertad del botón ya desabrochado momentos antes, deslizar su cierre para abajo y mezclándose su sonido con otro gemido mío, viendo sus intenciones, para luego bajarlos con sus pulgares hasta abajo de mis caderas con mis bragas, desnudándome.

El Santo 2 ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora