Elevé mis ojos y en efecto, es Santo.
Su altura y su cuerpo de anchos hombros eran inconfundibles por más carente luz de la habitación, cual combinaba con el ocaso que la ventana mostrando en un extremo el cielo despejado donde se levantaba la luna llena y de alguna manera a Santo, lo hacía más grande.
Imposible no poder beber todo de él, por más postura que me encuentro.
Como grabar su imponente torso desnudo y solo llevando sus pantalones desgastados de gimnasia, sus poderosos brazos tatuados desnudos, su cabello disparado y coronándolo su gorra gris de lana y esos profundos ojos de ese castaño, que podían pasar de seriedad absoluta y sometimiento, para otro momento a la risa absoluta.
Su habitación era confortable.
Siempre lo fue y ahora familiar en mí.
Tanto el mobiliario como la suave alfombra donde mis rodillas descansaban en mi posición con la tenue luz que proyectaba la estancia.
Bajé mi vista al piso y permanecí quieta con mis brazos sobre mi regazo y mis manos una sobre la otra, esperando y aún sentada sobre mis talones a casi la altura exacta de mis rectos hombros.
Desnuda.
Mi respiración comencé a regularla a la par de cada palpitación de mi corazón por la expectativa, al escuchar y como todo sonido ambiente, empujaba la única silla y girando su respaldo frente a él, tomaba asiento en ella apoyando esos brazos que amaba sobre él, sin dejar de mirarme fijamente.
Frente y a metro de distancia de mí.
- ¿Estás segura, Matilda? - No era una pregunta.
Tampoco una advertencia.
Era, solo un aviso.
Una manifestación que auguraba lo que se venía.
Y mucho.
Relamí mi boca algo seca.
- Sí. - No dudé.
Santo no respondió, pero lo hizo esa media sonrisa que no vi, aunque la sentí en cada centímetro cuadrado de mi piel subiendo nuevamente mi acelerado corazón, mientras oí como empujando la silla se ponía de pie y se dirigía hacia la mesa donde varios objetos descansaban.
Pude escuchar como sus largos y fuertes dedos acariciaban.
Tal vez, deliberando.
La superficie de su madera antes de tomar alguno.
Y antes de que pudiera jugar fugazmente con mi imaginación de lo que esos dedos con el objeto a elección pudiera hacerme, Santo con el elegido se puso a caminar con pasos calculados, percibiendo sus pies desnudos pasando por unos de mi lados y finalizar, detrás mío.
Mi espalda se erizó y notándolo, volvió a sonreír apoyándome su mano libre, siendo suficiente para que exhale con fuerza ante la sorpresa de su contacto como si fuera una descarga eléctrica.
Estaba segura que él podía escuchar mis latidos como la excitación a todo lo que se aproximaba y me lo confirmó, parte de sus dedos dibujando uno de mis hombros como una porción de mi espalda desnuda, finalizando en hundir ellos en mi pelo y tomando una parte en su puño me dio un suave tirón hacia atrás para que eleve mi rostro y nuestras miradas se crucen.
Santo de pie y detrás mío.
Y yo sentada sobre mis talones, esperando por él.
Su piel tenía un sutil brillo de transpiración propia del futuro placer al igual que el mío, por lo que se avecinaba.
El tono de su pecho como brazos y al igual que su vientre, cual con cada respiración que daba, marcaba suavemente las abdominales, aún retenían el bronceado del verano ya culminando, como haciendo más claro el color castaño de sus ojos, ahora sin sus lentes.
Y noté lo que su otra mano llevaba sin abandonarme la otra mi pelo.
Sogas y en algunas, colgando unos brazaletes de cuero.
Apartó una parte de mi pelo algo crecido de mi nuca, para luego e inclinado, rozar sus labios en mi oreja y con su suave voz decirme.
- Sí, lo estás... - Confirmando mi seguridad y causando que mi corazón se dispare otra vez.
Ese famoso 100x100 que me pedía antes.
Al igual.
Nuestras miradas se nivelan por seguir en esa postura.
Que la media sonrisa que sus labios que nunca lo abandonan y me dibujaban entre amo como profesor.
Le sonrío, elevando mis muñecas sumisa por sobre mi cabeza y hacia él.
Pero siempre, siendo el Santo.