Capítulo 3

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Los barrios bajos son un monstruo que devora el alma de la juventud y escupe las espinas.

Alguien tuvo que haberlo dicho en algún punto, y todos los residentes del Área 9 sabían por experiencia propia, que era la pura verdad. Sin embargo aquellos que trataban de marcharse de los barrios bajos se encontraban con un profundo desprecio, y una envidia más mordaz de lo que un hombre ordinario pudiera imaginarse.

Desmoronándose poco a poco sin que nadie acudiera en su ayuda, los vagabundos envejeciendo, pues no les quedaba sino hacerse viejos, no tenían sueños qué consumar. Esto no era necesariamente bueno o malo. La realidad diaria, que era su única herencia, resultaba peor que tragar arena.

Aun así, descargaban calumnioso abuso sobre aquellos intentando destruir esa dolorosa realidad, una reacción que corroía el alma sin piedad. Ese era el dilema.

Un hombre no podía volar sin sueños, pero un hombre que nunca volaba nunca conocería el miedo a caer. Se había descartado toda esperanza de progreso. Aunque dicha verdad no se le ocultara a nadie, esta gente se cortaría las alas para arrojarlas a la basura, diciendo que de no hacerlo, seguramente morirían.

La realidad edificando las "paredes" de los barrios bajos era así de densa y la oscuridad así de negra.

Como consecuencia, los que se atrevían a desafiar esas paredes, a sabiendas de que serían derribados, eran burlonamente apodados "Martes", en referencia al Dios romano de la guerra. Sumergiéndose en la depravación en furias de autocompasión, aquellos escondiéndose tras esas palabras eran conscientes de que los pantalones de estos "Martes" nunca les calzarían.

Riki había dicho una vez la misma cosa en repetidas ocasiones, como la frase de una mascota. Solo expresaba lo que pensaba de verdad a Guy, el compañero que era su "media naranja". Algún día voy a darle un beso de despedida a los barrios bajos.

Hasta entonces, todos los que manifestaban los mismos sentimientos y dejaban los barrios bajos atrás, habían regresado cabizbajos y con los hombros gachos después de apenas un mes. Sin una pizca de miedo Riki puso convicción en sus palabras y miró adelante hacia el futuro.

Algún día. De seguro.

Cuatro años antes.

Tres meses habían pasado desde que Bison se había separado inesperadamente como un avión desintegrándose en el aire. A altas horas de la noche, Riki llegó tambaleándose a la casa de Guy.

—Oye, ¿te encuentras bien?

Tan pronto abrió la puerta, Guy se encontró con un aliento que apestaba a alcohol y tuvo que apartarse. Aún si bebía, Riki no se excedía, pero en ese momento olía como si lo hubieran bañado en alcohol.

Ver a Riki en ese estado despertaba un alto grado de ansiedad en Guy. Antes de siquiera invitarlo adentro, arrugó el entrecejo deliberadamente. —¿Qué te sucede, Riki?

Haciendo obvio que le importaba una mierda su propia deplorable condición, Riki se inclinó hacia adelante, tambaleándose, con las comisuras de la boca curvándosele hacia arriba. —Un regalito —dijo presionando algo contra el pecho de Guy.

Guy había oído rumores, pero en cuanto a imitaciones de productos respectaba, por no hablar de los originales, esa marca de Stout ostentaba los precios astronómicos que ni siquiera un Dios podría permitirse pagar. Tragó con dificultad. —¿Dónde demonios conseguiste esto? —preguntó con voz amenazadora.

Riki se echó a reír suprimiendo su sonrisa. Podía tratarse de la marca original, o podía haberse embriagado con cerveza casera proveniente de un lugar de mala muerte. Mirando los labios laxos y la descuidada boca de Riki, Guy no pudo empezar a comprender en qué estaba pensando. Como para estimular sus ansiedades desde la raíz, habló con precaución. —Ciertamente pareces estar de muy buen humor. ¿Es que te has hecho rico?

Ai No Kusabi - Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora