Antepurgatorio: segundo rellano

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Con grandes pasos ___ sigue a su fiel Virgilio, y cuando ya han recorrido un buen tramo, los viajeros se topan con almas que cantan los versos de misereres, y ellos también se maravillan de ver interrumpido el paso de la luz ante el cuerpo de ___.

“pueden ir de regreso y contar a todos que eso tan raro que han visto es un cuerpo de carne y huesos”.

Las almas que se encuentran en este sitio, esperando la entrada, son la de aquellos que perecieron violentamente y no tuvieron tiempo para arrepentirse, ni para reconciliarse con Dios. Todas estás habitan llenas de remordimiento, murieron en estado de gracia es como contemplan su vida terrenal y juzgan sus errores y culpas, mientras alaban al creador en la bondad del perdón. Por ello, al encontrarse en ascenso, le ruegan a ___ que les recuerde a las personas queridas que permanecen todavía en tierra, para que los consuele en su dolor y para que, con sus plegarias, añoren el bien que Dios quiere para todos en la eternidad.

En este lugar se encuentran Jacobo del Cassero, de Fano; Buonconte da Montefeltro, y Pía dei Tolomeo, sienesa mujer de Nello dei Pannochiesco, entre otros muertos de manera violenta.

Virgilio trata de que el recorrido por el Purgatorio sea pronto, por lo que le menciona al poeta a la mujer de la que estuvo enamorado, Beatriz, pues ella estará esperando en la cumbre altiva de esa montaña, feliz, sonriente y bella. En ese momento, sin saber el camino indicado, se dirigen a un hombre y Virgilio le suplica que muestre la siguiente vía. La respuesta inmediata es:

“¡Oh!, buen mantuano, soy Sordello, paisano”.

La emoción de éste provoca un abrazo entre ambos, se trata de Sordello de Coito, cortesano y trovador. Ambos comentan sobre la situación de Italia. Mientras que eso sucede, ___ se sumerge en una serie de emociones y pensamientos y ha llegado a concluir que es mejor ponerse en marcha para lograr alcanzar sus propósitos. Cuando parece haber terminado la charla entre estos dos mantuanos, Sordello le pregunta a Virgilio:

“¿De dónde vienes, dime si vienes del lugar donde puedes creerme digno o del infierno, que es cosa siniestra? ”.

Éste le responde que el Limbo es el lugar todo aquel infante que no está libre de pecado original, es decir, que no haya tenido el bautismo, o que en vida no tuvo las tres santas virtudes: fe, esperanza y caridad.

Al ver que es el momento de partir, Virgilio se dirige nuevamente a Sordello:

“Si sabes o tienes un indico, dinos cómo llegar pronto al inicio del Purgatorio”.

Éste responde al maestro:

“No hay aquí una zona escrita para nadie, y puedo andar por donde quiera; seré su guía, pero la noche no parece esperar, y andar en las tinieblas no es consciente. Podemos tener una Posada por hoy; aquí a la derecha hay almas que quizá les gustaría conocer, si permiten que yo se las presente”.

Virgilio pregunta inseguro:

“¿Acaso en la noche no se puede ascender? Entonces llévanos al lugar que dices, donde podremos descansar”.

Los mantuanos y el poeta caminan a oscuras por un lugar con hoyos, hasta llegar a un valle ameno, donde aguardan las almas de los príncipes que en vida procuraron apegarse más a la gloria terrenal que a sus actividades en el cumplimiento del propio deber. Entre ellos, Sordello señala a Rodolfo I, el emperador que algún día pudo salvar a Italia, y sin embargo no lo hizo; Felipe III de Francia; Pedro II, el gran rey de Aragón y Cataluña, quien de casó con Constanza, hija de Manfredo de Suabia, rey de Sicilia. Tras de él se encuentra Alfonso III de Aragón; Jaime II de Aragón y Fradique I de Sicilia. Guillermo VII, marqués de Monferrato.

Apenas termina el primer día de los poetas en el Purgatorio, y entre las almas que ahí yacen se levanta una misteriosamente; imponiendo silencio con las manos, éste une y alza las dos Palmas al cielo, y así, pronuncia las primeras palabras del himno ambrosiano, que se canta al empezar las completas del oficio divino; las demás almas le siguen con dulces tonos y devotamente, mientras que del cielo dos ángeles bajan, cada uno con su espada, que simbolizan la justicia común y la misericordia. Los dos ojos de ___, entre tanto, miran al cielo, para ver las estrellas que giran lentamente; éstas son cuatro diferentes a las de la mañana, pues las primeras significaban las virtudes propias de la vida activa, y las que ahora aparecen son simbólicamente las virtudes propias de la vida contemplativa, que anuncian el tiempo propicio para la meditación.

La noche ha transcurrido, y ___ al fin logra conciliar el sueño, y se a curruca junto a Virgilio y los personajes con los que antes había hablado, y pronto comienza a ver en sus sueños a un águila real con plumas doradas y alas abiertas marcando un aterrizaje; él se encuentra en el monte Ida. De pronto se aparece el águila que gira lentamente hasta apresarlo con sus garras y llevarlo nuevamente al vuelo, hasta una esfera de fuego, ubicada bajo la luna; ahí siente tanto pavor y sofocación por el calor violento, que despierta, al hacerlo ve a su fiel guía a un costado. ___ durmió varias horas, puede hace más de dos que el sol ha aparecido. El/la poeta se encuentra con un paisaje distinto al que había visto antes de soñar. El guía se da cuenta de la confusión del poeta y explica con ternura:

“No tengas miedo, ya estamos en un lugar propicio, mira la Cuesta que nos rodea, no temas, que tu llegada ha sido por una mujer llamada Lucía, que para aliviar tu camino decidió traerte aquí mientras dormías”.

La Lucía de la que habla Virgilio es mártir de Siracusa y aparece como símbolo de la gracia iluminante; es también una de las tres mujeres que intervienen en el recorrido de ___. Éste/a animado/a por la imagen que el guía había descrito, propone emprender de nuevo el camino y así los dos comienzan una nueva ruta, hasta acercarse a una brecha que se abre como un baúl de tesoros. Ahí, tres escalones que desembocan a la puerta principal del Purgatorio les esperan; el primero es transparente, el segundo escalón es de un color oscuro y de piedra rasposa y el tercero es rojo como la sangre, pero a la vez limpia. Ahí, en el último, un ángel guarda con celo la entrada:

“¿Qué desean? ¿Dónde se halla el escolta que los guarda? ”.

El guía pronto avisa al poeta que Pisa humildemente libre paso, y éste, obedece, se hinca a los pies del guardián, no sin antes darse tres golpes en el pecho; el ángel, por su parte, con su espada dirige a su frente siete estigmas, al mismo tiempo que le grita los siete pecados capitales, los cuales se irán borrando conforme haga su recorrido, al pasar de cornisa en cornisa.

Finalmente, el guardián saca de entre su atuendo dos llaves, las llaves del reino de los cielos, una de oro y la otra de plata; primero con la blanca y luego con la dorada abre la cerradura y empuja fuertemente, así, cuando termina de abrirse les da un mensaje:

“Entren, pero su suerte dependerá de no voltear hacia atrás; el que lo haga volverá a salir”.

Los poetas, una vez advertidos, entran con emoción y la primera sorpresa a su paso es un canto litúrgico que dice:

“Te alabamos, Dios”.

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