Capítulo 10

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La pesada brisa húmeda llegaba desde el mar a través de las tupidas arboledas frondosas de la zona verde. Riki condujo su motocicleta aérea hasta Orange Road, la línea fronteriza que separaba a Flare (Área 2) y a Janus (Área 6).

Estacionó la motocicleta como siempre hacía en un parqueadero especial a las afueras de la ciudad purpura y caminó a solas por la acera. La brillante luz del sol, cortada a todo lo largo por sombras oscuras, bañaba las calles. Aún no era mediodía y los peatones eran escasos. Como consecuencia, el familiar juego de luces y sombras cayendo desde los grupos de edificios se le antojaba inusualmente apático.

Con los turistas recuperándose todavía de su trasnocho, era quizás el momento más apacible del día. Asimilándolo todo de un vistazo, Riki continuó su camino.

También era el mejor momento del día para entrecruzar los límites entre las Áreas en Midas sin tener que darse demasiada prisa. Y el mejor momento del día para dar un paseo por el centro contemplando las ordenadas calles libres de basura. Al principio le había provocado una especie de malestar, haciendo que su marcha trastabillara un poco. Pero ahora estaba bien acostumbrado a eso.

Se desvió de la vía principal por una calle lateral. Riki despreocupadamente agudizó sus sentidos en lo que atravesaba la puerta trasera de una droguería legal abierta las veinticuatro horas del día. Esa era la entrada para uso exclusivo de los mensajeros. Un escaneo de su palma derecha abría y cerraba la puerta.

La oficina de Katze se ubicaba en el subsótano.

Riki había recibido un llamado suyo dos horas atrás. Como no había habido indicaciones de que se tratase de un trabajo urgente, Riki apareció a la hora habitual, diez minutos antes de la cita programada.

Al subsótano se accedía por medio de un elevador especial, sobre el cual todo el mundo parecía tener una opinión:

—Ya nadie utiliza una chatarra vieja como esa.

—Hombre, no entiendo por qué al jefe le van estas cosas anticuadas.

—Digo que es suficiente. Es tiempo de que lo cambiemos por el modelo más nuevo.

Era imposible conseguir repuestos para el anticuado elevador eléctrico a menos que fuera por pedido especial.

El por qué Katze, la mismísima encarnación de la capacidad y la racionalidad, debía preocuparse tanto por esa antigüedad era un misterio. Riki insertó la tarjeta llave que Katze le había dado y las puertas del elevador se abrieron. Se subió pesadamente a la plataforma y se cerraron. La forma en que se balanceaba de un lado al otro le resultaba familiar ahora, y dejó escapar un ligero bostezo.

Riki no sabía a cuantos pisos bajo tierra se encontraba la oficina de Katze. El elevador simplemente se detenía donde este tenía su recinto, y en realidad eso era todo lo que necesitaba saber, así que no dejaba que lo molestara.

El elevador era difícilmente el final de las peculiaridades en la oficina de Katze. Más que ser simple por el simple hecho de ser simple, Katze desterraba cualquier cosa frívola, improductiva o inútil de su entorno. Su oficina era como una inorgánica caja negra. No importaba cuantas veces Riki la visitara, seguía inquietándolo.

Katze le recordaba a un loco con trastorno obsesivo-compulsivo. La vibra extraña del lugar lo dejaba sintiéndose fuera de balance constantemente. Por otro lado, por más incómoda que pudiera resultarle la habitación a Riki, quien estaba impregnado del caos de los barrios bajos de pies a cabeza, la atmosfera andrógina de la oficina era el complemento perfecto para la personalidad de Katze.

Compartiendo las mismas raíces en los mismos barrios bajos, cada vez que Riki llegaba allí no podía evitar sentir cuán grande era la brecha entre ambos. Esa debía ser la diferencia entre un hombre cuyo éxito en la vida estaba asegurado y sus subordinados cuyo éxito en la vida era incierto.

Ai No Kusabi - Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora