La sedosidad de la sábana, juega con el largo de mi brazo desnudo mientras explora el lado de Santo por él.
Aún media dormida, sentir que su lugar está vacío, hace que abra mi ojos como me incorpore algo para buscar mejor.
La luz no está encendida, pero la claridad del día que llega de la ventana atravesando las cortinas claras, me dice que es la primer hora de la mañana.
Me desperezo con ganas y con mucho de esta, de seguir durmiendo otro rato, pero no puedo.
El estudio, una muda de ropa y el trabajo, vienen a mi mente.
Mi vista se clava en el alto techo por unos segundos más de pereza, descubriendo.
Cosa que, nunca me percaté si estaba antes.
Esa laña de hierro, suspendida del mismo y que usó para atarme.
Procuro hacer memoria, pero me es imposible recordarlo.
Ya que se encuentra a poca distancia de la luz principal de su habitación y el diseño de ella, se asemeja a las antiguas arañas de antes estilo Victorianas, donde el hierro forjado, cadenas, bronce y la mano artesanal que la hizo, pasa como parte de su diseño acoplándose.
Estiro mis manos frente a mí y a la claridad de la ventana.
Anoche me preguntaba, cuánto tardarían mis muñecas en ponerse en un color rosa por haber estado atada a su cinturón y suspendidas tanto tiempo.
Y verlas con suaves marcas en los lados y selladas en su frente por la fuerza que yo misma hice en algunos momentos, es mi respuesta.
Como el cierto ardor en cual me concentro, al sentir mi trasero desnudo sobre las sábanas.
Y el recuerdo de las tiras trenzadas del flogger impactando y continuo con su largo, que sus puntas lleguen a mi entrepierna, provoca que me retuerza y junte mis piernas.
Locamente, por ganas de más.
- Guau... - Soplo, tomando asiento y utilizando el delgado cubrecama para cubrirme con él, caminando hacia la puerta y a su vez, despejar mi rostro de rastros de recién levantada, pasando mi mano por mis ojos.
La puerta no está cerrada en su totalidad, solo apenas apoyada, pudiendo ver a través de ella a Santo sentado en la mesa sin notar mi presencia.
Concentrado y bajo el único sonido de sus dedos tecleando sin parar en su laptop, me recibe.
Descalzo y su pelo castaño está disparado de la forma que siempre a los hombres le queda lindo cuando recién se levantan, aunque por su rostro y el café que bebe de a sorbos cortos, la camiseta nueva y el pantalón de gimnasia que se puso, acusa que ya hace bastante despertó.
Y me deleito apoyada a placer, como de a ratos y sin parar de escribir, luego absorto en lo que sea que escribe como ajeno a todo.
Una especie de mundo propio.