Capítulo 5

4.2K 212 63
                                    

Esa noche Riki se refugió a solas en un bar de las afueras para beber. No era un lugar que frecuentaba a menudo, pero había ido hasta ahí con el único propósito de embriagarse. Allí nadie lo conocía. Era como sentarse al fondo de un océano oscuro en la cima de una fuente hidrotermal.

Se hizo bien atrás. En la taberna subterránea la única iluminación extra provenía del brillo azul surgiendo del vaso que tenía en la mano. La débil luz parecía dibujar una línea entre él y las seductivas voces guturales y los gritos y abucheos que llegaban desde las mesas de billar.

Se bebía cada trago en sucesión rápida, pero no se sentía intoxicado en lo más mínimo. El recuerdo de ese encuentro casual en el Parque Mistral estaba incrustado en su mente como una bala en su cerebro: esa venenosa mirada penetrando la oleada de gentes, ese sorprendente y llamativo rostro, su intensa y aguda presencia.

Y esa fría sonrisa que lo atravesaba.

La imagen congelada de ese último momento era suficiente para hacer que su sangre hirviera, para hacer que cada terminación nerviosa se estremeciera con un fuego electrizante. En cuanto a coincidencias respectaba, aquella reunión había sido demasiado real, demasiado cruda. El solo hecho de pensarlo le provocó náuseas y le aceleró el pulso.

A pesar de todo, a pesar de todo, no se había olvidado de nada. Ni de las perfectas proporciones de ese Adonis, ni de los crueles ojos azules ocultos por unos lentes tintados. Como un talismán grabado en sus retinas, los meros trazos de la imagen posterior acariciando los bordes de su visión por sí solos eran capaces de pulsar el interruptor, trayendo de vuelta a la realidad esos tres años llenos de rabia y vergüenza.

Su rotundamente gélida voz, una voz cargada de una confianza inquebrantable, estaba atrapada de manera inseparable en las cámaras de eco de sus dos oídos.

Iason Mink. El nombre en la punta de su lengua tenía el sabor de una píldora dura y amarga triturada entre sus dientes.

La fuente de toda esa amargura seguía ocupando sus pensamientos. Desde ese día en adelante, no importaba cuán profundo se sumergiera en la cloaca que eran los barrios bajos, la herida nunca sería capaz de sanarse por sí sola.

La hormigueante ansia de venganza se hacía evidente en la profunda línea de su ceño fruncido, en la rabia entrecerrándole las esquinas de los ojos, dejando muy clara su naturaleza de otro mundo. Lo que había estado volando bajo el radar de su consciencia ahora escalaba a lo alto de lo obvio. El verdadero corazón del extraño, habiendo caducado en medio de un denso, inmóvil y febril delirio regresaba ahora a la vida.

—Oye, ¿quién es el chico?

—Ni idea. Es nuevo por aquí.

El cuchicheo se extendió por todo el lugar de manera prosaica.

—Hombre, qué mal aspecto trae ese chico.

—Sí. Vamos a componerlo un poco.

—Oye, oye, antes de empezar, ¿no crees que deberíamos contarle primero a Jigg?

La inquietud por el interés en el bar se trataba de algo más que ociosa curiosidad, y de repente se convirtió en una hoguera en lo que un hombre larguirucho con un rojizo corte de pelo militar avanzó casualmente hacia Riki.

—Mierda, se trata de Jango.

—Sí, tienes razón. Es Jango.

—¿Jango dices?

—Mira por ti mismo. Jango, la mismísima parca de Dios.

—¿En serio?

Era el dingo que, se rumoraba, había provocado el actual conflicto entre Maddox y Jeeks, y su aparición en el bar encendía una luz completamente diferente sobre las cosas. En cuanto a como un simple informante había terminado siendo apodado "la parca", nadie conocía en realidad los detalles o la verdad de la situación. Solo la incertidumbre de los rumores y la sugestión.

Ai No Kusabi - Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora